16.- Estados unidos - Anaheim.

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Anaheim.

Más conocido como «la ciudad donde queda Disney» en el condado de Orange.

Teníamos ya, un par de días en Los Angeles y nos faltaba tiempo para visitar todo, era gigante.

El plan era pasar de Los Angeles al bulevar donde quedaba el paseo de la fama en Hollywood.

Así que a las seis de la mañana estábamos levantados -una más feliz que el otro- y listos para desayunar y empezar el día con energía.

—Amo los desayunos de este hotel —suspiré comiendo dentro de mi sola felicidad.

—Detesto que me despierten temprano —se quejaba Gargamel frente a mí mientras yo reía tomando del te que había pedido.

—Debes relajarte, hombre. Será así durante los próximos meses —reí viéndolo rodar los ojos. Entonces tomé un poco de crema de avellanas y la pasé por su rostro.

—¿Por qué hiciste eso? —preguntó sin moverse.

—Porque es divertido —encogí los hombros y seguí comiendo. Entonces el asintió y volvió a comer.

Cuanto silencio.

—No me subiré a esa cosa, en serio —se volvió a quejar Nate mirando la moto.

—No seas niñita y sube, no pienso volver a tener esta conversación, date prisa que tenemos mucho por hacer. Sube por la izquierda, cuidado con el tubo de escape. Vamos —ordené poniéndole el casco y sentándome. Entonces bufó y subió a la moto.

Y como gracias al Señor, no todo es como en las películas, la persona que va detrás debe sostenerse de la parte de atrás del asiento y no sujetándose del conductor.

Esto solo podría provocar un accidente, y Nate ya estaba instruido sobre el tema.

En Disney habían atracciones para todas las edades y afloraban mi niña interior.

Obligué a Nate tomarnos fotos con todos los personajes que encontrábamos.

Cuando llegó la tarde, decidimos ir al «Hollywood blvd» y yo volví a mi trabajo de fotografiar cada cosa que me interesaba, estaba sacando buenas fotos para mi blog.

El paseo de la fama saco mi lado adolescente, escandaloso, fangirl.

Cada estrella que veía me hacia volver a gritar y Nate estaba considerando sedarme y botarme en algún basurero.

Él mismo me lo había dicho.

Entonces imitadores de Michael Jackson, payasos, mimos me hicieron jalar a Nate hacia ellos.

Pero Nate seguía sin mostrar emociones gratas.

—¿Me puedes decir que podemos hacer para no verte con esa cara de pocos amigos? —pregunté cruzando los brazos.

—Lo siento, hago lo mejor que puedo —me miró cabizbajo y ladeó el labio.

—¿Vamos a comer? —pregunté enpujándolo con la cintura y el asintió sonriendo ligeramente.

Y fuimos a un restaurant cercano al hotel donde hacían las mejores hamburguesas que había probado.

Era una especie de Pinkberry, pero con hamburguesas. Elegías los ingredientes y luego pesaban tu hamburguesa.

El paraíso.

—No puedo creer que te gusten los pepinillos —me quejé mientras caminábamos por las calles con nuestras hamburguesas.

—Pues a ti te gusta el repollo y no me quejo —encogió los hombros dándole un gran mordisco a la suya.

—Pues los pepinillos solo engañan a las personas, yo pensé toda mi vida que eran pepinos pequeños, y no —me quejé dramáticamente haciéndolo reír.

True ColorsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora