Capítulo 30

4.1K 350 20
                                    

Sonreía, pero las manos le sudaban mientras caminaba hacia la persona que sostenía su nombre. Aún no había tocado suelo japonés, pero ya se sentía allí al ver los múltiples letreros que le hacían saber que ya no estaba en su país de origen.

Tras largas horas de viaje Leticia quiso hacer una parada en uno de los locales de comida que estaban en el aeropuerto para empezar a saborear la gastronomía japonesa, aunque unas hamburguesas MC Donald también la tentaban. Al final decidió probar arroz con anguila, sopa miso y fideos sin olvidar el delicioso sake. Una vez satisfecha decidió ir a recorre un poco los comercios del aeropuerto aprovechando para comprar golosinas japonesas.

La despedida con su abuela había sido tan dolorosa que no supo en qué tiempo dejó de llorar, ni siquiera llevaba dos días separada de su abuela y ya la extrañaba, nunca se habían separado tanto tiempo como lo harían en esta ocasión y aquello le provocaba abatimiento.

Llegó el momento en que le tocó esperar hasta que junto a algunos becarios los trasladaran al lugar que sería su residencia durante las prácticas profesionales. Una vez que estuvieron todo el trayecto fue agradable porque todos tenían altas expectativas y estaban motivados para trabajar y aprovechar al máximo aquella oportunidad. Se sorprendió saber que ese programa se había extendido a nivel nacional y que nadie de su ciudad estaba en ese grupo. Aunque también mencionaban que en algunas horas llegaría un nuevo grupo.

Sonrió al mirar el hermoso paisaje a través del vidrio. Aun no podía creer que estaba en Japón. Le parecía un sueño y estaba segura que al despertar lo asimilaría mejor.

Cuando llegaron a su destino les asignaron pequeñas habitaciones que a pesar de estar reducidas estaban bien distribuidas para tener todo lo necesario a su disposición. Afuera estaba la lavandería y cocina, así mismo que los baños para compartirlos con los demás compañeros de piso.

Se sentó en su cama y probó todos los botones que tenía el teléfono que le habían entregado para descubrir de qué trataba cada uno. En ese lugar todo era innovador y eso le encantaba. Una gran y nueva experiencia le esperaba y estaba dispuesta a aprovecharla.

Como no podía dormir decidió ponerse a practicar el idioma y así al menos entender algunas palabras o desenvolverse mejor.

Tokyo era diferente, había investigado y descubierto que era la metrópolis más grande del mundo incluso la población era el doble de la de Nueva York, aquello podía evidenciarse a simple vista.

Algunos compañeros estaban reunidos en la parte de la sala planeando qué hacer con el tiempo libre que tenían antes de reunirse con todos y darle las instrucciones básicas para su estadía. Prontamente reconocieron a Leticia y la incluyeron en el grupo que estaban planeando pasear hasta donde les alcanzara el día.

Fueron hasta el metro y se bajaron en paradas importantes y concurridas que les dieron paso a conocer algunos lugares que a algunos compañeros les habían recomendado e indicado que visitaran. También pudieron comer los deliciosos y perfectos rollos de sushi que los dejaron amando más la ciudad. No olvidaron pasear por las enormes y llamativas tiendas de moda juvenil. Un día no era suficiente para disfrutar una ciudad que invitaba a devorarla por completo. El cansancio no les impidió seguir disfrutando hasta el último momento permitido. Quedaron en ir a un karaoke la próxima ocasión hasta completar todas las cosas que experimentarían.

—Creo que ha llegado el mejor momento para leer Tokio Blues de Haruki Murakami —comentó una chica que iba delante de ella mientras los demás reían.

Leticia sonrió, pero enseguida recordó a Ismael porque justamente ella le había prestado ese libro para leerlo y aun no se lo había devuelto. Pensó que en ese momento a él no lo importaría perderlo con tal de no volver a verla otra vez.

Se concentró nuevamente en las hermosas luces que adornaban la ciudad y se propuso empezar a tomar muchas fotos, un pasatiempo que entre tantas cosas había dejado a un lado por los últimos acontecimientos, además las fotos le servirían para enviárselas a su abuela para que ella también formara parte de lo que ella iba conociendo. Al final decidieron ir a un bar y beber un poco antes de subir al edificio. Volvió a sentirse feliz por la compañía que tenía, pero aun así volvía a sentirse sola, aunque estuviera rodeada de personas que hablaban su mismo idioma en otro país.

Cuando decidieron que era suficiente por el día fueron cada uno a sus piezas para dormir. No podía negar que por momentos se sentía nerviosa porque no sabía si podría desenvolverse en aquel país y en la empresa que le asignarían, aun así, se esforzaría por dar lo mejor de ella, aunque tuviese que hacer un gran esfuerzo.


Al día siguiente se levantó muy temprano a pesar que dejó todo listo en la noche. No quería quedarse dormida y que eso la llevara a llegar atrasada y dar una mala imagen desde el primer día. Llegó a la cocina y vio que algunos ya estaban desayunando, saludó y empezó a prepararse algo sencillo que no le llevara mucho tiempo. Miró a algunos de sus compañeros y algunos le parecía nuevos y otros que ya había visto el día de ayer mientras que a otros saludó con más emoción porque con algunos de ellos había ido a pasear el día anterior.

Mientras tomaba el último trago de té sintió que su teléfono vibró, así que lo miró enseguida.

Leonel: Te extraño, Leticia. No sabes cuánto me haces falta.

Empezó a responder que ella también lo extrañaba, pero borró el mensaje. Miró el techo y cerró sus ojos con fuerza tratando de reprimir las lágrimas. Pensó que no estaba bien que empezara otra vez con ese círculo vicioso. Necesitaba estar tranquila allí y libre de preocupaciones. Además, también quería aliviar los sentimientos de culpa que llevaba encima luego de los sucesos que habían desencadenado la situación con Leonel y Lucas. No era fácil borrar de su mente los besos y caricias a los que estuvo expuesta, reconoció que su cuerpo anhelaba todo eso, pero también empezó a creer que solo era deseo, deseo que podía encontrar en cualquier hombre y Leonel en cualquier mujer.

Se levantó enseguida para ir a su habitación y conseguir tratar de relajarse antes de bajar a la reunión que tenían programada. Cuando iba saliendo se chocó con alguien.

—Perdón —dijeron al unísono cuando ambos colisionaron en la puerta.

Sus cuerpos se quedaron paralizados al fijarse que el mundo era tan pequeño como para encontrarse en Japón y en el mismo edificio. Al parecer el destino estaba empeñado en unirlos una vez más.

Ismael fue el primero en hacerse a un lado para que Leticia tuviese el paso libre de volver a su habitación.

—¿Hasta cuándo me vas a ignorar, Ismael? —preguntó a un paralizado hombre que no fue capaz de responder.

La inocencia de tu piel Donde viven las historias. Descúbrelo ahora