que subiese la escalera de la sabiduría.

Hasta que se restableciera, no convenía que estudiase mucho el

nuevo alumno; por ello, la tía Jo le buscó entretenimientos en casa, para

que se distrajera. El jardín era la mejor medicina para el chico; trabajaba

como un castor, labraba su hacienda, sembraba habas, contemplaba con

entusiasmo cómo crecían, y gozaba viendo surgir los verdes brotes y los

floridos tallos.

Medio-Brooke era su amigo; Tommy, su protector, y Daisy, el

consuelo de todas sus penas, porque aunque los niñitos eran más

pequeños que él, huía por timidez de los atrevidos juegos de los mayores,

y por instinto buscaba la inocente compañía de los chiquitos.

El señor Laurence no lo olvidaba; por el contrario, le enviaba

vestidos, libros y música, le escribía cariñosas cartas, y, de vez en

cuando, iba a verlo o a llevarlo a algún concierto en la ciudad; en estas

ocasiones, Nat era felicísimo, porque iba a la casa-palacio del señor

Laurence, donde veía a la señora y a la lindísima hija de su bienhechor,

comía sabrosos platos y disfrutaba tanto, que, durante mucho tiempo

después, hablaba de ello de día y soñaba con ello por la noche.

Cuesta tan poco hacer feliz aun niño, que es lamentable que en el

mundo, lleno de alegría y de objetos agradables, haya pequeños con las

caritas tristes, las manos vacías y los corazones apesadumbrados. El

matrimonio Bhaer, que sólo era rico en caridad, recogía así cuantas

migajas podía encontrar para alimento de aquella turba de famélicos

gorrioncitos. Muchas amigas de tía Jo le enviaban desde la ciudad

juguetes, de los cuales sus hijos se habían cansado muy pronto; y en la

compostura y arreglos de esos juguetes encontraba Nat alegre ocupación.

Era muy hábil y ocupaba muchas tardes lluviosas manipulando con el

frasco de goma, caja de pintura y cuchillo, en el retoque de animalitos,

vehículos y mil otros objetos; mientras, Daisy actuaba de modista de las

estropeadas muñecas. Cuando los juguetes quedaban restaurados, se

guardaban en un cajón destinado a proveer el árbol de Navidad para los

niños pobres de la vecindad, que era la forma en que los escolares de

Plumfield celebraban el nacimiento del Niño que amaba a los pobres y

bendecía a los pequeños.

Medio-Brooke no se cansaba de leer ni de explicar sus lecturas

favoritas, y los amigos pasaban muchas horas gratas en el nido del

sauce, entretenidos con Robinson Crusoe, con Las mil y una noche y con

muchas historias que han sido, son y serán encanto y deleite de la niñez.

HombrecitosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora