Abigail-Segunda Parte

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Daniel Towson llegó a la humilde morada de los Nowells engalanado con su mejor traje y su mejor carro tirado por corceles blancos. Era su primera visita a Abigail Nowells y quería causar buena impresión. 

—¡Ya está aquí! ¡Ya está aquí! —se emocionó Jane mirando por la ventana sin intenciones de disimular ni aminorar su exaltación.

—A ver... —Catherine se puso a su lado observando el despliegue de brillo y sublimidad que el hermano de Diana estaba ofreciendo en el porche—. No ha reparado en costes... Sí, me gusta para ti, Abby. 

—¡Qué vergüenza! Y nosotros con sólo cuatro sirvientes —se lamentó Patience, removiendo sus manos nerviosa y recolocándose la cofia por quinta vez mientras George preparaba su mejor coñac en un lado del estudio. 

—¡Nina! Ve a abrir —ordenó Catherine a su doncella y Nina corrió a hacer los honores. 

Abigail se mantenía sentada en el sillón, temblorosa y atemorizada. Su familia se estaba haciendo muchas ilusiones, pero ella no estaba tan segura de que aquello tuviera un final feliz. No deseaba más decepciones para los buenos de sus padres, era suficiente con que el resto de los hermanos se casaran apropiadamente. No era necesario llenar los corazones de esperanzas inviables. La madre de Daniel no aceptaría aquel despropósito. Estaba convencida. ¡Pobre Daniel! No quería causarle dolor, ¿por qué se empeñaba en tirarse al vacío? ¿Siendo el vacío ella misma? 

Escuchó la voz del pretendiente ilusionado antes que nadie, así como su aroma a sándalo se filtró a través de su diminuta nariz antes de que pudiera entrar en el salón mejor decorado de la propiedad. Patience ordenó que todo fuera limpiado con esmero así como mandó a traer los objetos de más valor para colocarlos estratégicamente a lo largo de la estancia que ocuparía el señor Towson. 

—Lord Nowells, es un placer verle de nuevo —fue lo primero que dijo Daniel después de ser anunciado mientras rechazaba la copa de coñac que George le ofrecía—. Lady Nowells... —depositó un casto beso sobre el guante de Patience antes de girarse en dirección a Abigail. 

Fueron presentes del destello ambarino de Daniel sobre Abby. Él, verdaderamente, estaba prendado de ella. 

—Vamos, vamos... Dejémosles un poco de espacio.

Patience prácticamente echó a todo aquel que no se llamara Abigail. Y cuando logró que todos los familiares estuvieran fuera, cerró las puertas mientras dedicaba una mirada significativa a Daniel, quien no supo cómo reaccionar ante aquello. Quedó un poco bloqueado por largos segundos. 

—Disculpe a mi madre, señor Towson —Abby lo sacó de su desconcierto—. No puede ocultar su emoción por ver a mi pretendiente —dijo aquello último con cierta timidez, colocando una mano sobre la otra. 

Daniel consideró que estaba más bella que el día del baile. El vestido de muselina azul le quedaba perfecto. Toda ella, era perfecta. Desde sus rasgos esculpidos con un carboncillo hasta su perfume de rosas. 

—No hay nada que disculpar —tomó asiento en el sillón del frente, respetando el espacio personal de la muchacha casadera—. ¿Cómo está, Lady Nowells? ¿Cómo ha pasado estos días de primavera? 

—Estoy bien, gracias por preocuparse por mí, señor Towson. La primavera es el tiempo de plantar prímulas. 

Patience Nowells apretó los puños de indignación desde el otro lado de la puerta, con la oreja bien pegada a la madera mientras Catherine y Jane la imitaban. 

—¿Por qué habrá mencionado que trabaja en el jardín? ¡No es un pasatiempo apropiada para damas nobles! —gritó en un susurro la madre, apoderada por los nervios. Catherine le hizo un gesto para que guardara silencio, lo último que faltaba en aquella escena era que Daniel descubriera a toda la familia espiando. Incluso George estaba en un ladito, con el gesto tenso y todo el sentido del oído puesto en el salón adyacente.

La familia Nowells (Edición especial)Where stories live. Discover now