CAPÍTULO 2

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JULIA


El sonido de la alarma del móvil interrumpe mi idílico sueño. La desactivo y enciendo la pequeña lamparita de sal para evitar quedarme dormida. Estiro los brazos por encima de mi cabeza desperezándome, y al moverme noto algo sobre mis piernas. Es Champón, mi gato. Está durmiendo plácidamente enroscado sobre sí mismo como una bola de pelos atigrada y de diferentes colores. Al acariciar su suave y largo pelaje, abre los ojos con lentitud, se estira y se acerca a olerme la cara. La primera sonrisa del día asoma en mis labios cuando lo escucho ronronear.

Los gatos son tan libres, carismáticos y elegantes, que tengo la convicción de que nos deberíamos parecer más a ellos, tomarnos la vida con su filosofía y ser más tranquilos, independientes y confiados. Como escribió Mark Twain una vez: «Si se pudiera cruzar al hombre con el gato, sería una mejora para el hombre y una degradación para el gato».

Champón lleva en mi vida desde que tengo uso de razón, y siempre me ha acompañado. Me enseñó el amor por los felinos, y los animales en general. Porque son criaturas extraordinarias, llenas de belleza, y, sobre todo, de libertad.

En el baño empiezo a delinear mis párpados con pintura negra. Me gusta maquillarme y experimentar con los colores, aunque a veces no me dé tiempo o no tenga ganas. Me encanta cómo el delineado resalta mis ojos marrones evocando una mirada felina.El maquillaje es como crear arte sobre uno mismo.

Cuando termino de peinarme el pelo castaño y ondulado que ya casi me llega hasta la cadera, le sonrío al espejo porque me siento bien. Desenchufo el móvil del cargador y voy hasta la cocina aprepararme el desayuno, pero entonces la pantalla se enciende y me doy cuenta de que no es la hora que yo pensaba. Y el corazón me da un vuelco. Son las ocho de la mañana, llego diez minutos tarde a clase.

Al entrar en la aplicación de la alarma me doy cuenta de que la había retrasado para dormir más. ¿Por qué me gustará tanto dormir?

No me da tiempo a desayunar. Cojo unas galletas y voy deprisaa por mi mochila y la carpeta de dibujo. Antes de salir por la puerta, le lanzó un beso a Champón.

Por fortuna, de mi casa al instituto tan solo hay diez minutos andando, así que al ritmo que voy, llegaré en cinco.

Al alcanzar la calle del colegio siento que puedo respirar de nuevo. Me estaba quedando sin aliento, y a pesar de ser otoño, me estoy asando. Miro a través de la puerta cristalina intentando divisar quién de los tres conserjes está en recepción, pero no puedo ver nada. Rezo porque no me toque el gruñón, pero... Tres conserjes, y por supuesto, me toca el peor.

Abre la puerta apretando el botón del mando a distancia de mal humor. Cojo aire antes de entrar, y empiezo a caminar decidida a llegar al aula que me toca, pero su voz pastosa me detiene.

—Llegas tarde. No puedes entrar —me espeta.

—Ya, es que tengo una clase de...

—Me da igual. Llegas tarde —refunfuña interrumpiendo mi intento por exculparme.

Y sé que no voy a llegar a ningún lado.

Blasfemo para mis adentros y suspiro sacando el enfado que hierve en mi sangre. Entonces me doy cuenta de que hay otros chicos mirándome, seguro porque tampoco les ha debido dejar entrar.

Me siento en el otro banquillo, alejada de ellos. No los conozco y no quiero hablar con nadie. Dejo la mochila y la carpeta a mi lado, y me apoyo en el respaldo. Ahora tengo unas perfectas vistas de un señor obeso sentado en una silla, renegando por lo bajo lo que te tiene que soportar, y lo maleducados que son los jóvenes de hoy en día. Pongo los ojos en blanco y saco el móvil para avisar a mis amigas de la situación. Les pido que me informen sobre lo que hay que hacer hoy en clase de Técnicas de Expresión Gráfica, y asípoder empezar, aunque sea aquí, o luego lo tendré pendiente en casa. Mientras espero la respuesta imagino todas las cosas que le tendría que haber respondido al señor gruñón. Como siempre, se quedan en mi cabeza en vez de escupirlas.

La creación de lo prohibidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora