━ 𝐗𝐗𝐕: Como las llamas de una hoguera

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Porque ella era como las llamas de una hoguera, como el fuego que crepitaba en su interior: apasionada y vehemente, arrolladora e impetuosa. Era, en otras palabras, un auténtico torbellino, un huracán que había irrumpido en su vida de la manera más repentina e inesperada posible. Aquella jovencita de lengua afilada y bravo corazón había puesto todo su mundo patas arriba. Y él... él no había hecho nada para impedírselo.

—Es muy guapa.

La voz de Hvitserk, que permanecía sentado a su lado, con las piernas flexionadas y un cuerno de bjorr* en las manos, hizo que saliera de su ensimismamiento. Ubbe lo miró de soslayo, pudiendo reparar en la mueca divertida que coloreaba sus facciones.

—Es ella, ¿verdad? La chica de la que me has hablado —prosiguió Hvitserk debido al silencio de su hermano mayor, que se mostraba algo reticente a contestar a su pregunta—. Drasil, ¿no? —indagó.

Ubbe asintió, justo antes de darle un nuevo sorbo a su hidromiel.

—Me has contado algunas cosas sobre ella —volvió a hablar el más joven—, pero estoy seguro de que te has ahorrado los detalles más jugosos. —Esbozó una sonrisilla pícara, acompañada de un sugerente movimiento de cejas. El primogénito de Ragnar y Aslaug, por el contrario, negó con la cabeza—. ¿Te has acostado ya con ella? —quiso saber, bajando minuciosamente el tono de voz.

—Hvitserk... —lo reprendió Ubbe.

Era en esos momentos, cuando el susodicho trataba de tirarle de la lengua para estar al corriente de todo lo que había sucedido en su ausencia, mientras navegaba por el mar Mediterráneo, cuando se arrepentía de haberle revelado ciertos aspectos de su relación con la hija de La Imbatible. Obviamente había detalles que se había guardado para sí mismo, como el beso que le robó en la puerta de su casa o las noches de pasión que habían compartido. No porque no confiara en él, ni mucho menos, sino porque aquella información podía llegar perfectamente a oídos de Ivar, quien siempre se las arreglaba para estar al tanto de todo. Y eso era lo último que quería.

—¿Qué? ¿No puedo sentir curiosidad por la mujer que le ha absorbido la sesera a mi hermano? —inquirió Hvitserk, burlón—. Porque a mí no me puedes engañar: sé que entre vosotros dos hay algo. —Le apuntó con el dedo índice en un gesto acusatorio.

Ubbe tuvo que comprimir la mandíbula para no carcajear.

Cuando de féminas se trataba, Hvitserk poseía un sexto sentido.

—No digas tonterías.

—Ubbe, te conozco mejor que nadie —puntualizó el menor—. Sé cuándo te interesa una chica. Y por la forma en que la miras, esta te gusta. Y mucho. ¿O acaso lo vas a negar? —apostilló.

El mencionado suspiró, consciente de que estaba en lo cierto. Hvitserk siempre había sido su mayor confidente; el vínculo que les unía era poderoso e inquebrantable. Amaba a sus otros hermanos, por supuesto, pero de todos ellos Hvitserk era con el que más afinidad tenía. Habían crecido juntos y compartido numerosas experiencias —además de amantes—, por lo que no era de extrañar que se conocieran tan bien.

Una punzada de remordimiento le atravesó el pecho, arrancándole un leve carraspeo. Se sentía tremendamente mal consigo mismo por no haber sido del todo sincero con él, por no haberle hecho partícipe de sus idas y venidas con Drasil. Y es que la skjaldmö había insistido tanto en que nadie debía enterarse de lo que había surgido entre ellos que no le había quedado más remedio que fingir también con él.

—Es complicado —se limitó a decir.

—¿Complicado? —El segundogénito de Ragnar y Aslaug arqueó una ceja.

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