Capítulo dos

163 15 3
                                    

No tengo ni la menor idea de cómo ni cuándo llegué a esta habitación. Es más, ni siquiera sé qué tan grande es, porque está totalmente a oscuras. De lo único que estoy segura es que me encuentro sobre algo blando, algo como un colchón. También puedo agregar que, además de la profunda penunbra que me acoge, un hedor algo desagradable me rodeaba; era como si juntaras los olores propios de un baúl de centurias, y una alcantarilla defectuosa.

Luego de un rato, se abrió una pequeña puerta, y una bandeja con comida fue empujada hacia el interior. Eran un plato de fideos, un trozo de pan, un vaso de jugo y un poco de gelatina de naranja. Como llevaba un par de horas sin comer, mi estómago empezó a reclamar. Me acerqué temerosa y empecé a comer lentamente; no sé en cuanto tiempo más me sirvan comida, por lo cual no debía apresurarme en devorar el plato, y dejar un poco para más tarde.

Me recosté un rato sobre el colchón, y empecé a tratar de hacer memoria sobre ese día. Acababamos de terminar un concierto, y ya nos ibamos junto a mis "chicas" al aeropuerto. Gavi abrió la puerta de la furgoneta y un desconocido se abalanzó sobre él.

-¡ Pero qué...! - gritó Drew poco antes de caer electrocutado al piso.

-¡Drew! - grité aterrorizada.

Gavi, tratando de sacarse al sujeto de encima, me gritó que corriera lo más lejos posible y que no mirara atrás; tuve que hacerlo a pesar de que no quería dejarlos abandonados.

Corrí por las calles de la ciudad, alumbradas por la luna y unos cuantos focos de alumbrado público. Lo hice hasta llegar a un restaurante y pedí ayuda. Como no podían entenderme porque no hablábamos el mismo idioma, les pregunté por el baño haciendo señas. Acto seguido, corrí hasta uno y me oculté en un cubículo con mi teléfono en la mano, con la esperanza de no ser encontrada y poder llamar a alguien que fuese de ayuda.

Traté de ubicar a todas las personas de mi agenda y nada. Mi desesperación crecía con cada minuto sin respuestas, y mi miedo hacía que mi respiración fuese difícil de controlar y mis palpitaciones fuesen cada vez más intensas. No podía creer lo que mis ojos vieron ni lo que mi persona vivió; jamás creí que alguien fuera capaz de planear un secuestro, mi secuestro.

Mi teléfono cayó al piso, y maldije para mis adentros lo torpes que mis dedos se volvieron gracias al sentimiento de pánico. Me agaché para recogerlo y pude ver que un par de pies entraban, eran demasiado grandes y toscos para ser de mujer. Volví a sentir como el terror se apoderaba de mis sentidos. Llegué a sentir tanto miedo, cuando tocaron la puerta del cubículo, que no supe cuando dejé de sentirlo.

- ¿Señorita, se siente bien? ¿Puedo ayudarla?- escuché decir a un joven del otro lado.

Su voz hizo que mi alma volviera a su lugar, y pude abrir la puerta. Mi cuerpo cayó en su pecho y mis brazos lo rodearon, buscando con desesperación la calma que mi ser anhelaba. Una gota rodó por mi mejilla hasta su blanca camisa; una lluvia intensa, amarga y desconsolada la siguió.

Su mano rozó mis cabellos, y con la otra me sostuvo para no caer. Su voz me decía que todo iba a estar bien, que estaba a salvo. Me ayudó a salir del baño, me dio un vaso con agua y empezó a interrogarme. Le conté lo sucedido con los chicos, lo que tuve que correr para separarme de la amenaza, y lo desvalida que me sentí. Él me respondió con hospitalidad y me invitó a su casa hasta que todo pasara. Acepté con gusto. Nos fuimos a su casa en una motoneta. Era una casa sencilla, de un color difícil de identificar a la luz de la luna, y con dos pisos. Se encontraba a unos quince minutos del restaurante.

Me invitó a pasar y me dijo que me diera una ducha para tranquilizarme, mientras preparaba algo para comer. Acepté su oferta, me prestó una de sus poleras y un pantalón, y me metí al baño.

Cuando salí, luego de media hora bajo la ducha, me sentí mucho más despejada. Me vestí y fui a la cocina. Mi anfitrión había preparado algo sencillo, un plato de macarrones con queso, pero se sentía como lo más delicioso del universo.

-Bien, Lindsey, me iré a dormir -.

-¡No! ¡Espera!- lo interrumpí con un grito - no me dejes sola, por favor-.

Realmente, no sé que sentimientos salían a flote cuando le pedí que no me dejara sola en esa habitación, pero por lo menos no hizo caso omiso a ella. El dueño de casa se quedó a mi lado hasta que terminé con mi platillo.

Más tarde, cuando ibamos a ir a dormir, me ofreció dormir en su cama y él dormiría en el sillón frente a esta, para no despertarme cuando tuviera que prepararse para ir a trabajar. Le dije que no se preocupara, que podía dormir en el sofá y estaría bien. Él meneó la cabeza y se negó a aceptar que su invitada durmiera incómoda, sobre todo después de pasar por aquella situación. Finalmente, acepté dormir en la cama. No supesen que momento me quedé dormida, pero si que no desperté hasta la mañana siguiente.

Busqué al joven, que me estaba hospedando, por toda la habitación, con mi mirada, y solo hallé una pequeña nota sobre la mesita a mi lado.

"Lindsey: tuve que salir temprano a trabajar, lo siento. Te dejé el almuerzo en el refrigerador, solo tienes que calentarlo ;)

No llegaré hasta la noche.

Besos"

Sonreí al ver aquella nota. Nunca me había encontrado con una nota tan sencilla y cariñosa como esta al despertar. Y menos de un joven tan encantador y esforzado como él. Además, desde anoche, no ha dejado de ser un total caballero conmigo; fue como un príncipe que llegó a mi rescate. Así que decidí devolverle la mano y hacer algo lindo por él, luego de desayunar.

Me dispuse a ordenar su casa porque, realmente, ni siquiera podía verel piso en algunas partes, sobre todo en su habitación. Felizmente, solo tuve que recoger y guardar su ropa, y uno que otro libro; por lo visto, no solo era una cara bonita y una actitud bondadosa.

Eran las dos con quince de la tarde, y ya había terminado de ordenar la mayoría de las habitaciones, por lo cual di un respiro y me senté a almorzar. Fue un poco aburrido porque él no tenía televisor ni radio. ¡Y ni loca me metía a su computador! Seguramente, tenía cosas importantes como guías de estudio, fotos o alguna cosa que no pueda salir a la luz, y me moriría de vergüenza si le pasa algo a toda esa información invaluable.

Al caer la tarde, me senté en el sillón a descansar: ya había terminado con los quehaceres. Y por supuesto, mi nivel de agotamiento era tal que no desperté hasta que él llegó y me despertó.

- ¿Lindsey, qué estuviste haciendo? ¡Tienes la nariz llena de polvo! - dijo riendo tiernamente.

- Nada, solo quería agradecerte lo que haz hecho por mí - dije limpiandome la nariz con el dorso de la mano.

Durante la cena, le pregunté si podía llamar a mi familia desde su casa porque mi celular no tenía batería. Me prestó el suyo y llamé a Jennifer, mi hermana. Ella quedó un poco más tranquila cuando pude decirle lo que había pasado, y que me encontraba en buenas manos.

-¡Me alegro mucho, Lindsey! Aunque...-.

-¿Qué? - le dije.

-Nada, hermana -dijo un poco extraña - Descansa, hablamos luego - se despidió.

- Ok, hablamos - corté.

Aquella conversación me dejó un poco preocupada. Había algo que no quería decirme, y lo iba a averiguar.

Missing LindseyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora