Capítulo 3: El Paraíso en la Clandestinidad.

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El dolor de haber perdido a Christian, habría de atormentarme por meses.
Pero no era la pérdida de él en realidad lo que me duele, pues es una persona sin escrúpulos que bien me hace al dejar mi vida; sino era el miedo de quedarme sola por siempre lo que me aterraba.

Es el miedo a entregarme, a abrir mi corazón de nuevo, a dejar entrar a alguien de nuevo, eso era realmente lo que me envolvía.

¿Y si me mantenía así por siempre y me quedaba sola?
Sinceramente no sé explicar bien lo que siento.

Quiero sentirme apoyada, quiero sentirme amada, pero no quiero correr riesgos, no quiero involucrar mis sentimientos, no quiero dejar que mi corazón hable por mí.
¿Qué quiero realmente?

No lo sabía, pero la respuesta a ello estaba más cerca de lo que esperaba.

-¡Elle! - dije, irrumpiendo en mis propios pensamientos tal y como ella irrumpió en mi habitación.

-¿Como estás este dia, Amelia?

-Pues...bien, el día recién comienza. - y en realidad, ya me sentía mal. Pero, ¿qué más da? No puedo encerrarme -
¿Te gustaría acompañarme al pueblo en la tarde, Elle?

-¿Yo? Debo permanecer en la cocina del reino.

-¡Vamos! Después de todo soy tu rey.

-Siendo así, como ordene, su majestad. ¿Mando a preparar un carruaje y un par de caballeros para que nos acompañen?

-¡Que prejuiciosa eres! En lo absoluto, iremos caminando, y solamente tu y yo.

Y así fue, después del almuerzo, me vestí adecuadamente cual majestuoso caballero y mandé llamar a mi acompañante.

Elle bajó vestida cual sirvienta, que sí que lo era, pero al menos había de esforzarse un poco.

Ya en el pueblo, le pedí que me acompañara a donde el herrero. Hace unas semanas había mandado a hacer una nueva espada y ya estaba lista, pues aunque al principio aprendí a luchar por obligación; con los años le tomé amor a las artes bélicas. Era mi afición coleccionar espadas, estoques, dagas y todo tipo de cortopunzantes.

Ya con ella en mis manos, pedí a Elle que caminaramos hasta las afueras de Bellemere.
Bellemere es la capital de Boscastle. Donde vivimos y desde donde se gobierna. En sus afueras se encuentran unos hermosos campos, que casi nadie frecuenta.

Al llegar allí, lancé mi vieja espada al suelo y empuñé la nueva.

-Tomala, te enseñaré a luchar, Elle.

-Amelia, ¿has enloquecido? ¿qué propósito tiene esto?

-¡Ninguno! solo quiero probar el filo de esta espada y compartir contigo éste arte.

-Me niego, una mujer no es digna de tal "arte".

Mis nervios se sobresaltaron al escuchar aquellas palabras.

-Las espadas ven la dignidad de la persona, son ciegas a todo lo demás...Y por eso mismo, no mirarán quien eres antes de asesinarte.

Lancé un pequeño estocazo hacía ella para que estuviera alerta.

-¡¿Qué haces?!

-Ya que no quieres dejar que te enseñe, tendrás que aprender a la fuerza.

Después de un rato de esquivar mis golpes y de bloquearlos sin mucho ánimo, las cosas no se tornaban bien.

-Ya me cansé de esto, su majestad. Lanzó el acero al suelo frenéticamente.

-¿Qué pasa? ¿Tienes miedo? ¿Por Qué no te dejas llevar?

-Algunas personas intentamos mantener la postura, quedarnos en el lugar que nos corresponde y no estar causando problemas a todos.

-¿Por qué te encanta que te digan que hacer? ¿Por qué eres tan perfecta siempre?

¿Crees que tu madre estaría orgullosa del muñeco manipulable que eres?

-¡No hables de mi madre!

-Ella era una persona que sabía lo que era disfrutar la vida, estaría muy decepcionada de ti.

Aquello fue lo que quebró su alma.

Tomó el arma del suelo a una velocidad imperceptible, y antes que me diera cuenta había penetrado en mí abdomen en un ataque de ira.

Antes de que ella misma se diera cuenta lo que había hecho, sus ojos empezaron a brotar en llanto cual fuente sin esperanza.

-¡L-lo s-siento! ¡No era mi intención, Amelia! Lo juro, sabes que nunca trataría de lastimarte - decía entre sollozos que me causaban una gran gracia.

Todo ocurrió tan rápido que apenas noté que mi mano estaba llena de aquel carmesí líquido que brotaba de mis entrañas.

Elle me llevó rápidamente en brazos a algún lugar cercano de aquel campo. No noté que el dia ya estaba oscureciendo, cuando súbitamente caí inconsciente.

Cuando desperté estábamos en una pequeña cabaña, abandonada al parecer. Estaba con el abdomen descubierto, y mi herida perfectamente vendada. Elle reposaba su sollozante rostro en mi brazo.

-¿Ya has despertado? Estaba muy preocupada por ti.

-Me siento mucho mejor, muchas gracias.

-Lo siento muchísimo, sabes que no te haría daño. Perdóname por favor.  Todo es mi culpa.

Sus ojos cristalizados y aquellas lágrimas que bajaban por sus mejillas me conmueven.

-Todo está bien, tranquilízate.

Limpie sus ojos con mi mano suavemente. Y nuestros ojos se conectaron en una fracción de segundo que pareció ser eterna. Mi dedo se deslizó por su rostro, desde sus mejillas hasta sus labios. Los acaricié suavemente, dejando al descubierto mis deseos.

-¿Q-qué haces? - Su voz intentaba quebrarse, pero no parecía disgustarle.

-Deja de ser tan prejuiciosa, vive el momento - Dije sin vacilar.

En aquel momento pasé mis manos a su cadera y empecé a tocarla en formas que parecía nunca haber experimentado. Ella, haciendo caso a mi sugerencia, me despejó poco a poco de mis ropas, y yo seguí un poco más adelante en ella.

Entre besos y calor, descubrí su verdadero yo y pude acallar su alma. Pude ver plenamente quién era, literalmente al desnudo. Mis dedos bajaron rápidamente para encontrarse con la humedad de su estremecido cuerpo.

La pasión brotaba, cada parte de su cuerpo se aceleraba a mí toque. Sus senos se erizaban con el tacto de mi lengua que jugaba con sus pequeños pezones. Su espalda y sus piernas se retorcían de una manera que parece que rogara por más.

Y yo estaba dispuesta a enseñarle más.

No sé si ésta es la manera correcta de llenar el vacío en mi corazón, pero por lo menos la más placentera sí es.

Al día siguiente volvimos al castillo como si nada. Estos encuentros se repitieron cada vez más. Y cada vez más intensos.

Aquello es lo que llaman el paraíso en la clandestinidad.

BADLANDS. Fragmentos de una historia olvidada.Where stories live. Discover now