━ 𝐗𝐗𝐗𝐈𝐈: No merezco tu ayuda

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Æthelwulf y sus hombres fueron sorprendidos a medio camino por un grupo de vikingos que no lo dudó a la hora de acribillarles con una lluvia de flechas, lo que les obligó a replegarse. Ninguno fue plenamente consciente de que se habían metido en la boca del lobo hasta que fue demasiado tarde.

El Gran Ejército Pagano se les echó encima en un abrir y cerrar de ojos.

Y ellos no pudieron hacer nada para evitarlo.

Y ellos no pudieron hacer nada para evitarlo

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La batalla había alcanzado su punto álgido. 

Las oscuras nubes que encapotaban el cielo habían descargado toda su furia contra ellos, provocando que la tierra del suelo se transformara en barro. Aquella explanada se había convertido en un peligroso —y sumamente resbaladizo— lodazal donde hasta el más mínimo descuido podía suponer la muerte.

Muchos habían sufrido en sus propias carnes los escarnios de aquel tiempo tan imprevisible. El banco de niebla que se había asentado en esa recóndita parte del valle dificultaba enormemente la visión, crispando los ya alterados nervios de los combatientes.

Drasil se tomó unos segundos para mirar a su alrededor. Junto a ella yacía el cadáver del último soldado contra el que había estado peleando. Un hombre de mediana edad al que parecía haberle desconcertado —y hasta incluso horrorizado— que una jovencita como ella, de apariencia frágil y delicada, formase parte de las temibles huestes nórdicas. 

La había subestimado por el simple hecho de ser mujer, y había pagado por ello. Al igual que muchos otros antes que él.

La skjaldmö no mostraba ningún tipo de piedad en el campo de batalla. Arremetía contra todo aquel que portara un arma y supusiese una amenaza, dejando a un lado los sentimientos, tal y como su progenitora le había enseñado que hiciera. Porque Kaia le había recordado en incontables ocasiones que en combate una buena escudera debía librarse de las emociones.

«Mantén la calma, atrae al oponente a la batalla utilizando su ira. Así te resultará más fácil vencerlo». Las palabras de su madre resonaron en su mente con la misma claridad con la que las había escuchado la primera vez, hacía ya muchos inviernos. Por aquel entonces, ella era una chiquilla impulsiva y visceral que fantaseaba con convertirse en una gran guerrera. Y aunque seguía siéndolo, dado que tendía a actuar antes de pensar, estaba aprendiendo a doblegar esa parte de sí misma.

Sin embargo, aquella vez no había sido capaz de sepultar esa vorágine de sensaciones contradictorias que se agitaba en su interior. Los últimos acontecimientos, entre los que destacaban su desencuentro con Ivar y su discusión con Ubbe, habían contribuido a ello.

Desde que habían llegado a Inglaterra todo había ido de mal en peor. Las cosas se habían complicado más de la cuenta, y eso era algo que la enervaba a más no poder. Porque odiaba no tener el control, el dominio absoluto de todo lo que sucedía en su día a día. La hacía sentir débil y vulnerable, como si no fuese la forjadora de su propio destino. Como si se tratase de un simple títere, la marioneta de unos dioses pérfidos y caprichosos.

➀ Yggdrasil | VikingosWhere stories live. Discover now