El último paso

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Algunas personas intentan suicidarse de tal forma que sea menos probable la fatalidad del suceso, como envenenamiento, sobredosis o rasgado horizontal de los antebrazos. Según estudios, los hombres suelen escoger métodos más violentos, como dispararse, saltar de grandes alturas o ahorcarse. Por lo tanto, la probabilidad de que un intento de suicidio a manos de un hombre termine en muerte, es mucho mayor que la de una mujer. Sin embargo, aquí estoy yo, a unos doce metros de altura, siguiendo el diseño de suicidio de una mujer.
     Hay que recalcar que la altura de este pequeño faro no hace alarde de suntuosidad, sobre todo si lo comparamos con el más grande de España, el faro gaditano de Chipiona, con una altura de sesenta y dos metros, se especula que su luz alcanza las treinta millas náuticas. La profanadora de tumbas estaría encantada con un vuelo tan largo, pero ambos tendremos que conformarnos con esta caída de doce metros que parece por descontado igualmente mortal.
     Se dice que cuando alguien está realmente dispuesto a morir, segundos antes está completamente solo. Él y sus circunstancias, no existe nada más. Quizás ese sea mi problema, justo hoy, no logro encontrar esa paz que la soledad regala.
     Doy dos pasos más hacia el borde de una cornisa aburrida de verme divagar y como un trastornado imagino que ella me guía en lo que será mi primer y último vuelo.
     Nunca debí haberte escuchado, nunca debí salvar esas flores de tu ira despiadada, nunca debí perderme en tu sonrisa y mucho menos, haberte tocado. ¡Qué distinto sería todo sin ti! Sin ti, hubiese muerto hace dos días en la tranquilidad de mi despacho. Sé que crees que habría sido una muerte asquerosa, una imagen brutal para quienes me quieren, pero lo cierto es que quienes me quieren no limpian despachos y pocos se hubiesen tomado más de dos días para llorar mi muerte. Estamos diseñados para superar la perdida, aunque nos duela admitirlo, la vida te obliga a seguir adelante, y lo hacemos. A pesar de ello, no he podido cumplir ni uno solo de mis planes, te has aferrado a mí y me has sometido a tus deseos. No dejaba de pensar en este faro, en volver a sentir el viento, el cosquilleo, tu voz. La idea de imaginarte a poco de mí, poniendo flores al otro lado del cementerio; quizás lirios, ¿quién sabe? Tampoco fui capaz de venir aquí el día después de nuestro encuentro. Temía que intuyeses mis intenciones, temía verte, sentirte otra vez. Es de locos cambiarlo todo por una mujer que aprecia la vida tan poco como yo. ¿Qué vendrá después? ¿Te acompañaré a poner flores a la tumba de tu padre mientras te burlas de mis manías? No lo creo, he disfrutado del amor de mujeres estables y sensatas, mujeres que me han respetado tal y como soy… y, aun así, de poco ha valido para mí. Mejor acompáñame, el sol está a punto de salir. Quiero hacerlo cuando el cielo esté pintado con todos esos colores que tanto te gustan.
     Un paso más, puede que el último, creo que debo dejar algo de espacio para tomar impulso.
     Soy consciente de que no estás aquí conmigo, pero a estas alturas nadie va a juzgarme precisamente por hablar solo y a mí me apetece decirte un par de cosas que no puedas escuchar. Mañana, cuando te enteres de que he muerto, no llores, entenderás que, si realmente existe un más allá donde reunirse con todo el que ha partido, tu padre me lo hará pagar. Además, no quiero irme pensando en tus lágrimas, tu sonrisa será mi polvo de hadas particular en este vuelo… como aquel día. Sí, profanadora de tumbas, ese día sentí, me sentí… te sentí.
     Es ahora, el cielo se ha llenado de tus colores y estás allí. Perversa similitud la que tiñen tus pañuelos, son esos los mismos colores con los que envuelves tu pelo. ¿Cuentas conmigo?
    
     Diez, nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres, dos …

 ¿Cuentas conmigo?
     
     Diez, nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres, dos …

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