Carrito de los tesoros [Parte 2]

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La niña dio media vuelta y empezó su marcha de regresó a casa. Estaba


satisfecha con las misiones que hasta ahora había cumplido sin problema, y se


preguntó cuál sería la próxima.


Uno de esos autos con luces rojas y azules estaba frente a su casa cuando ella


llegó. Había visto un par de esos en una ocasión que acompañó a su padre a la


ciudad, y recordó que hacían un ruido muy molesto.


Se deslizó sigilosamente para no ser vista, y se quedó detrás de la puerta para


escuchar. Su padre platicaba con dos hombres. Él lloraba, y ellos intentaban


consolarlo.


«Abuso» y «Asesinato» fueron términos que ella no comprendió, pero era una


niña astuta, e interpretó la conversación: un hombre le había hecho algo muy


malo a mamá y luego había escapado en la oscuridad.


«Lo seguimos buscando, uno de los granjeros alcanzó a verlo mientras huía:


cabello negro, piel clara y una estrella estampada en su playera gris. Parece que


no es de por aquí», dijo uno de los oficiales.
La niña se imaginó al hombre corriendo de noche por el campo. Quizá la


oscuridad le había jugado una broma y había terminado cayendo dentro del


pozo.


Al anochecer, la niña comió su cena sin emitir palabra. Su padre la acurrucó en


la cama y le leyó un cuento para que se durmiera. La luna tocó el violín toda la


madrugada poniendo a bailar a las estrellas.


Al siguiente día, la niña regresó al pozo con su carrito de los tesoros.


Se asomó, y se dio cuenta de que al hombre le quedaban escasos metros por


trepar. Ella lo miró sin odio, sin rencor, sin ninguna de esas emociones que nos


convierten en monstruos, pero con un dejo de conciencia infantil que le dictaba


que debía hacer lo correcto. El hombre miró hacia arriba y chocó con los ojos


grises de la pequeña, unos ojos que parecían hablarle.


La niña buscó en su carrito de los tesoros, y rodeó la navaja de su padre con las


manos. Buscó el lado más delgado de la cuerda, y luego, mientras un grupo de


cuervos salía disparado desde un árbol, la cortó.


Esta vez, la caída fue fatal.

CUENTOS PARA MONSTRUOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora