12 de marzo de 2011

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Santa Marta tiene tren, pero no tiene tranvía. Tampoco un buen alcantarillado. Para la época en que me gradué del colegio tampoco había diseño gráfico profesional. Ahora sí lo hay, aunque, por desgracia, el alcantarillado todavía no. Por ese motivo, me fui a estudiarlo a Cartagena.

Luego de aprender muy abruptamente a tomar el transporte público en esa ciudad, me di cuenta de la existencia del Metrocar. Consistían en un conjunto de buses con aire acondicionado, una bendición en medio del bochorno de la ciudad, pero lo malo es que era todo un proceso cogerlas, pues pasaban cada diez minutos, y cuando pasaban no le cabía un alma más.

En fin.

Todo lo anteriormente mencionado lo comenté para contextualizarlos en el sueño que tuve una de esas tantas noches universitarias. Comenzó conmigo esperando en una calle concurrida, hasta que apareció un Metrocar y me monté. En el momento en que estiro la mano para pagarle al chofer, me doy cuenta de que éste no es nadie más y nadie menos que Al Pacino. No salí de mi asombro ni siquiera cuando me maldijo en italiano para que soltara la plata. Haciendo un esfuerzo sobrehumano por no caerme, giré el cuerpo para mirar a los demás pasajeros, pero nadie parecía estar sorprendido de ver al protagonista de El Padrino, botando el sudor como lágrimas en la tierra del Joe Arroyo. Volví pues la vista al frente y ahí seguía él su retahíla en italiano mientras atravesaba los trancones de Basurto. Aquel simple bus urbano iba por toda la Avenida del Bosque como si fuese un carro de Fórmula 1, y aun así los demás pasajeros iban sorprendentemente calmados.

El sueño acabó conmigo bajándome a los pies de la India Catalina, no sin antes escuchar a Al que me dijo: "Tú eres grande, no lo olvides". Yo fruncí el ceño y ahí me quedé embobada hasta que lo perdí de vista.

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