━ 𝐗𝐗𝐕𝐈𝐈𝐈: ¿Por qué eres tan bueno conmigo?

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—Hola.

Drasil viró la cabeza hacia su derecha, topándose con la inconfundible figura de Aven, que la contemplaba con una mueca afable coloreando sus facciones. Los labios del aprendiz de herrero se curvaron en una tímida sonrisa, ocasionando que un par de hoyuelos se formaran en la piel subyacente de sus mejillas.

—Hola —saludó la castaña.

Aven tomó asiento a su lado. En tanto lo hacía, Drasil lo escrutó con sumo detenimiento, aprovechando aquellos segundos en los que el muchacho permanecía distraído. Estaba más delgado que cuando abandonaron Kattegat y tenía el pelo más largo, lo que provocaba que algunos rizos se deslizaran serpenteantes por su frente y sus sienes. Por no mencionar la barba de varios días que le oscurecía el mentón.

Lucía diferente. Parecía más adulto, más maduro.

—Eres muy escurridiza, ¿lo sabías? —pronunció Aven, una vez que se hubo acomodado a su lado. Flexionó las piernas y apoyó los codos en sus rodillas, adquiriendo una pose desenfadada. La mirada interrogante que le lanzó la aludida le instó a seguir hablando—: Apenas hemos podido estar juntos desde que llegamos a Inglaterra —indicó, a lo que Drasil se rascó la nuca con cierto nerviosismo.

Un nuevo ramalazo de culpabilidad le atravesó el pecho. Era en ese tipo de situaciones cuando se arrepentía de haber manipulado al aprendiz de herrero, de haberlo utilizado de ese modo tan ruin y rastrero, simulando que había algo entre ellos para que nadie pudiera sospechar que con quien realmente tenía encuentros íntimos era Ubbe.

Durante el viaje en barco le había seguido la corriente, correspondiendo a sus cortejos e insinuaciones. Al principio empezó como un juego, como una mera táctica de distracción, pero con el paso de las semanas se había convertido en algo mucho más agobiante y fatigoso.

Le había dado alas, y ahora no sabía cómo cortárselas.

—Están siendo unos días muy ajetreados —se excusó al tiempo que se colocaba un mechón rebelde detrás de la oreja. Se odió a sí misma por no ser capaz de contarle la verdad, por no tener el valor suficiente para acabar con aquella farsa, con esa mentira que ella misma había tergiversado.

Sus pulmones parecieron encoger de tamaño cuando los dedos de Aven aprisionaron su mentón, forzándola a que lo mirase directo a los ojos. Las falanges del chico no titubearon a la hora de deslizarse hacia la piel de su pómulo derecho, donde se tomaron la libertad de acariciar un pequeño corte, el mismo que uno de los soldados del rey Ælla le infligió con su espada mientras se enfrentaban a muerte.

Drasil tragó saliva. La cercanía entre sus respectivos rostros logró agitarla hasta límites insospechados. Era consciente de que el aprendiz de herrero no lo había hecho con mala intención, que tan solo se preocupaba por ella, pero no podía evitar sentirse incómoda ante su proximidad y contacto.

—No es nada —musitó la skjaldmö, justo antes de zafarse de su agarre.

A Aven no le pasó por alto la extremada rapidez con la que Drasil se había apartado de él, como si su simple roce le desagradara. Apretó los labios en una fina línea y clavó la vista en el suelo. Sus mejillas se habían arrebolado a causa de la vergüenza y el apuro.

La hija de La Imbatible pasó nuevamente el filo de su cuchillo por la piedra de amolar, buscando con aquella acción que la mente se le despejara. Su cabeza se había convertido en un hervidero de reproches por la actitud que estaba teniendo con el joven, tan fría y distante.

—¿Puedo verlo?

Aquella interpelación bastó para que Drasil volviera a alzar la mirada hacia Aven, que ya no parecía tan azorado. Una nueva oleada de culpabilidad la embargó de pies a cabeza, haciéndola sentir aún más miserable. Estaba jugando con él y sus sentimientos.

➀ Yggdrasil | VikingosWhere stories live. Discover now