Parte VII. Visiones

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—¿Q-qué vas a hacerme? —pregunté, casi temblando de miedo.

—Nada de lo que tú estás pensando —respondió, sin el mayor reparo en tratar de mover su boca—. No soy el violador que estás imaginando en este preciso momento. Pero... lo que estás pensando justo ahora... bueno, eso no creo que pueda negártelo.

Mi corazón dio un vuelco en el interior de mi pecho. Ambos sabíamos lo que había pensado. «Puede que Jorge sea...»

—¿Un asesino? —adelantó, mirándome fijamente—. No exactamente. Un cazador, en realidad. Pero lo cierto es que no he sido del todo honesto contigo, Pao. La mayoría de las personas normales solo tienen habilidades, pequeños talentos, pero... esto, en cambio, está a otro nivel: ¡es algo mucho más allá de lo humano!

—¿De qué hablas?

—No soy solo una persona más...

—¿Qué dijiste?

Estaba absolutamente abrumada.

En ese instante, ese sujeto señaló con una mano el faro de uno de los postes que iluminaba el lugar y este empezó a parpadear: la tintineante luz se proyectaba sobre las bancas y arbustos, produciendo un baile de sombras que hacían ver su rostro mucho más perturbador de lo que me había parecido; luego, los demás faros también empezaron a parpadear; con la otra mano, apuntó hacia las copas de los enormes árboles, de casi quince metros, y las ramas de todos comenzaran a mecerse hasta crujir. El siseo de las hojas en sus tupidas copas me hizo sentir diminuta, tan insignificante como una hormiga, como un ratón a merced de un león... Estaba tan sola como nunca me había sentido en mi vida.

Lo miré fijamente, con la cara desencajada por la impresión y el horror.

—¿Qué carajos eres? —exclamé aterrada.

—Soy algo muy especial, Pao. ¡Y mi amigo también lo es! —dijo, alzando la voz—. Ambos somos algo muy especial. Nada como lo que tú hayas conocido antes.

—¿Q-Qué? ¿Qué quieres decir con «tu amigo»?

—¿No es obvio? ¿Acaso no notaste que Betty desapareció sin dejar rastro?

—Dijiste que se fue con...

—Ay, mi querida Pao... —Su tono fue pedante y burlón—. Te mentí. Creí que te darías cuenta de eso porque ella jamás te contestó la llamada. ¿No es siempre Betty la primera de tus amigas en contestar el teléfono? Parece que estabas muy distraída mientras hablabas conmigo. Sin duda resultaste ser más ingenua.

—¡¿Dónde está Betty?! —grité exaltada.

—Por ahí, perdida en la oscuridad, mientras él devora su cuerpo. Déjame mostrártelo...

Concluyó su frase y sus ojos brillaron.

Empecé a sentir punzadas molestas en la sien, como si tuviese una jaqueca. Una terrible imagen comenzó a inundar mi cabeza, como si estuviera superpuesta a mi vista del jardín, de los árboles y de esos llameantes ojos verdes. Entonces «escuché» unos gruñidos en el interior de mi mente. Creí ver algo... había movimiento; un tipo inclinado sobre el vestido amarillo de Betty: estaba manchado de sangre... Y ahí estaba ella... ¡Él le estaba comiendo un antebrazo y su garganta estaba totalmente destrozada!

—¡No puede ser...! —dije, sintiendo punzadas en el estómago y la cabeza. Levanté la voz y grité con desesperación—: ¡¿Qué carajos es esto?! ¡¿Por qué le está haciendo eso?! ¡¿Dónde está ella?!

—Está muerta, ¿qué importa ya eso?

—¡Eres un hijo de puta! ¡¿Dónde está?!

—No muy lejos de aquí pero... te aconsejo que dejes de preocuparte por ella, Pao. Es mejor que comiences a preocuparte por ti misma —indicó con tono frívolo.

Y entonces, él se puso de pie: era más alto de lo que me había parecido hasta entonces. Mucho más alto... Sus brazos resultaron inusualmente largos, con dedos también demasiado alongados. La ropa parecía quedarle muy corta y noté su piel más clara... grisácea.

Lo miré con asco y con un pavor profundo, indecible...

Me quedé helada por una brevísima fracción de segundo. Di media vuelta y eché a correr por la calle Juárez rumbo a Zaragoza. La calle estaba desierta... grité por ayuda.

No había nadie que me contestara.

—Estás sola —le escuché decir, y di un brinco por el susto, mientras llegaba al Jardín de la Constitución. Volteé nuevamente creyendo que me seguía de cerca, pero no pude verlo por ningún lado... Me estaba hablando desde el interior de mis pensamientos.

—¡¿Qué carajos eres?! —pregunté desesperada al aire fresco de la noche, todavía corriendo. Me dirigí hacia Corregidora, la calle paralela, y seguí andando, tan rápido como pude.

Hubo una pausa breve y luego esa cosa me contestó...


Cuando el teléfono sonó ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora