– ¡Largo de aquí! –gruñó exasperada, lanzándole la última almohada que quedaba sobre su cama; su hermano de 15 años le ponía los pelos de punta.

– ¡Por cierto, mamá dijo que si no bajas en este instante no te prestará el coche! –gritó Lucas detrás de la puerta.

"¡Demonios!" Pensó Virginia mientras se colocaba lo primero que tenía a la vista: una camisa, un short de mezclilla y unas sandalias con tacón bajo fue lo que encontró a lado del ropero en el montón de ropa limpia de su desorganizada habitación.

Fijó la vista en el reloj colgado en la pared. Dio un salto al leer la hora, un minuto más de retraso y no llegaría a la cafetería a comprar su almuerzo, como era su rutina. Se cepilló el cabello y se maquilló muy sutilmente, se puso una base, se rizó las pestañas, se aplicó el rímel, un poco de rubor, un brillo de labios y salió rayando. Bajó las escaleras lo más rápido que le permitían las piernas. Su madre la detuvo antes de que saliera por la puerta principal.

– ¡Virginia! – la voz de su madre la hizo regresar sus pasos hasta la barra de la cocina.

– ¿Qué sucede madre? – preguntó con cierto malestar al notar que había dos bolsos en el sillón de la sala.

– ¿No saludas a tu hermana? Llegó hoy en la mañana.

– Voy tarde, debo irme –objetó con tono casi desesperado.

– Aún tienes tiempo, no seas grosera. Tu hermana ha hecho el esfuerzo de venir a visitarnos.

– Hola, Zarah, qué bueno que nos concedes un poco de tu valioso tiempo– dijo mientras le daba un fugaz abrazo a su hermana mayor.

– Jajaja, siento no poder venir más seguido, he estado ocupada con el trabajo – Respondió la joven con una sonrisa que a Virginia le parecía la más hipócrita del mundo. Por un lado sabía perfectamente que la expresión de su hermana al decir: "lo siento" era meramente un intento por ser cortés y por el otro lado agradecía profundamente no tener que verla todos los días.

Zarah era 11 años mayor que Virginia. Ambas hermanas eran muy diferentes. Zarah era el producto del primer matrimonio de su madre, mientras que Virginia, Lucas y Leah eran hermanos del mismo padre. Rondaba los 30 años, sin embargo se veía mucho más joven. Siempre iba impecable con ropa de marcas carísimas que podía costearse gracias a su empleo de arquitecta. Se había graduado con honores, su madre siempre la ponía de ejemplo y presumía de su excelentísima hija con sus amistades, los diplomas a nombre de Zarah estaban enmarcados por toda la casa, junto con sus trofeos de los campeonatos de gimnasia a los que asistía cuando era pequeña.

La pobre Virginia había crecido desde su infancia escuchando siempre las mismas palabras: "¿Por qué no eres como tu hermana?", "Deberías ser igual a Zarah", "Zarah siempre hace lo que es correcto", "Zarah esto, Zarah aquello", "Nunca podrás superar a tu hermana, ella es mejor que tú por mucho". Y por si no fuera poco su hermana siempre se regocijaba por las constantes adulaciones que recibía de todo el mundo, convirtiéndola en una persona frívola, arrogante, caprichosa y poco noble.

– ¡¿Qué es lo que llevas puesto?! – mencionó con horror la castaña.

– Ropa– obvió la más joven.

– No me digas que saldrás a la calle con esos trapos...– dijo de vuelta Zarah tratando de ocultar su tono despectivo.

– Los dices como si me hubiera vestido con las cortinas de la sala – contestó secamente.

– Virginia. No seas maleducada, tu hermana simplemente está tratando de darte consejos. Demuestra aunque sea un poco de respeto – le reprendió su madre, indignada –. Ve a cambiarte, no quiero que mi hija ande mal vestida.

El Reflejo de VirginiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora