III Lettre

130 13 0
                                    

Querida Charlotte:

El día después de conocerte, nada salió como esperaba. En la mañana, camino al estudio, derramé mi café en los pantalones de un tipo excedido de hormonas que medía unos veinticinco pies. Con el pómulo raspado y la boca sangrando, llegué finalmente solo para encontrarme una nota en la puerta que decía: “Julian, si estás leyendo esto, Camille fue lo suficientemente estúpida para olvidar llamarte. Día libre, escuálido, nos vemos mañana.  Kia.” Débil y enojado, volví a mi departamento para encontrarme con un basural viviente. El pequeño gato malhumorado de mi refinada vecina se había metido por la ventana, y había considerado oportuno destruir mi sillón importado de Rusia de los años 40. Como si fuera poco, mi estomago rugía y la alacena estaba vacía.

Pero luego te recordé; Cabello corto, ojos color miel, piel como la nieve y altura perfecta. Todo pareció tener una divertida solución con tu presencia en mi mente.

 ¿Y qué si mi rostro parecía sacado de una película de terror? Podría asustar niños a la salida de la escuela.

¿Y qué si mi estomago estaba dando un concierto de rock? Podría volverse famoso.

¿Y qué si mi día se había arruinado por completo? Aún quedaba la noche.

Pero no tenía tu número, solo tu nombre. ¿Cuántas Charlotte Moreau podría haber en Francia, y cuán difícil podría ser encontrar a la indicada?

Busqué un poco de dinero y me fui al café de la esquina, donde las facturas de miel podían alegrarte toda una vida. ¿Puedes adivinar quién estaba allí? Claro que puedes, eras tú. Tu cabello color ceniza estaba recogido en un pañuelo, tus medias eran opacas y combinaban con tu falda plato y tu remera de Syrtar1.  Sé lo de la falda porque tú me lo dijiste, de otra forma solo hubiera sido una falda para mí. Lila lucía adorable, con un collar rojo y una remera negra. ¿Porqué ustedes siempre visten bien? Me gustaría que Lila contestase eso. Me acerqué a tu mesa, y no puedo describir tu cara de alegría al verme. Pero aún no sonreías, al menos no con la boca.

    —¡Que coincidencia! Me acabo de dar cuenta de que no tengo tu número, y le decía a Lila: “¿Cómo he podido olvidar pedírselo? Debo haber estado loca.” El destino, el destino.

        —¿Con que hablando con Lila, huh?

        —¿De nuevo con lo mismo, Julian?

Lo había olvidado por completo. Sonreí abiertamente, y esperé que hicieras lo mismo. No lo hiciste.

       —Lo siento. ¿Te invito un café? —No perdería otra oportunidad contigo.

        —Ya tengo uno, pero gracias por el gesto.

        —Entonces yo lo pago. Pide lo que quieras.

Hablamos por horas. Música, libros, comidas, ciudades; todo parecía ser interesante salido de tus labios. Después de unas horas, como el idiota enamorado que era y lleno de coraje por la cercanía, trate de ser el Don Juan que toda chica adora, y te pregunté:

        —¿Por qué eres tan hermosa?

Y tú, con esa forma adorable de hablar que tienes, respondiste:

      —Si te lo digo es trampa. Y no quieres quedar como un mal jugador, confía en mí.

Y sonreíste. Finalmente me sonreíste. Fue la primera sonrisa que me dedicaste, y allí, por primera vez en mi vida, me sentí completo. Gracias por completarme, Charlie. 

                                                                                                                                               Tuyo, Julian.

Nuestros Días de LluviaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora