9: Soy un imán para los problemas

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Como era de esperarse, el mismo día de la pelea, Jake y yo recibimos una llamada de la jefatura de policía. La tarde siguiente, después de clase, me presenté ahí, respondí a sus preguntas y conté mi versión de los hechos. Como nuestras historias concordaron y Alexander estaba borracho hasta la médula, el comisario, jefe o lo que sea, se puso de mi parte y me recomendó solicitar una orden de alejamiento.

¿Y qué hago cuando venga? ¿Se la lanzo? ―pensé recordando esa película de Jennifer López donde el marido la golpea. Se llama Nunca más, creo.

A pesar de sus buenas intenciones, tuve que rechazarlo. Estoy más que segura que una orden no va a detener a Alexander. Además, no tengo ganas de empezar con un problema legal. Por ahora, me basta con la denuncia y con que el idiota deje de molestarme. No voy a hacer de esto un asunto mayor.

El resto de la semana ha transcurrido relativamente normal desde ese día. Claro, eso sin contar que prácticamente no puedo ir sola a ninguna parte y tengo escuchar el constante murmullo de los rumores en los pasillos y en la cafetería. Resulta que los chicos se han tomado en serio su papel escoltas y, sino vamos en grupo, se turnar para ir conmigo a todas partes. Me acompañan de salón a salón, por los pasillos, a la cafetería, a los dormitorios, a la biblioteca, e incluso cuando estoy harta y sólo quiero alejarme de todos, entonces también van conmigo por la ciudad.

Terriblemente patético.

Lo sé.

Al principio, pensé que se cansarían rápido de todo esto y me dejarían en paz. Pero eso no ocurrió. Luego, creí que si hacía cosas que los fastidiaran, como ir de compras o a la peluquería ―cosas que a mí también me cansan un poco―, ya no querrían acompañarme. Pero los idiotas incluso consiguen la forma de divertirse en esos lugares y continúan ahí. Sabía que esta no era una buena idea.

Por eso mi estrategia en este momento es no salir a ninguna parte. Voy de los dormitorios a las clases y de las clases a los dormitorios. Me paso interminables horas de arresto domiciliario escuchando música, leyendo, terminando proyectos o estudiando para los exámenes. Es inimaginablemente difícil no salir a ninguna parte, pero es aún peor hacerlo. Porque en cuanto digo que voy a tomar un café, o ir a caminar, o lo que sea, ellos comienzan a ponerse de acuerdo en quien me acompañará y no puedo evitar pensar que estoy impidiendo que hagan otra cosa. Sé que fue idea de ellos, pero aun así no me gusta pensar que están interrumpiendo sus vidas para cuidarme.

Sólo espero que todo esto termine rápido.

El ruido de un teléfono me saca bruscamente de mis pensamientos, dejándome un poco desconcertada.

―Lo siento, es mi celular ―la voz de Jake viene desde abajo, y me alzo un poco sobre los codos para verlo.

Está acostado en el suelo con unos libros esparcidos en torno a él y viendo distraídamente la pantalla de su teléfono. Aprieto los parpados con fuerza y luego abro los ojos. Miro a mí alrededor y trato de ubicarme. Estoy en mi habitación, tendida en la cama de Amy y cubierta con una manta.

Ni siquiera puedo recordar en que momento llegué aquí.

Me saco la manta y me siento perezosamente para tratar de aclarar mis ideas. Entonces lo recuerdo. Se supone que estaba ayudando a Jake a estudiar la genética de Mendel.

Por loco y extraño que parezca, él ha sido quien más tiempo ha dedicado a esto de hacer guardia. Lo que, sí, significa que hemos pasado mucho tiempo juntos.

El viernes por la tarde me dijo que este lunes tiene un examen, así que me ofrecí a ayudarlo a estudiar. Debí quedarme dormida.

―¿he dormido mucho? ―me levanto y camino hacia la puerta del baño

Razones por las que no debería amarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora