━ 𝐗𝐗𝐗𝐈: Malos presagios

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Procurando no hacerle más daño del necesario, Lagertha cogió el paño, lo humedeció y lo pasó suavemente por la cisura. Concentrada en su faena, fue limpiando los restos de sangre en tanto Kaia la contemplaba en el más absoluto mutismo. 

La castaña había decidido centrarse en su compañera para así no pensar en lo mucho que le ardía la llaga. Admiró cada detalle de su hermosa fisonomía, preguntándose si no tendría delante a la mismísima Freyja, dado que estaba segura de que la belleza de la rubia no tenía nada que envidiarle a la de la diosa del amor y la fertilidad.

También se preguntó si se habría tomado las mismas molestias con Astrid y Torvi. Ambas habían resultado heridas durante el asalto: la primera por el fuerte golpe que recibió en la cabeza tras ser arrollada por aquel hombretón y la segunda por un flechazo que recibió en el hombro derecho, allá donde el peto de cuero endurecido no la protegía. 

¿Se habría encargado personalmente de sus heridas, al igual que estaba haciendo con ella? ¿O estaba recibiendo un trato especial de su parte, unas atenciones que ni siquiera su propia amante había tenido el placer de disfrutar?

—No deberías haberte molestado —manifestó Kaia con voz pastosa. No había tenido tiempo de pasarse por su casa para cambiarse de ropa y asearse, dado que, tras el interrogatorio de Egil, lo primero que quiso hacer fue asegurarse de que Hilda se encontraba bien, de modo que aún lucía su atuendo de escudera—. Es una herida superficial.

Lagertha negó con la cabeza.

—Aun así, hay que curarla —contradijo.

Al oírlo, Kaia sonrió con picardía. Adoraba esa faceta de Lagertha, tan humana y sensible. Puede que muchos la vieran como una gobernante a la que debían temer y respetar, como una valerosa guerrera que no le tenía miedo a nada ni a nadie, ni siquiera a la muerte, pero no podía decirse lo mismo de La Imbatible. Ella la conocía plenamente. 

Había pasado muchos años a su lado, compartiendo con ella numerosas experiencias, por lo que había tenido la oportunidad de ver todas sus caras, incluso las más ocultas. Conocía a la reina, a la condesa y a la guerrera, pero también a la madre, a la amiga y a la compañera.

Retornó a una expresión neutral, borrando aquella sonrisilla de sus agrietados labios. Los recuerdos de la batalla que había tenido lugar hacía apenas unas horas acudieron a su mente como un puñal recién afilado. Las imágenes de todas las personas que habían caído defendiendo su hogar hicieron que el estómago se le encogiera, dejando un gran vacío en su interior, y la confesión de Egil sobre quién estaba al mando de la milicia que les había atacado seguía resonando en su cabeza. Una y otra vez, sin descanso.

—Harald no se detendrá hasta hacerse con el control de Kattegat —volvió a hablar Kaia, ocasionando que Lagertha alzara el rostro hacia ella—. No parará hasta derrocarte. —El énfasis en esa última locución fue más que notorio.

La rubia se encogió de hombros, justo antes de volver a centrar toda su atención en el corte. Por mucho que se empeñase en aparentar lo contrario, era evidente que la había pillado desprevenida aquella traición por parte del caudillo vikingo. No por la alevosía en sí, sino por el hecho de que se hubiese aventurado a actuar estando él en tierras sajonas.

—En ese caso, tendrá que ponerle más empeño —farfulló Lagertha—. Buscar más bastardos que le hagan el trabajo sucio. —Frunció el ceño, poblando su frente de arrugas, y comprimió la mandíbula con fuerza. La ira aún burbujeaba en su interior.

Kaia exhaló un suspiro.

—¿Qué pasará cuando regrese de Inglaterra? —quiso saber.

—No lo sé. —La soberana también suspiró—. Pero no saldrá impune de esto. Pagará por lo que ha hecho —sentenció con la convicción grabada a fuego en sus titilantes pupilas.

➀ Yggdrasil | VikingosWhere stories live. Discover now