De todas formas, eso no importaba, o al menos no lo hacía en nuestro terreno. Entre alumnos jamás se usaba tu clase como insulto. Mismamente, en nuestro grupo, teníamos a varias personas que asistían a clases bajas. Gally pertenecía a la "D" y yo hasta hace dos años, cursaba en la "C", así que tampoco era algo que importase.

¿Y es que había cosas que realmente importasen?

No, en realidad.

En nuestro día únicamente importaba si eras del grupo o no. Y era fácil clasificar a la gente, ya que en nuestra pandilla no pasábamos de más nueve personas. Nos conocíamos entre todos, y lo mejor era que los demás también nos conocían.

Bueno, quizás no todos lo hacían.

Y yo fui el primero en percatarme de esa pequeña diferencia al toparme con una delgada figura a lo lejos escribiendo en mi pupitre. Bueno, más bien sobre mi pupitre. Parecía agobiado, trazando letras de forma desesperada con el lápiz en mano. Me giré hacia Harry, pero este ya se había distraído con Aris, dedicándose a apoyarse cada uno a un lado del marco de la puerta y rapear a Clint para meterle prisa. No tuve ni que asomarme al pasillo para saber que ese último iba a hacer caso omiso de ambos y seguir con su pereza mañanera.

En vez de unirme, decidí dejarme guiar por la curiosidad y acercarme al intruso que ocupaba mi sitio de clase. No se percató de mi llegada hasta que me senté en una esquina de la mesa de un salto y moví su cuaderno, haciendo que el bolígrafo se deslizara medio centímetro en la hoja. Me asomé para poder disfrutar de mi obra de arte, pero cuál fue mi sorpresa al toparme con casi veinte tachones iguales al que yo había provocado.

—¡Eh, tú!— le di un golpe en el hombro para llamar su atención, ya que el otro intento había resultado fallido. En esta ocasión si me miró. Levantó torpemente su cara y me miró con los ojos muy abiertos.

—¡Ah!

¿Se acaba de asustar? Sí, definitivamente lo había hecho. Solo con verme, había empujado la mesa, desorganizado aún más todo el material que éste traía encima, y se alejó varios centímetros un despegar el culo de la silla.

—¿Qué haces?— pregunté con desconcierto. O repugnancia. O ambas cosas. Algo me decía que ese chico iba a ser un rarito insoportable.

—¿Cómo has aparecido de la nada?— ahora si empezó a acercárseme, volviendo a ocupar su lugar, o más bien, "mi' lugar. Sin esperar una respuesta a su pregunta, o proporcionar una a la mía, prosiguió con su tarea—. Una partícula en presencia de un campo gravitatorio se ve afect-

Fruncí el ceño y sin pedir permiso le quité el cuaderno de mi mesa, observando por primera vez de cerca lo que demonios estuviera haciendo el rarito sin nombre. Cuando reaccionó, intentó recuperar sus apuntes -porque sí, eran apuntes de física- pero se lo impedí, dándole la espalda y manteniéndole a distancia con mi otra mano. No tardé en perder el interés, y a los pocos segundos cerré el cuaderno y lo lancé a la primera mesa que encontré.

—¡Eh!— le solté, haciendo que por la presión que ejercía momentos antes, tropezase hasta casi caer de frente. Cuando volvió a mirarme con el rostro enfadado, yo ya me estaba riendo en su cara. Quizás ese chico resultara ser más entretenido de lo esperado—. ¡Eso era mío!

—Y la mesa donde escribías era mía.

—¿En serio?— me miró sorprendido, seguidamente a la mesa, y luego a mi de nuevo. Asentí con extrañeza por su comportamiento, y sin que se lo tuviera que decir, se apresuró a recoger lo que faltaba de material, apiñándolo todo entre sus delgados brazos. Parecía un niño pequeño, y cada vez me encajaba menos que su nombre estuviera entre la lista de mi clase—. Lo siento mucho, no sabía que era tu mesa.

—Claro.

—¿Yo también puedo tener mi mesa? ¿Cuánto cuesta?

—...

—¿Crees que me dejarán pintarla cuando la compre?— me quedé mirándole en silencio, intentando analizar si era una broma o hablaba totalmente en serio. Para mi desgracia, la sinceridad de sus ojos me empujaba a la última opción.

—No puedes comprar mesas del centro.

—¿Eh? ¿Y como es que tú tienes una?

—No es mía, idiota.

—Pero tú dijiste que era tuya— ladeóla cabdza, haciendo que las cosas que sostenía en sus brazos se balancearan ligeramente—. ¿Me has mentido entonces?

—¿Qué?— fruncí el ceño y me puse la mano por el pelo. No entendía una mierda. Me sentía confuso que ni sabía qué responder. Parecía una maldita cámara oculta, ese niño no podía estar hablando en serio. O tenía un problema, o me estaba tomando el pelo.

No me dio tiempo a averiguarlo, porque la profesora hizo su llegada a la clase en el momento, y el castaño se marchó tras encogerse de hombros, como si la parte rara de la conversación hubiera venido de mi parte. Agarró su cuaderno ya que resultó que la mesa donde yo lo había dejado, ya estaba ocupada. Y una vez pudo sostener -no con facilidad- todo el material en las manos y la infantil mochila de iguanas colgada en su espalda, se dedicó a recorrer la clase lentamente en busca de algún sitio. Todo el mundo, incluida la profesora, nos quedamos en silencio, sorprendidos por su inocente comportamiento.

—¿Es de alguien esta mesa?— preguntó cuando halló una vacía en primera fila junto a la papelera.

No podía creerlo, realmente lo había dicho. Miré incrédulo a Aris, quien a pesar de comprender menos que yo, parecía divertido con la situación. Varias risas inundaron la clase, pero pronto se vieron apaciguadas por la voz de la profesora.

—La mesa no pertenece a nadie— comenzó a explicar, encendiendo de nuevo las ganas de reírnos. Al primer sonido, volvió a fulminarnos con la mirada, acallando a cualquier persona que pensase expresar algo que no fuera silencio. Luego volvió a mirar al nuevo y prosiguió hablando—. Señorito...

—Thomas.

—Oh aquí estás— señaló un nombre en la lista y sonrió satisfecha—. Ahora haga el favor de sentarse, señorito Edison.

Ese mismo nombre y apellido fueron los que salieron en un susurro de los labios de Harry, dándome a entender quién sería nuestro próximo juguete. Y algo me decía que sería muy entretenido.

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