Capítulo 35: Cambios

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La plaza queda engullida por un indomable ruido de vítores y aplausos ante la aparición de la muestra más reciente de la superioridad tecnológica del Imperio, un enorme vehículo sobre railes que permitirá el transporte a gran escala de ciudadanos, suministros y tropas a todos los rincones del continente en relativamente poco tiempo. Es la solución al problema del transporte a gran escala y la plaga de los renegados, quienes tras conocer de la existencia del ingenio deberían huir por su propio bien.

A medida que las últimas palabras del discurso de Urenio salen de su boca, observo el comportamiento del público y como quedan embelesados ante la imagen de su líder, captando la curiosidad de mi nueva ayudante, que ha sido forzada a abandonar los harapos que llevaba y viste ropas humanas hechas a su medida y adaptadas a su cuerpo. Mientras mi amigo termina de hablar, tomo un trago de mi té y le doy un golpe en la mano a Nau cuando decide tomar más galletas de las que sus manos pueden aguantar, hipnotizada por el lujo ajeno a todo lo que conocía y forzándome a enseñarle correctos modales y a sentarse adecuadamente.

- ¿Qué te ha parecido? – Me pregunta Urenio mientras los aplausos todavía resuenan cuando se retira del borde del balcón y abandona a sus súbditos.

- Bien. – Le respondo, rápidamente repasando mentalmente su discurso antes de continuar. – Bastante inspirador.

- Gracias. – Dice mientras toma una silla y se sirve un vaso de té y toma algunos de los dulces que descansan en la mesa, analizando con la vista a la pequeña con un cierto reparo. – Me sorprende que todavía me ponga nervioso cada vez que tengo que dar uno de estos discursos.

- Menos mal que sabes ocultarlo. – Añado antes de llevarme un dulce a la boca.

- Desde luego. – Comienza a decir, interrumpiéndose para tomar un sorbo de su bebida. – Es una de las ventajas de la realeza, tienes a alguien que te enseña ese tipo de cosas.

Vuelvo a dirigir la vista a la plaza y observo a la gente montarse en el vehículo para disfrutar de su viaje inaugural, formando filas ordenadas y portando la ilusión de experimentar la nueva maravilla creada por las mentes del Imperio y disfrutar de todo lo que promete.

- Ignorando las tediosas formalidades, - Empieza a decir Urenio, atrapando mi atención. - ¿podrías contarme que pasó en la misión?

- Tantalius estaba a mi merced, roto y humillado, pero Ferrus apareció de la nada con un puñado de soldados y nos atacaron. – Digo, relatando con rabia y frustación los acontecimientos de mi última misión. Cuando terminé con él, el traidor había desaparecido, sospecho que rescatado en mitad de la confusión por la orca y la orsiu que habían venido en su ayuda. Los colaboradores de Ferrus están siendo interrogados, y, sinque sea una sorpresa, hasta el momento todos presentan un historial marcado negativamente de una forma u otra.

- Imagino que el capitán les ofreció lo que vieron como una oportunidad, que tomaron con la esperanza de ascender y corregir sus fracasos. - Añade mi amigo mientras toma uno de sus dulces favoritos al tiempo que disimula su deseo por él.

- Semejante acción debe de ser castigada con severidad. – Comento con seriedad. – He considerado actuar personalmente y expulsarlos del ejército, o destinarles a una de las zonas más conflictivas.

- A lo mejor. - Me responde pensativo. – Sin lugar a dudas hay que dar un castigo ejemplar.

Pasados unos pocos segundos de silencio, Urenio vuelve a tomar la palabra para expresar el pensamiento que se había planteado desde mi regreso. – Por cierto, aún no me has comentado por qué has traído a esa niña a la Ciudadela.

- Fue la que me hizo la herida. – Digo secamente, provocando que el emperador se altere y atragante con su bebida, tosiendo instintivamente como respuesta. – Tiene una deuda que pagar.

- Protecnia, eso es una insensatez. - Comienza a responder autoritariamente, con una cierta preocupación adornando su voz. – No puedes traer a la persona que te quemó la cara y esperar que se comporte con docilidad en todo momento. Podría intentar matarte mientras duermes.

Las palabras del hombre me hacen rememorar mi regreso a la capital tras la misión y la visita al hospital. Recuerdo como tras tener noticia de mi herida partió corriendo al hospital a verme y comprobar mi estado, recuperando la calma una vez vio que mi salud se encontraba en perfectas condiciones. Permaneció conmigo hasta que sus responsabilidades no pudieron esperar más y tuvo que volver a sus labores como emperador, pero el tiempo que compartimos hizo que mi estancia en el hospital fuese mucho menos tediosa.

- No lo hará. – Respondo sin flaquear en mi opinión. – Estoy segura de mi decisión.

Urenio me regala una mirada desafiante, pero eventualmente se rinde a regañadientes, sabiendo que mi juicio se basa en hechos analizados y usualmente no se equivoca. - Como tú digas, pero sigo pensando que es una mala idea.

- Cállate y come, pesado. – Respondo ya molesta por la insistencia de Urenio.

Permanecemos un tiempo juntos, disfrutando de la comida y la bebida e intercambiando distintos temas de conversación, con pequeñas interrupciones consistentes en los momentos en los que debo corregir la conducta de Nau. Eventualmente, nuestro placentero encuentro debe llegar a su fin y nos separamos con una cordial despedida, tomando cada uno el camino a su hogar. Nau y yo andamos a lo largo de los plateados puentes que conectan las estructuras de la ciudad, las cuales hipnotizan a la pequeña con el tamaño y el estilo de su arquitectura. Sin detenerme para que la niña pueda gozar de la que para mí ya es una vista muy repetida, llegamos en poco tiempo a los ascensores, y durante la subida la pequeña permanece pegada al cristal, contemplando todo lo que sus ojos pueden abarcar, tanto en la propia ciudad como más allá de sus muros.

Después de unos minutos por fin llegamos a mi casa y cierro la puerta detrás de Nau. La niña permanece quieta mientras me quito la chaqueta y la cuelgo cuidadosamente del perchero, centrando mi atención en la pequeña una vez termino. Como ya comprobé durante nuestro tiempo fuera, la niña todavía lleva las vendas debajo de su ropa nueva, algo a lo que pienso poner remedio enseguida.

- Quítate las vendas. – Le ordeno, deseando saber que es lo que oculta debajo de ellas.

- No quiero. – Responde con miedo.

- Quítatelas. – Le digo amenazante, dejando claro que si no se las quita voluntariamente yo misma lo haré.

La pequeña obedece y se arremanga para quitarse las vendas, revelando las cicatrices de viejas heridas que vieron su origen en un incendio. Nau es incapaz de mirarlas y aparta la vista en otra dirección mientras las observo detenidamente, con mi interés despertado. Me acerco a la niña y retiro el pañuelo que ha usado para envolverse la cabeza y tapar parte de su cara, descubriendo nuevas heridas en uno de sus lados y comprendiendo la razón por la que se oculta. Curiosamente, veo una parte de mí reflejada en ella, a la niña asustada que fui en el pasado y sufrió gravemente a manos de otra raza, de gente cuyos cuerpos eran diferentes al mío. Doy un paso atrás para darle espacio a la niña y retiro el apósito que cubre mi herida.

- No deberías avergonzarte de las heridas. – Le digo tras arrodillarme y mirarla directamente a sus brillantes ojos rojos, del color de las llamas que dañaron nuestra piel. – Tener semejantes marcas significa que has sobrevivido y eres más fuerte.

- No me siento fuerte.

- Es comprensible, y aún no lo eres. Sin embargo, eso tiene arreglo.

Vuelvo a colocarme el apósito antes de que se eche a perder y avanzo hacia el salón a tomar un libro de una de las estanterías. Cuando agarro el lomo del texto que me interesa, caigo en la cuenta de algo y me giro hacia la pequeña.

- ¿Sabes leer? – Pregunto.

- No.

- Acércate, voy a enseñarte. – Digo mientras dejo el libro aparte y busco textos adecuados para la labor.

El Ángel MetálicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora