Parte I. La invitación

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Estaba muy nerviosa cuando el teléfono sonó. Sabía que era él...



Lo conocí en un club apenas la noche anterior...

El viernes después de clases, hace dos días, mis amigas me suplicaron que fuera con ellas a un antro ubicado por el centro de la ciudad de Querétaro. Me opuse porque acababa de tener un examen en la universidad. Les dije que me sentía demasiado cansada.

Ellas intentaron de todo para convencerme, casi suplicando, porque era la última semana de clases, época de pruebas y entrega de proyectos finales; dijeron que en verdad debíamos salir para relajarnos un poco.

Era obvio que a ellas les hacía más falta ir de fiesta que a mí.

Sin embargo, cedí ante su insistencia, en parte porque prometieron que me traerían de vuelta a casa después de beber y bailar unas horas. Vivo sola: rento una casa un poco lejos de la ciudad. Al final no pude resistirme... ellas han sido mis amigas durante estos últimos años en la facultad. Accedí también porque, a fin de cuentas, en verdad me sentía tan estresada que en verdad quise distraerme un poco de todo lo ocurrido en clases.

Me había concentrado tanto en estudiar que llevaba bastante tiempo sin ir de fiesta. Además, aún me faltaba otra semana entera para poder viajar de vuelta a mi natal Hidalgo, con mi familia, pues tenía que esperar a recibir mis últimas calificaciones. Por ende, pasaría este sábado y el domingo aquí, en Querétaro. Creí que sería un buen modo de matar el tiempo libre del último fin de semana antes de comenzar las vacaciones.

Quedamos de vernos el sábado al anochecer, cerca de las ocho o nueve, hora a la que ellas vendrían para partir juntas.

El viernes llegué a casa por la tarde después de clases y caí rendida en mi cama. Les mandé algunos mensajes a las chicas preguntando detalles del lugar: costo, dirección, también investigué cuánto me costaría un taxi de regreso.

Ayer, sábado, me pasé toda la mañana en pijama. Cerca de las siete de la noche me metí a la ducha; al terminar me puse un vestido, no muy entallado, que me llegaba hasta la mitad de los muslos, un par de medias y unos tacones no muy grandes; no me hice gran cosa en el cabello, solo me acomodé el fleco; también usé solo un poco de maquillaje, delineador, sombra y un labial rosa; tomé una bolsa pequeña, mi cartera y mi teléfono.

Solo dos de mis amigas vinieron hasta mi casa, Julieta y Betty. Llegaron veinte minutos después de las nueve... Esto no era nada fuera de lo usual. Dijeron que las demás llegarían directo al antro. Eso tampoco era algo nuevo para mí: las conocía ya bastante bien a todas.

Siempre he sido la menos atrevida del grupo, «la recatada», según ellas, y ayer no fue la excepción. Mis amigas se vistieron mucho más provocativas: sus vestidos eran muy ajustados y con escotes pronunciados, apenas centímetros más cortos que el mío, pero lo suficiente como para mostrar un poco más de lo normal; sus tacones eran más grandes, les marcaban mejor las piernas; usaban labiales rojos y brillantes, pestañas largas, rubor y sombras. Se veían increíbles.

Salimos de mi casa y tomamos un taxi.

Cuando llegamos al antro, eran casi las diez y cuarto. Encontramos a Brenda y Aranza en la entrada, esperándonos, con el mismo tipo de vestidos ceñidos y todo lo demás. De entre las cinco, en verdad yo resaltaba esa noche, o más bien me perdía... por mi discreción en cuanto a vestuario. Durante un momento sentí que desentonaba. No me importó. Solo quería ir a bailar; ellas, en cambio, iban por algo más: alcohol o sexo. O ambas.

El sitio estaba muy bien ubicado, sobre la avenida Universidad, no muy lejos del Centro Histórico y relativamente cerca de nuestra escuela. Ahí sería sencillo tomar otro taxi para regresar a casa.

No tuvimos que pagar «cover» por el número de chicas que éramos. Entramos. Miré por todas partes. El lugar me pareció bastante agradable; tenía buena música y había una gran pista para bailar; el ambiente era genial y la gente se movía de un lado a otro, mientras danzaban, entre pláticas y risas.

Vi muchísimas personas, docenas de rostros: sonrisas, guiños, besos, vestidos ceñidos, camisas abiertas, pantalones ajustados, bebidas en mano, botellas; vi varios grupos de amigos planeando cómo ligar; círculos de chicas esperando por alguien que se atreviera a intentar coquetear con ellas; también había amigos que bailaban solo para divertirse; y claro, había unos cuantos incautos, entre otras cosas.

Era demasiada gente dentro del recinto esa noche pero, en ese momento, mientras paseaba la mirada de un lado a otro, algo llamó mi atención: una especie de sensación rara, como un cosquilleo o un escalofrío que me hizo voltear a mirar sobre el hombro.

Y en ese momento lo vi.


Cuando el teléfono sonó ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora