Wärme

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Te arrojaste de cara al suelo. Tus rodillas se estrellaron contra el suelo metálico mientras llorabas frente a mí, abrazando tu pecho como si fuera tú único salvavidas. Las grietas grisáceas se extendían por tu piel blanca como un río sin cauce.
Icor dorado resbalaba de tus muñecas y caía al piso igual que lluvia ácida. Las lágrimas que se deslizaban por tu rostro brillaban con el ultimo atisbo de vigor que te quedaba, tu divinidad se evaporaba como néctar sobre las llamas del infierno.
Tu fortaleza de lava desataba un calor más fuerte cada vez, llegando a quemar las puntas de tu largo cabello blanco y derritiendo la corona de oro puro que adornaba tu cabeza. El preciado metal escurrió en gruesas gotas por tu frente, salpicando tu toga hecha girones.
Habías llegado a tejer mi realidad con finos hilos de bronce trenzados entre tus dedos.
Tu mirada me cegó tanto... Te adueñaste del brillo con la misma facilidad que lleva soplar un diente de león. Me hiciste ver todas las cosas al cerrar los ojos cuando me besaste.
El caso es que no pasó lo mismo contigo. Antes me pediste decirte que no te estabas volviendo loco, me gritaste que te daba miedo perder el control, te lastimaste tratando de esconder tus fragilidades en palabras muertas sobre tus labios.
Cada vez que trataba de acercarme a ti, un muro de lava ardiente se levantaba, apartandome. El dolor de tus sollozos inundó la sala, tus uñas perforaban tu piel en forma de medias lunas. Las grietas escalaron hasta tu cuello como enredaderas amenazantes, cada vez más frías, más hirientes.
Caminaste entre mis sueños aún cuando yo desaté corridas en tus pesadillas. Me salvaste de la guarida del león al mismo tiempo que yo te perseguí como un animal salvaje. Me protegiste de tus propios miedos incluso cuando yo mismo era el más grande, luchaste en mis batallas mientras que yo firmé las tuyas.
Todo, por no haberme dado cuenta. Te amé tanto, que olvidé decírtelo cuando más lo necesitabas.
Ya eras un dios. Sangrabas icor, tus lágrimas eran néctar, las telas que vestías se usaban como sudarios. Representabas cada cosa importante, cada grandeza, cada mar y cada océano, las constelaciones que se formaban desde las marcas en tu piel.
Y aún así, la tristeza te hacía placajes contra el suelo.
Y aunque intenté ayudarte, sólo empeoré todo. Alimenté a los monstruos que rasguñaban tu espalda. Dejé que te acurrucaras en mi pecho y escucharas mis latidos confundidos retumbar contra tus anhelantes oídos. Dejé que pagaras mi incesante idiotez, mi necesidad de insistir por tus sentimientos cuando yo ni siquiera había aclarado los míos.
Vulkan, tú, mi valentía, mi oración, mi osadía, mi chico.
Necesitaba encontrar la forma de gritar. Gritar que te quería hasta donde la locura me permitía.
Quería que dejaras de contenerte.
-te amo, Vulkan.
El tiempo se detuvo a nuestro alrededor. Todo flotó más lento, en el instante de calma antes de la tormenta.
Entonces, con furia, levantaste la cabeza y gritaste mi nombre. El intenso río de lava que te rodeaba estalló con ímpetu silencioso, disolviéndose en gotas rojas que se quedaron levitando en el aire durante indefinidos segundos antes de esfumarse en un soplo de aire fresco. Tu mano se extendió hacia mí, y yo, sin pensarlo, corrí junto a ti.
Levanté tu mentón, húmedo por las lágrimas y lastimado por el calor del oro derretido. Me miraste. Las rendijas dilatadas de tus pupilas echaban chispas, y el gris cenizo de tus iris se revolvía como magma secándose.
Entonces, un pesado ardor se expandió por mi estómago, obligándome a romper nuestro duelo de miradas. Bajé la vista, encontrando tu puño clavado sobre mí.
Solté un gruñido, esbozando una delgada sonrisa. Me esperaba ese golpe más que nada. Podría haber pasado el fin del mundo antes de que decidieras abrazarme primero.
En realidad, lo que me sorprendió fue que apenas me dio tiempo para tomar una bocanada de aire antes de sentir tus labios sobre los míos. Tu mano empuñada se abrió sobre mi vientre y me empujó al suelo aún caliente.
-perdón-murmuré en medio del urgente beso que me dabas.
Te separaste un momento de mí y recorriste mi cara con esos eléctricos orbes de los que eras dueño.
-te odio, Feuer.
Acaricié tu rostro, retirando los restos de metal dorado.
-lo siento mucho, Vulkan.
Tu expresión se suavizó. Los relámpagos dejaron de tronar en tus ojos mientras una última lágrima se deslizaba por tu mejilla y viajaba por el dorso de mi mano hasta evaporarse.
-basta, Feuer.
-te amo, Vulkan.
Volviste a besarme, y en el primer segundo, una cálida chispa crujió en tus dedos enrollados sobre mis palmas.
La paz volvió en ti. Tus volcanes se sumieron en reposo poco a poco, relajándose mientras te dejabas caer sobre mi pecho.
-te amo, Feuer.

💀

Slow Down - One Shots (Activa)Where stories live. Discover now