Carta 34.

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Esa mañana el bombillo de la cocina se fundió; lo miré por un minuto intentando ver que haría con ello.
Era obvio que necesitaba cambiarlo; pero no sabía cómo alcanzaría esa altura.

Necesitaba ir al supermercado por una bombilla nueva. Antes de hacerlo me senté a la mesa a comer una galleta soda y un vaso de yogurt en un intento por hacer descansar las horribles nauseas matutinas.

Me estaban volviendo completamente loca.

Charlotte llegó a mi lado y luchó por subirse a mis muslos; sabía justo lo que buscaba, mi vaso de yogurt.
La ayudé a subirse y de una tomó mi vaso en sus manos y lo llevó a la boca, sorbiendo pequeños tragos; acaricié su cabecita y acomodé su sedoso cabello de bebe, aún era mi pequeñita bebe.

Al mirarla, podía ver la imagen y semejanza de su padre. Lo Ferguson le salía por los poros, su estructura ósea era idéntica a la de Jean. No entendía como nadie, aparte de Cameron, se había dado cuenta de que ella era su hija.
Todas las mañanas al ver su rostro me lo preguntaba.

Cuando ambas terminamos con nuestras meriendas fui hasta el cuarto de mi pequeña y tomé un gorro para colocárselo.
Se veía hermosa como ninguna, me hacía charla y yo intentaba seguirla.
Era más balbuceo que cualquier cosa, su pereza de hablar la dominaba.

La tomé como una muñeca y la llevé hasta el supermercado; muy típico de ella era llegar corriendo con un helado en su mano.
Yo tenía un terrible antojo de papas de tubo.
Así que ambas salimos comiendo del supermercado, además de la bombilla de repuesto.

Al llegar a casa Charlotte corrió al patio trasero, ya con el azúcar haciendo efecto en su cuerpo, siempre a perseguir los perros de Cameron.

Mientras tanto, intenté averiguar cómo cambiar la bombilla; recordé haber visto una escalera por algún lugar y fui a buscarla.

Cuando al fin di con ella; me subí y cambié la bombilla.

Intenté limpiar un poco el cielorraso alrededor, estaba manchado por los fastidiosos mosquitos.
Al intentar bajar tuve un pequeño resbalón; no me di cuenta en qué momento caí, solo me vi en el piso con un fuerte dolor de cabeza.

Me levanté del piso con dificultad y volví a guardar la escalera, aun cuando el agudo dolor en el cuello y hombros intentaba impedírmelo.

Tomé una pastilla y me recosté en el sillón, olvidando que eso había pasado.
Mi pequeña no tardó en llegar y acostárseme en un rincón. Acaricié su espalda por largo rato; al parecer ambas nos quedamos dormidas por el resto del día hasta que Cameron llegó del trabajo y nos despertó.

Charlotte se bajó de mí, y después de saludar a Cameron, salió gateando de la sala.

Al levantarme, todo me dolía demasiado y me costaba moverme.

Cameron no duró mucho en darse cuenta de que algo no andaba bien conmigo; simplemente le dije que no me sentía bien.

Me ayudó a levantarme y me llevó hasta la habitación, al notar que mi problema era muscular se ofreció a darme un masaje.

Traté de impedir que lo hiciera; él acababa de llegar del trabajo, debía estar exhausto. Yo era la que necesitaba complacerlo por todo el trabajo que había hecho ese día.
En fin, no logré ganarle; siempre se salió con la suya.
Gracias a ello me sentí un poco mejor; más cuando sus masajes terminaban en algo más que simplemente eso.
Él tendría su retribución; aunque me ponía nerviosa dejar a Charlotte sola por la casa en tan largo rato.

Esa noche, Cameron no duró mucho en quedarse dormido; estaba cansado, era considerable.
Después de la cena, Morfeo lo alcanzó rápidamente.
Mi pequeña hija y yo no dormimos hasta ya entrada la noche, después de una ronda de películas y golosinas escogidas por ella.

Al fin llegó la hora de llevarla a la cama. Al principio se negó, luego de un rato logré convencerla diciéndole que yo la acompañaría hasta que se durmiese.

La limpié y cambié para luego acomodarnos a ambas en la cama.
Ella durmió poco después.
Yo me quedé disfrutando del cálido abrazo de mi nena por un rato más.

De pronto sentí como si alguien me mirara; elevé la cabeza intentando buscar esa energía desconocida en la habitación, pero no logré encontrarla. De igual modo, mi corazón se aceleraba descontroladamente, con miedo, lo primero que se me venía a la cabeza era si al levantarme me encontraría con Biel ; él después de tantos años seguía siendo el motivo de mis miedos y la razón de mis pesadillas.

¿Cuándo dejaría de perseguirme?
¿Por qué nuestras vida juntos no se había separado en el divorcio?

Si algo estaba claro era que jamás quería volver a verlo en mi vida; menos volver a vivir cerca de él.

Aun con nervios reincorporé mi cabeza a la almohada. Ahora no me levantaría, sabía que alguien andaba por ahí; mi sexto sentido jamás me había fallado.

No dejaría a mi muñequita sola.

Luego de unos minutos, su aliento resopló a mi oído; me congelé al escucharlo y aunque me sorprendía, no le tenía miedo; sus palabras me dejaron en suspensión:

"Siempre supe que era mía", dijo él.

Levanté la cabeza, topándome con sus ojos claros que lograban hipnotizarme y hermosa nariz.

¿Qué hacía a esas horas en mi casa?

No le dije absolutamente nada, ¿qué pretendía con esto?

Acortó la distancia entre nuestros labios y me besó con la pasión con la que siempre lo hacía.
Como siempre, en contra de mi voluntad.
Su descaro empezaba a impresionarme; Cameron, mi prometido, su mejor amigo estaba en la otra habitación, nuestra habitación.

Luego de soltar mis labios, besó mi frente para luego inclinarse y besar la mejilla de Charlotte quien continuaba dormida.

Jean salió de la habitación y yo me senté sobre la cama; quedé boquiabierta mientras escuchaba sus pasos alejarse. Esto cada vez se ponía peor, ya no sabía ni que sentir con ello.

En ese momento y después de todas las veces en que él me besaba; sentía furia, mucha... furia.

¿Por qué se empeñaba en algo así?
¿Por qué no podía dejarme en paz?

Cuando los sueños son mas que fantasías ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora