Capítulo 9: Hermanos a la fuga

1.4K 72 19
                                    

Estoy sentado en la cama, esperando, cuando los guardias vienen a por mí. Proceden a abrir la puerta y, una vez hecho esto, me ponen esposas en los pies y las manos. Tras esto, comenzaron a llevarme hasta la Gran Plaza. Nada más salir de la celda me encuentro con una visita indeseada.

- Menudo espectáculo has montado, chaval.

Dice con una risa Ferrus, capitán del cuerpo de los Ángeles Metálicos, un gran pedazo de escoria al que siempre he considerado una deshonra para el cuerpo y del que nunca entendí como alcanzó su rango. Ahora sé que las cosas no eran como yo las veía.

- Un montón de gente se ha reunido para ver como pierdes la cabeza. Debe de ser halagador, ¿verdad?

Se encuentra a un palmo de mi cara, echándome encima su apestoso aliento. Su cara está bañada por cicatrices, una de las cuales atraviesa uno de sus dos ojos marrones. Su pelo negro, del mismo color que su barba, está echado para atrás, llegándole hasta la nuca.

Ya estoy harto de todo, y este imbécil es la gota que colma el vaso. Aprovechando que se quita el yelmo, le propino un cabezazo en la nariz, haciendo que un abundante rio de sangre salga de ella y el idiota caiga al suelo. De todas formas, ya daba igual lo que hiciera en estos momentos. O lograba escapar o moría.

- ¡Maldito pedazo de óxido de mierda!

Rápidamente, uno de los guardias corre a atenderle a medida que me amenaza e insulta, mientras que el otro me obliga a seguir andando.

El viento frio me sacude en la cara nada más salir de la prisión, haciendo que los finos hilos de sangre que me caen de la frente se muevan hacia los lados de mi cara.

Durante el camino a la plaza veo a muy poca gente, la cual me observa desde las ventanas de sus casas o simplemente se aparta si se pasamos cerca de ellos.

No puedo negarlo, estoy asustado. A cada paso que doy el temor aumenta un poco. Sin embargo, no pienso darle a nadie el gusto de poder verlo, por lo que me mantengo erguido y sereno.

Al cabo de unos minutos llegamos a la puerta del ascensor que tomaremos para llegar a nivel de suelo. La espera hasta que llega me resulta eterna e incómoda. Cuando por fin llega a su destino, las puertas correderas se abren automáticamente y procedemos a entrar junto a otro soldado que esperaba en el interior.

- ¿No se supone que tenían que escoltarlo dos personas hasta aquí?

Le pregunta la mujer del ascensor al hombre que me escolta mientras aprieta el botón para bajar a nuestra parada.

- Si, pero el Capitán Ferrus se puso de chulito con el preso y recibió un cabezazo que le destrozó la nariz. Así que mi compañero se ha quedado para atenderle.

- ¿¡En serio!?

Pregunta gritando por la sorpresa mientras se ríe.

- Que bueno.

Tras decir esto, se gira hacia mí.

- Que sepas que me caes algo mejor. El idiota ese se lo tenía ganado.

- Mejor que no digas nada así cerca de algún superior a no ser que quieras buscarte un problema.

Dice su compañero nada más oírla.

- Si mamá.

Cuando ya nos acercamos a la Gran Plaza me quedo impactado al ver la gran cantidad de gente que se ha congregado en la zona. Una vez el ascensor se detiene, los soldados me llevan por un camino delimitado que nos separa del gentío, el cual enmudece el mismo momento que pongo un pie fuera del ascensor. Siento el peso de todas las miradas que se posan sobre mí mientras recorro el camino, el cual lleva a una plataforma que ha sido montada en el punto más central que permiten las diversas decoraciones de la plaza, especialmente una gran estatua situada en el centro de los fundadores de esta supuesta civilización, Tálema y Dáelus. No puedo evitar pensar en qué dirían si vieran los podridos frutos que surgieron de su sincero esfuerzo.

El Ángel MetálicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora