Luces nocturnas.

5 2 0
                                    

El estremecedor sonido del bombardeo se estrellaba contra el eco de los cuerpos que iban siendo sacados uno por uno del pabellon S-45, lugar donde únicamente se examinaba la identidad de las fuerzas militares que habían sido perdidas en combate, o al menos lo que restaba de ellas. Emiliano era un médico con pocos años de experiencia en el campo, sus encargos eran siempre los mismos, examinar las placas de los cadáveres y mantener un registro de cuántos cuerpos entraban y salían al anochecer. Su rutina lo había convertido en una pequeña locomotora adornada de escasa piel, sus escasos dientes debido a una condición de salud habría tornado todo cubrebocas que usaba como una extensión de sus tejidos, una máscara de piel oscura rodeaba su exterior y un respirar dilatado había consumido sus esperanzas de haber conseguido motivaciones reales para abandonar el campo de batalla.

La radio de la estación permanecía siempre encendida, las noticias se esparcían como un gesto único de humanidad en Emiliano, sus tiempos libres eran dedicados totalmente a la espera de un llamado a las armas de parte de todos lados, su único anhelo era verse atrapado en una lluvia de balas que desconocieran su identidad como uno solo y que le fuese otorgado una muerte absurda, perdido en un mar de placas perdidas, sin identificar.

La noche en la que un cielo verdoso precedió el alba, Emiliano se encontraba un poco más agitado de lo normal, el trabajo había incrementado y el olor de los cadáveres se intensificaba con el paso de los días, pensaba siempre en que mientras dormía el olor no lo haría despertar. El enfermero a cargo que lo acompañaba puso en alerta a todo el pabellon al sofocar su aliento en un grito desesperado, había visto entrar a un cadaver en un estado que era inconcebible incluso para un muerto, Emiliano se apresuró a atender la situación mientras que sus compañeros intentaban alivianar el sufrimiento que había de atrofiar la cordura del delirante enfermero.

El hedor era imperceptible a pesar del gran estado de pudrición de aquel cuerpo, una extensión de órganos sobre los huesos resaltaba por todos lados, a travesado de una espeba nube de humo que irradiaba los más profundos tonos oscúros del conocimiento humano, su tangibilidad era reducida a escasos milímetros de la conciencia humana, se podía apreciar en varias ocasiones cómo el humo formaba distintos patrones de formas aún indescriptibles, siendo más un concepto de cadaver que algo que habría pertenecido a este mundo. Su registro fue desconocido, nadie podía rastrear su origen ni quién había cargado con lo que se encontraba debajo de la manta hacia el pabellón, se planteó en ese momento un plan para esconder todo rastro de tal ente.

Emiliano supo a la brevedad que sus compañeros habían llevado aquella cosa de dimensiones desconocidas con el resto de los cadáveres que aún faltaban por identificar, siendo así decidió ir por algo de tomar para que le calmase el dolor de cabeza que le habría producido tal confusión. Cruzó el pabellon contiguo para llegar a la cocina, donde los restos de comida habían sido acumulados en distintas bolsas que producían un hedor más agradable que los cadáveres acumulados. El aroma hizo que la ausencia de la gente dentro de la cocina fuese imperceptible para Emiliano, quien, tras un momento de espera, decidió regresar a los dormitorios donde seguramente habría guardado algo de sobra.

Al cruzar de nuevo el pabellón, el silencio abrió un túmulo de sensaciones indescriptibles, nadie se encontraba en su respectiva área, todo parecía abandonado, como si el lugar fuese una ruina de una antiguedad incalculable, Emiliano no sabía a dónde dirigirse, todo el polvo acumulado en lo que antes parecía ser una rutina diaria se desmoronaba frente a sus ojos, todo le era inconcebible, solamente un sueño podría haberlo colocado tan bruscamente en un tiempo semejante.

Las vibraciones de su cuerpo aumentaron involuntariamente, era una sensación similar al miedo siendo atraida por los escalofríos más desdeñables que un ser humano jamás pudo haber soportado, su cuerpo se tornó un esclavo del viento helado que comenzó a soplar en el pabellón, sus organos parecían moverse dentro de su cuerpo al ritmo de las telarañas que se hallaban en todas partes. No eran más sus pies lo que lo entregaban a la oscuridad profunda que se encontraba en el fondo del pabellón, donde los cadáveres sin identificar eran acumulados hasta que alguien los registraba debidamente. Una fuerza eterea inundaba sus ojos de distintas direcciones, sin tener realmente una noción de lo que observaba.

La oscuridad penetró su temple como un vívido recuerdo del vacío antes de nacer, fijó sus ojos en un solo punto donde convergía toda la oscuridad en su infinita tempestad. El llanto de un bebé atormentó cada parte de su cabeza, dejándolo casi sordo, de rodillas, a penas pudo percatarse de que enfrente suyo, la forma de una cabeza de bebé posaba su mirada frente a la suya, dominado bajó dos grandes párpados el milagro de una vida desconocida, como si la lentitud del tiempo fuese concebible solo para ese pequeño instante donde aquellos párpados se abrieron como dos gigantes puertas que anunciaban el nuevo cielo y el infierno sobre la tierra.

Las luces estrelladas en la profundidad de los ojos que ahora rodeaban su mirada eran siempre como si un viaje no concretado a través de lo infinito del espacio cabiera sobre su rostro, la tangibilidad de las sensaciones humanas había desaparecido por completo y se encontraban como un lugar inhóspito ante la exploración humana, la otredad en él era un reflejo de la vida y la muerte en aquel continuo azar de oscuridad y luz difuminada. Los pensamientos de Emiliano comenzaron a rastrear los restos de su vida humana, no era un momento, eran todos los momentos del mundo frente a lo que quedaba de su esencia. Unos segundos más que se diluyeron como agua entre el vapor fueron resultado de un brusco respiro, como si aquella enorme cara de bebe humana que se posaba frente suyo comenzara a dar un primer sobresalto, uno donde el llanto suprimia la labor del parto, donde la vida comenzaba y la nada resurgía del olvido.

Todo esto jamás fue registrado oficialmente ante nadie, Emiliano había sido encontrado en las ruinas de la instalación militar, donde nadie supo jamás cómo se concibió su desaparición, dado por muerto, fue enterrado con honores ante la labor que llevaron sus compañeros que se hicieron cargo de que jamás fuese olvidado, sin lágrimas atrapadas en los disparos de un funeral tardío, Emiliano supo con certeza que el fin de su humanidad profesaba el final de los tiempos.

Luces nocturnasWhere stories live. Discover now