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—Freya —la niña que había visto en mi sueño anterior se giró  un momento buscando a aquél que la llamaba, esta vez limpia y sin el aspecto demacrado del sueño anterior

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—Freya —la niña que había visto en mi sueño anterior se giró  un momento buscando a aquél que la llamaba, esta vez limpia y sin el aspecto demacrado del sueño anterior. Su pelo era de un rubio muy claro, blanquecino, y su ropa era totalmente diferente a la que llevaba puesta la noche que la conocí.

Imaginaros una niña disfrazada en una película, con un vestido amplio y de estilo semejante al medieval, parecido a juego de tronos. (Admito que a veces soy un poco friki, pero no en el plan que pensáis, es que adoro el rollo de imponer mi poder sobre el resto como cualquier estadounidense medio, no por nada soy el super sexy capitán del equipo de futbol).

Tenía las manos extendidas tratando de mover un objeto pesado, un baúl, de la misma forma que podía mover otras cosas más livianas. Se decidió por usar la fuerza cuando las otras estrategias le fallaron.

Colocó sus manos en la tapa recubierta de piel oscura y seca, sin vida. Y empujó. Sin un mejor resultado, cosa que no me sorprendió mucho teniendo en cuenta que el baúl era casi más grande que ella y que parecía tan pesado que incluso a mí me habría costado moverlo.

— Freya —. Volvió a escuchar y esta vez al girarse vio al que reconocí como su hermano mayor, quién la miraba con una ceja alzada y una sonrisa amorosa, tierna, no como yo a mis hermanas normalmente (me ponían demasiado nervioso)—. ¿Qué estás haciendo?

La niña solo sonrió, como si fuera consciente de más cosas que él pese a tener como al menos doce años menos. Se llevó a un dedo a labios en un gesto de silencio y esperaron para escucharlo. Era apenas un murmullo,o así lo oían tanto ellos como yo, un murmullo que iba subiendo gradualmente su volumen para luego bajarlo, sin llegar a entender si ese sonido contaba algo importante o no.

— Quiero ver qué pasa —contestó por fin, con la voz aguda y dulce de una niña pequeña, como lo era ella.

— No podemos —. La alzó, para así estar cara a cara con ella, cortando de raíz su diferencia de altura—. No queremos que se rompa la promesa ¿Verdad? —. Yo no sabía a qué promesa de referían pero por un momento la niña se asustó. Aunque el tacto de la mano del chico sobre su cabeza acariciando su pelo, la tranquilizó.

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