Una visita deseada

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Una visita buscada

Envolví su manto de noche entre mis dedos, la así de su brazo y sin esperar su consentimiento, me la llevé de allí.

Su carita reflejaba el más cruel de los castigos… la desilusión.

¿En quién iba a creer ahora? ¿Qué le quedaba en la vida? Si el ser que más amaba, se le diluyó de entre los dedos y se deshizo, como se deshace el hielo, al darle el sol.

«Cómo fruta madura». Pensé al instante de mirarla a los ojos y ver su expresión ausente, ida, y no de otra cosa que no fuera el pensarle, regalar sus últimos pensamientos a quién tanto daño la causó…

No pude por menos de abrazarla y regalarla mi aliento, sintiendo en la penumbra de la noche, la soledad de su perfume, su desvaído abandono; su necia manera de dejar que se le fuera la vida por un inocente culpable… (¿Tienen la culpa, acaso los humanos, de dejar de amar, más fácil quizás, que cuando aman?)

Sentí entonces los latidos desbocados de su corazón, y comprendí al instante… ¡Él la mató!

No, no se negó… ¿Quién es capaz de resistirse ante la visita oportuna de la muerte?

DISPARIDAD DE MICROSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora