Al borde

250 62 90
                                    

Camino con comodidad entre los muertos como he venido haciendo todo este último año, pero por primera vez, ya no me siento uno de ellos.
     Allí está, sabía que hoy sí vendría. Me pregunto qué pensará al verme, se le ve triste, aunque de espaldas se vislumbra muy poco el estado emocional de alguien. Quizás necesite pensar que está triste, que realmente puedo salvarla, que mi presencia le hará sonreír.
     Me acerco sigiloso, mis pasos apenas acarician el suelo, puede que tema más a este abismo que a la libertad que prometen doce metros de altura.
     —Has traído los lirios.
     —Prometí que lo haría. Que tú no creas en las promesas, no significa que yo no las cumpla —responde con tranquilidad y firmeza, pero su cuerpo palidece sin remedio y algunos lirios escapan de sus temblorosas manos.
     —Las promesas son estúpidas.
     —Tú también y yo creo en ambas cosas. ¿Por qué has vuelto?
     —Debería decir que, por ti, pero no es cierto, al menos no del todo. Creo que he vuelto por mí.
     —Esa respuesta es aún mejor. ¿Puedo abrazarte?
     —No.
     —Lo sabía, estás muerto. Ya sospechaba yo que algún día terminaría hablando con muertos.
     Su humor negro es casi tan despiadado como el de su padre. Tengo que reconocer que he estado muerto muchas veces, pero hoy no, hoy soy un hombre que sufre, soy un hombre vivo.
     —Muy suspicaz, sabes que no estoy muerto, y la razón por la que no puedes tocarme aún dista mucho del efecto de túnel cuántico. Sigo siendo lo suficientemente sólido como para que los elementos en mis átomos no puedan pasar a través de los espacios vacíos de otros átomos, y viceversa.
     —Vamos, que sigues siendo un pelmazo vivo sin propiedades fantasmales, entendido. Y no puedo tocarte, ¿por?
     —Sí puedes hacerlo, solo que aún no. Antes quiero contarte por qué no lo he hecho, antes quiero que lo entiendas.
     —Un trato justo. Ven, siéntate a mi lado, te escucharé.
     Le hace compañía a los lirios que antes ha dejado caer y me invita a disfrutar de las sensaciones de una hierba perfectamente cortada.
     —Hace un par de días me subí a ese faro...
     —¡Lo sabía! Quería ir allí. No sé, sentí que tú irías y... Nada, fui una estúpida, era tu decisión y yo no era nadie para hacerte cambiar de parecer.
     —Déjame continuar. En realidad, sí que has estado en ese faro... conmigo.
     —Continúa.
     —El caso es que subí a lo más alto y soñé que tú me ayudarías a hacerlo. Que me harías volar... otra vez. Incluso me desaté un par de amarres de cordura y comencé a hablarle al vacío, simulando tu presencia. Yo no te veía, sin embargo, te sentía. Lo primero que hice fue reprocharte, incriminarte con la culpa de una aparición inoportuna. Odiaba que hubieses acabado con todos y cada uno de mis planes, y me odiaba por permitirte hacerlo. Luego fantasee con cómo serían nuestras vidas si hubiese una oportunidad para los dos, para dos almas cual más perdida una que la otra. Me reí de mí mismo por tales pensamientos y te comparé con relaciones pasadas que había hecho fracasar a pesar de predicciones más favorables.
     —Tú y tus medidas insustanciales. ¿Crees que, si las predicciones y probabilidades sirvieran de algo con los sentimientos, el mundo estaría tan jodido?
     —Déjame terminar.
     —Vale.
     Retuerce los ojos sabiéndose poseedora de una buena razón para desarmar mis antiguas teorías, pero no puedo dejar que se haga con el poder de mis sentidos... aún no. Y que conste que entiendo su frustración, es estúpido pensar que alguien que te ama puede aportarte más que alguien a quien amas. Los sentimientos son la única ecuación dónde el orden de los factores sí modifica el resultado. Jamás quise a esas mujeres perfectas, si el sentimiento no estaba en mí, como se supone que iba a modificarme de algún modo. Nos pasamos la vida queriendo cambiar, pero seguimos haciendo lo mismo. Ahora soy consciente de que ella tiene esa habilidad; la de desordenarlo todo, para que cada cosa vaya a su sitio.
     —El caso es que allí arriba, con el frío llenándome los pulmones de heridas punzantes, el alba pintándolo todo en un amanecer único, y tu recuerdo invitándome a volar... no pude hacerlo.
     —¿Tuviste miedo?
     —Sí, tuve miedo a no volver a volar nunca más. No sé cómo vuela un ave, pero por muy tentador que resulte resolver tal enigma, yo prefiero volar a tu lado, con las rodillas destrozadas, el cielo teñido por los colores de tus pañuelos y un dolor nuevo y descomunal ante la posibilidad de que dejes de rozar mi piel y comience a descender.
     —Voy a besarte.
     —Deberías hacerlo, estoy al borde, y ya he decidido no volver a caer.
                                                                   


                                                                   

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Jun 01, 2019 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Pañuelos de Colores Donde viven las historias. Descúbrelo ahora