El video

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El video debía de ser una de las cosas peor filmadas que había visto en su vida. Ni siquiera la calidad de la cámara del iPhone con el que había sido grabado lograba disimular lo mal enfocado y editado que estaba.

“Es una completa chapuza”, pensó Emilie, forzando la vista para observarlo con detenimiento mientras ignoraba las notificaciones que inundaban su móvil. Casi todas avisaban de nuevos mensajes en sus chats de WhatsApp y Facebook —era presidente estudiantil y directora del periódico del instituto—, aunque había un par que anunciaban que había sido etiquetada en fotos de su fallida celebración de Halloween. Todavía no había nadie mencionando el video, pero pronto sería de lo único de lo que querrían hablarle.

En la pantalla, apenas se distinguían los perfiles de los dos protagonistas sobre una cama, iluminados por la débil luz de una lámpara de mesa. El audio, a diferencia de la imagen, era perfectamente distinguible.

Los débiles quejidos de dolor de Claire y los gruñidos de Jeremy se oían con nitidez en aquella grabación monstruosa titulada, debido a la crueldad o la falta de imaginación del editor, “La primera vez de Claire”. De su Claire.

Claire Montblanc no sólo era la protagonista de un infame video sexual subido “anónimamente” en el grupo de Facebook del instituto Rhodes que por suerte sólo llevaba diez reproducciones y tres comentarios hasta ese momento, sino que también era su hermana pequeña, la perfecta princesita de la casa.

¿Cómo era posible que la misma chica frágil a la que había ayudado a quitarse el disfraz de mariposa unas horas antes mientras le narraba entre sollozos ahogados su ruptura con Jerry —¡el mismo Jeremy del video!— apareciera ahora en las redes sociales expuesta en toda su intimidad?

En no era estúpida. Sabía muy bien que el cretino que había filtrado el video desde una cuenta falsa era el mismo chico mimado al que conocía de toda la vida. Y ya era hora de ponerle un alto.


Summerhill era una zona agradable en medio de la agitada Toronto. Tenía un encanto clásico, en parte debido a las viviendas con arquitectura de la Regencia como la que se alzaba a mitad de la calle. La casa de los Lake se erigía tan orgullosa como sus dueños y ocultaba el mismo interior desagradable.

Simon la esperaba en el jardín exterior cuando bajó de su bicicleta, aún con el pijama puesto. Estaba tan enojada que había salido de su casa apenas terminó de ver esa atrocidad, deteniéndose sólo para ponerse las zapatillas de deporte. A él lo había llamado mientras recorría el corto trayecto entre ambas viviendas y no había contado con que aparecería para brindarle su apoyo, aunque lo agradecía. Cuando se acercó a darle un beso se dió cuenta de que su cuerpo entero temblaba, pero el joven tuvo la delicadeza de no mencionarlo.

—Roman insistió en acompañarme en cuanto supo que había un problema con Claire. Se quedó en el auto… Creo que está enamorado de ella —le comentó con un dejo de diversión mientras  ella se dirigía hacia la puerta.

Emilie se giró hacia él y lo miró con el ceño fruncido.

—¿Le contaste lo que pasó? —inquirió con rabia apenas contenida. ¿Desde cuándo la intimidad de su hermana se había convertido en algo de interés público?

Simon esbozó una mueca de disculpa.

—Sólo le dije que tenía que acompañarte a resolver un problema suyo. No soy un insensible, Em.

Emilie se relajó, le dió un rápido apretón a la mano del muchacho para darse valor y luego volteó para tocar el timbre de la casa con más fuerza de la necesaria. Sabía que Sebastian no la regañaría por eso. Estaba segura de que no se encontraba ahí a pesar de que fuera un domingo por la mañana. Si algo sabía del padre de Jeremy era que nunca estaba en casa.

Entre espinas y esquirlasWo Geschichten leben. Entdecke jetzt