Capítulo 24: La Muralla

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A medida que la aeronave avanza y se adentra cada vez más en el terreno de La Muralla, veo a través de la ventanilla como la naturaleza comienza a ceder su terreno a la civilización humana. La ciudad fronteriza despliega toda su belleza por debajo de mí, envolviendo a sus habitantes con el color platino brillante de sus grandes edificios, progresivamente más grandes y majestuosos que desafían con orgullo los límites naturales, un símbolo del poder del Imperio incluso en el límite mismo de su amplio territorio. El vehículo se detiene por encima de la plataforma de aterrizaje de la inmensa estructura que corta el acceso con el desierto y da nombre a la ciudad, un muro impenetrable que aloja a toda la fuerza militar estacionada y actúa como base de operaciones para las incursiones en el desierto en busca de los renegados y recursos valiosos. Las hélices siguen girando con diligencia mientras el piloto procede a descender lentamente la aeronave según las indicaciones del personal que ha invadido el terreno, aterrizando con una suavidad que denota la enorme habilidad de las manos tras los mandos. Las aspas reducen su velocidad acompañadas por el brillo de las luces que avisan de la inminente apertura de la puerta y el descenso de los ocupantes. Soy la primera en bajar del aparato, sujetándome con una mano la boina que me protege del implacable sol para que no salga volando a causa del viento, y observo al comité de bienvenida que se ha presentado para recibirnos, encabezado por Estanis, que ha diferencia de sus subalternos no realiza el saludo militar.

- General Suprema Protecnia. - Dice con aspereza mientras masca su mondadientes de metal y una de sus manos se encuentra recogida en un bolsillo del pantalón- Espero que nuestro clima le sea soportable.

- General Estanis. - Respondo sin verme afectada por su rudeza, ignorando la rivalidad que ella sola ha establecido y por la cual no siento ningún interés.

Me doy la vuelta y veo a los soldados que me acompañan descender, seguidos por Irdoine, a quien uno de ellos tiende la mano para ayudarla a bajar en un gesto de caballerosidad. El personal se acerca a la bodega de la aeronave para retirar el equipaje, entre las que se encuentran el contenedor que contiene mi armadura y las herramientas de la ingeniera, quien se niega rotundamente a utilizar un equipo que no sea el suyo propio, regulado a sus gustos y preferencias.

- ¡Cuidado con eso, no necesito tener más trabajo a causa de vuestra ineptitud! - Grita Irdoine enfurecida cuando ve la torpeza con la que es manejada la armadura, alterada por el efecto que el embarazo comienza a tener en su cuerpo.

El personal destinado a la plataforma continúa trabajando bajo la atenta mirada de la ingeniera, mejorando su rendimiento para evitar sufrir las coléricas críticas de la mujer. Dirijo mi atención hacia Estanis y camino hasta su grupo, deteniéndome una vez me encuentro frente a ella.

- ¿Cómo marcha el asunto de los traidores? - Pregunto directamente por la razón por la que me encuentro aquí personalmente, prescindiendo de las formalidades.

- Bien- Responde ella mientas se quita el mondadientes de la boca y ordena a sus hombres a escoltar a Irdoine y el equipaje, dejándonos solas a las dos - Acompáñame.

Abandonamos la plataforma de aterrizaje y nos adentramos en las instalaciones, pudiendo observar toda la ciudad desde nuestra posición y como sus esbeltos edificios recortan el horizonte.

- ¿Y bien? – Digo, esperando por una respuesta.

- Tengo a mis asociados siguiéndoles la pista y manteniéndome informada sobre su situación. – Habla con una soberbia que desaparece junto a sus próximas palabras, siendo sustituida por cierta irritación- Todo marcha de acuerdo con tu plan.

- ¿Tus asociados?– Le pregunto, sintiendo curiosidad por la elección de palabras que ha llevado a cabo- ¿Acaso usas agentes externos al ejército?

El Ángel MetálicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora