~Sr. Hartright (1/?)~

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—¿Cuando viene?

—Se supone que llega hoy— dijo calmada.

—¿¡HOY!?

—No grites hija— dijo amenazante.

—¿Como que viene hoy? ¿Por qué no me lo dijeron antes?— dije enojada.

—Tenes que hacer lo que te digamos, así que no estas en posición de reclamar nada. Ahora, quiero que te vistas con el vestido violeta.

—Lo odio, es de los mas incómodos.

—Esos modales— dijo en un tono amenazante.

—Perdón, pero me alteró la noticia.

—Si, ya me di cuenta.

Sin decir mas me fui a mi habitación. Al llegar me dejé caer frustrada sobre la cama, grité en mi almohada, y me puse el estúpido vestido.

No duré ni una hora dentro de esa tortura estúpida a la que llaman vestido; al cabo de un rato me puse un vestido rojo con encaje negro, no tenía tantos adornos como el violeta y me era mucho mas cómodo, sin mencionar que era abismalmente mas fácil ir al baño.

Estuve hasta la hora del almuerzo tratando de dibujar un rostro que pareciera humano, fallando en el intento, y después de comer, (momento en el que mi madre de percató de que no tenía el vestido que ella quería), se me ocurrió que lo mejor que podía hacer para no estar tan aburrida y no frustrarme con mis inexistentes dotes artísticos, era simplemente caminar por el jardín pasando los dedos por las hojas de las plantas.

Después de un rato caminando con ese no tan cómodo vestido, estaba harta, fui hasta la pequeña laguna que estaba prácticamente al final del terreno, me aseguré de que no había nadie viéndome, y comencé a desvestirme hasta quedar en ropa interior para después saltar al agua con todas mis ganas.

No supe cuanto estuve ahí nadando alegre, pero en cuanto salí el sol amenazaba con esconderse para dar paso a la noche, comenzaba a hacer frío. Con una parte de la falda del vestido me sequé lo mejor que pude, no me molesté en tratar de arreglar el nido de pájaros que era mi cabellera, me vestí, y fui directo a la mansión para tratar de arreglarme lo mas rápido posible para que nadie me gritara por "no actuar como una señorita", al carajo eso, no pienso ser una señorita si eso significa no divertirme nunca, quiero hacer de todo y con suerte si puedo tomar té, y NI SIQUIERA ME GUSTA EL TÉ.

Al llegar no pude ignorar que parecía no haber nadie; el susto de estar sola me duró como 5 segundos, después me invadió como una ola una paz casi absoluta, caminé por los pasillos yendo tranquila hacia mi habitación. Una vez que llegué, me puse un vestido celeste que tranquilamente podría pasar por un camisón mal adornado, me hice una trenza, y fui a la cocina en busca de algo para comer.

En la cocina estaba Sally casi corriendo con unas ollas.

—¿Pasa algo?— pregunté sorprendiéndola.

—El señor Hartright ya llegó— dijo nerviosa— ¿No se vistió todavía?

—No le veo nada de malo a estar cómoda.

—Yo tampoco le veo lo malo, pero su madre la va a matar si la ve así, le aconsejo que se vista como ella le dijo.

—Si... Debería... Pero primero, vine a buscar algo de comer, ¿Hay pan?

—Está en la canasta de la mesada— dijo señalando a la canasta.

—Gracias— Agarré unos pedazos de pan y me fui devuelta a la habitación.

Me dejé caer en la cama mientras comía, estaba cansada, tenía hambre, debía vestirme con ropa elegantemente incómoda, tratar a todos como si fueran la gran cosa y la mayoría no eran mas que un dejo de persona en un desgastado cuerpo humano.
Resignada me puse un vestido que mamá adoraba, era verde oliva, ajustadas mangas largas, tenía una especie de corsé dorado, una falda que caía como una cascada sobre un par de capas de otras telas; me puse unos no muy cómodos zapatos negros con detalles dorados que una tía lejana que nunca había visto me había regalado, me hice un peinado simple, practiqué la mejor sonrisa que pude con las ganas que tenía de ver gente, y me dirigí al salón en busca del inglés.

◇Crush◇Donde viven las historias. Descúbrelo ahora