iii. Hace cien años

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HACE CIEN AÑOS

A pesar de haberse quedado quieto en su lugar durante algunos minutos, ningún monstruo se había decidido a atacarle

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A pesar de haberse quedado quieto en su lugar durante algunos minutos, ningún monstruo se había decidido a atacarle. Y lo agradeció internamente. En ese momento se encontraba caminando lenta y cansadamente sobre la nieve de un blanco puro. Sus pies se hundían en la misma impidiéndole avanzar con la rapidez que le gustaría. Llevaba una media hora caminando de vuelta al Templo del Tiempo, que se veía a lo lejos, por lo que empezaba a cansarse bastante. Sin embargo, había algo que le impedía detenerse. Siempre había sido muy curioso, no podía negarlo, y necesitaba saber qué era lo que pasaba con el rey. Al llegar cerca de una cuesta tuvo la idea de sentarse en el pobre escudo, si es que se le podía llamar así, y deslizarse hasta la parte baja del lugar, cerca de la entrada. Pero no pensó mucho en el descontrol que tendría al no poder controlar el trozo de madera. Intentaba detenerse hundiendo los pies en la nieve, algo que solo causaba más inestabilidad. Al final acabó cayendo del escudo y rodando por el manto níveo hasta que chocó con un gran trozo de hielo.

—¡Auch…! —exclamó sin poder evitarlo, sobándose la cabeza para que dejara de dolerle. Se ayudó del hielo para levantarse—. ¿Eh…?

Entrecerró los ojos para observar a través de la estructura, encontrándose sorprendido y levemente horrorizado al contemplar qué era lo que se había congelado. Era una muchacha joven, a la que a pesar de no ver muy bien era capaz de distinguir que era delgada, alta, e iba vestida con pantalones, prendas de abrigo y botas altas. Se preguntó cómo habría llegado allí, y si seguiría viva. Algo dentro de él esperaba que sí. Palpó su espalda distraídamente, tomó una lanza de madera que había conseguido después de vencer a un par de bokoblin. La clavó en la nieve. Después comenzó a rebuscar entre las cosas de su alforja hasta que dio con lo que estaba buscando. Un pequeño trozo de piedra negra —obtenido del rompimiento de una roca— que le serviría para prenderle fuego al arma. Así lo hizo. Luego se sentó a su lado, sobre los copos de nieve, en espera de que el gran bloque de hielo se descongelase. No estaba muy seguro de si funcionaría, pero cuando, segundos más tarde, unas pequeñas gotas de agua fría empezaron a escurrirse por todo el bloque no pudo no esbozar una pequeña sonrisa. Durante la media hora siguiente se entretuvo haciendo figuras con el manto blanco a su alrededor, pues no tenía mucho más que hacer. Sin embargo, dio un salto sobresaltado cuando, al mirar hacia la estructura helada, tan solo se encontró a la muchacha de su interior inconsciente en el suelo. Se apresuró en tomarla entre sus brazos, sin sorprenderse al notar que estaba frígida. La subió a su espalda como pudo, dejando que la cabeza de la muchacha descansara en su hombro derecho.

Pronto se encontró a sí mismo caminando apresurado hasta el Templo del Tiempo, con la joven a cuestas y con un sentimiento de preocupación inundando su pecho. No era consciente del porqué, pero suponía que tenía que ver con lo familiar que le resultaba la chica. «Tal vez la conocía», pensó. Después de todo, no recordaba prácticamente nada de antes de despertar, así que podría ser una opción bastante probable. También tenía la gran duda de cómo es que había acabado congelada de aquella forma, pero ella podría aclararle esa duda cuando despertarse. Al menos, eso esperaba.

𝑶𝑷𝑬𝑵 𝒀𝑶𝑼𝑹 𝑬𝒀𝑬𝑺      →       ᴛʟᴏᴢDonde viven las historias. Descúbrelo ahora