1-¿Qué tenía el lago?

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Sinceramente, nunca me gustó ir a misa. Sigo sin saber si era porque el cura del pueblo en el que vivía era mayor, y su voz era tan monótona que me causaba el mismo efecto que una nana o una lista de reproducción con sonidos de olas chocando con las rocas, una necesidad casi inmediata de cerrar los ojos y dejar de prestar atención a mi alrededor. Pero si había algo peor que una misa convencional era una misa de funeral. Era como si la pena, la impotencia y la angustia se densificaran entre las paredes de la iglesia y se hicieran cada vez más grandes, como si el eco de la voz del padre Humberto les diera más peso, y el peso cayera sobre todas las personas que se levantaban o se sentaban según lo que escuchaban. La muerte es trágica, pero creo que esta tradición lo único que hace es obligar a las personas a estar más tristes de lo que podrían estar. No le veo sentido al llanto ahogado de la familia del joven fallecido, el hurgar en la llaga del hecho de que ya no está en vez de mirarlo con otros ojos. Si de mí dependiera este asunto, dejaría que lloraran todo lo que quisieran, pero que no se olvidaran de recordar al chico por los buenos momentos. Si no, te hundes en la miseria. Lo sé de primera mano. Aunque la causa de la muerte, en este caso "bajo extrañas circunstancias", no debe ser de gran ayuda. Y menos al tener sólo 17 años. Los hijos no deberían morir antes que los padres, eso es lo que se suele decir. Por mucho que duela la muerte de los padres, también.

Estaba entretenido pensando en cualquier cosa mientras el padre Humberto interpelaba a toda mi clase en su totalidad porque "habíamos perdido a un buen compañero", nótese la hipocresía que cargaban ahora sus oraciones, cuando noté algo chocar con mi brazo. Miré hacia el suelo, y pude identificar que el objeto lanzado contra mí era ni más ni menos que una bola de papel. Qué originales. Miré hacia la dirección de la que sabía que procedía y, efectivamente, sus miradas estaban clavadas sobre mí como flechas en una diana, sólo que a ellos los acompañaba una sonrisa y un gesto burlón. Ni siquiera en la misa para la muerte de un compañero tanto suyo como mío me dejarían en paz. Supongo que se aburrirían. Supongo que, como ellos no tenían nada que ver con la muerte de un chico irrelevante para ellos, no tenían por qué empatizar con nadie. Una falta de humanidad absoluta. A veces deseaba que cambiaran de golpe, sin explicación. Y a veces deseaba que desaparecieran.

— ¿Sucede algo, Tristán?

Giré la cabeza hacia la mujer a mi lado, cogida de mi brazo para poder sostenerse en pie. Era Mila, la mujer que me acogió en su casa y a la que yo ayudaba a cambio de poder vivir con ella. Su hijo era compañero de trabajo de mi padre, y cuando él y mi madre fallecieron y me quedé sin familia ni padrinos, decidió proponerme ese trato. Sólo tenía 13 años, pero comencé a ayudar a Milagros desde entonces. Al fin y al cabo, ella ya era un estorbo para su familia.

Curvé la comisura de mis labios y negué con la cabeza para tranquilizarla. Ella tenía suficiente con su vida, no le iba a molestar con la historia de cómo mis compañeros de clase no me dejaban vivir en paz. Ella sonrió de vuelta con una pincelada de tristeza y volvió a mirar hacia el frente. Yo eché aire por la nariz e imité sus acciones.

—...y nos acompañe el recuerdo de Aitor hasta el fin de nuestros días. Id a portar paz.

Un "demos gracias al Señor" conjunto del cual yo no fui partícipe fue lo último que se escuchó en la capilla antes del barullo usual de pasos y susurros que se dirigían hacia el exterior. Mila y yo esperamos un poco para salir, puesto que le era muy difícil andar y además se empeñó en darle el pésame a la familia. No sabía qué relación guardaba con ellos, pero Arboleda es un pueblo pequeño en medio del bosque y en la ladera de una montaña, por supuesto que todo el mundo se conoce.

Seguidamente volvimos a casa. Aquél era el último día del luto, después de una semana desde el fallecimiento, así que la mañana siguiente me tendría que poner el despertador de nuevo. No me hacía especial ilusión, y es fácil de adivinar el por qué. Realmente nunca he entendido por qué la tomaban conmigo, pero supongo que así funciona eso que llaman "acoso escolar". No me gusta usar esa palabra, en realidad. Siento que hay gente que lo pasa peor que yo, a la que pegan palizas, que viven en un infierno y creen que no tienen salida. Lo mío empezó como ciberbullying, pero cuando me deshice de toda mi tecnología, se empezaron a reír de mí en clase. Nada más. Risas y más risas, a veces me quitaban el dinero, intimidación y agotamiento. Era agotador, realmente. Pero ya está.

La voz de las BrujasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora