MATILDE y ANGELINA

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MATILDE. - Pero Angelina, hija, ¿cuándo vas a aprender a dominar esos nervios? Angelina - Son estas dichosas manos; cuando me pongo así no sé qué hacer con ellas, como si me llenaran de hormigas. 

Matilde - Ahí tienes tu tricota; eso para tienes un calmante. 

ANGELINA. - Esta vez no creo; la cosa es demasiado grave. (Se sienta y teje nerviosa.)

MATILDE. - Siempre es más terrible lo que se espera que lo que llega. Teje y piensa en otra cosa.

ANGELINA. - No puedo, Matilde, no puedo. Y cada minuto que pasa, peor. (Deja de tejer.) ¿Te das cuenta de lo que va a ocurrir cuando llegue esa pobre muchacha y sepa para qué la hemos llamado?

MATILDE. - Sin dramatizar. En primer lugar, no es una pobre muchacha: es una

doctora, que conoce la vida. Y en segundo lugar, lo que va a encontrar aquí podrá

ser un poco extraño, pero ni es una vergüenza ni tiene nada de espantoso.

 Angelina - ¿Ah, te imaginas que se va a quedar tan tranquila, como si fuera lo más natural del mundo?

 MATILDE. - Tampoco digo yo tanto. Claro que la primera impresión será de miedo, y hasta es posible que trate salir corriendo. Pero al final será el corazón el que imponga, y aquí se quedará dispuesta a todo. 

ANGELINA. - Ilusiones tuyas. Yo te juro que en cuanto se entere no se queda en esta casa ni un minuto.

MATILDE. - ¡Cómo se ve que no la conoces bien! 

ANGELINA. - ¿Tú sí? 

MATILDE. - Me basta con una carta. Ahí está bien claro que es un espíritu fuerte.

 Angelina - También los otros eran fuertes y doctores; y sin embargo, ninguno resistió una semana.

 MATILDE. - Los otros eran unos pobres hombres. ¡Esta es una mujer! 

ANGELINA. - Peor. Es una trampa indigna de nosotras traerla así engañada sin avisarle el peligro. MATILDE. - Suficiente. Mi resolución está tomada y no admito discusiones. 

ANGELINA. - ¿Es que yo no tengo derecho a opinar?

 MATILDE.- Tú eres menor. 

ANGELINA. - ¿Menor? 

MATILDE. - Menor que yo.

 ANGELINA. - ¿Todavía? Eso estaba bien en el colegio, cuando yo tenía nueve años y tú catorce. Pero cinco años a estas alturas... 

MATILDE (irreductible). - ¡Aunque fueran cinco minutos! Soy la hermana mayor, y no hay lentejas bastantes en el mundo para comprar mis derechos de primogenitura! 

ANGELINA (levantándose y alzando el tono en un ensayo de rebeldía). - ¿Vas a salirme ahora con los Evangelios?

 MATILDE (más fuerte). - ¡Es el Antiguo Testamento! 

ANGELINA (desconcertada). - Ah. . , entonces está bien.

Se sienta y teje de nuevo. MATILDE vuelve al tono normal. 

 MATILDE. - No se trata solamente de los años, Además de la edad, yo tengo a mi favor la experiencia. Tú eres señorita.

 Angelina - ¿Y tú no? 

MATILDE. - Yo también, pero de otra manera. Ante Dios y ante la ley soy una señora con su partida de matrimonio legalizada. 

ANGELINA. - Bah, un casamiento por poderes, con el mar entre las dos, y a los ocho días la muerte del novio sin llegar a verse ni una sola vez. Si a eso le llamas tú una experiencia... 

MATILDE. - ¿Por qué no? Si mi pobre esposo no pudo dejarme una corta experiencia de casada, por lo menos me ha dejado una larga experiencia de viuda. 

ANGELINA. - Y una hermosa renta para consolarte. Como matrimonio habrá sido una desgracia, pero como negocio... ¡Una semana en el cargo y cuarenta años de jubilación! 

MATILDE. - ¡Angelina! 

ANGELINA. - Perdona. (Teje. Pequeña pausa. Se oye en el comedor una campanada. ANGELINA mira sobresaltada hacia adentro y teje más deprisa.) Las diez y media. Los últimos minutos tranquilos. Dentro de poco... Tararam, raram... ¡pam-paml 

MATILDE. - ¡Por lo que más quieras, que Strauss no tiene culpa! ¿No puedes dejarlo en paz una vez siquiera? 

 ANGELINA. - ¿Y tú no puedes, una vez siquiera, volverte atrás? !Piensa En esa pobre mujer! 

MATILDE. - Precisamente en ella estoy pensando. (Saca una carta del pecho y se cala los lentes.)' Aquí la tienes de cuerpo entero: una voluntad resuelta, una pasión generosa, una infancia trágica, y un ansia de liberación sin miedo a ningún peligro. ¡Es justo el tipo que necesitamos!   

 ANGELINA. - ¿Pero de dónde sacas todo eso? Yo he leído esa carta veinte veces y no recuerdo nada semejante.

 MATILDE. - Tú sólo miras lo que dicen las palabras. Lo importante es lo que dicen las letras. ANGELINA. - Ah, ya: otra vez con tu grafología

MATILDE. - No lo digas con ese tono superior. La grafología es una ciencia.ANGELINA. - ¿Sí? A ver, ¿dónde está la voluntad? Deja su labor y estudian juntas la carta.


MATILDE. - Aquí. Mira esos renglones levantados al final como una rebelión. ANGELINA. - A lo mejor tenía torcido el papel al escribir ¿Y la generosidad?MATILDE. - Fíjate en la separación de las líneas. Una mujer que escribe así es delas que se dan enteras: o todo o nada. ANGELINA. - ¿Significa algo también esta letra tan inclinada? 

Matilde - Treinta grados a la derecha. Es la pasión. Toda la zona del "Yo" volcándose hacia la zona del "TÚ". 

ANGELINA. - Realmente, visto así es bonito. Pero en este caso puede ser peligroso.

MATILDE. - No tengas miedo. Por fuerte que sea la pasión, más fuerte es elespíritu de sacrificio. Si la condenaran afoso de los leones la verías morir hechapedazos, pero sin una queja, con los ojos en alto... ¿Comprendes? ANGELINA (impresionada). - Comprendo: "Fabiola o los mártires del cristianismo". MATILDE. - Exactamente. ANGELINA. - Lo que no veo por ninguna parte es esa tragedia Infantil.MATILDE. - ¿Pero es que estás ciega? ¿No ves todas estas letras partidas en dos? Eso quiere decir que los padres están divorciados y toda su vida ha sido una lucha desgarrada entre el amor al padre y el amor a la madre.ANGELINA. - ¡Pero eso es horrible, Matilde! 

MATILDE. - ¡Horrible, Angelina! ¿Comprendes porqué la he elegido a ella precisamente? Sólo una mujer así puede salvar esta casa.

ANGELINA. - ¿Y si te falla la grafología? MATILDE. - Imposible Mira esa firma grande y sin rúbrica "Margarita". Fíjate en esa barra de la "t" como un latigazo y en ese punto de la "i" alto como una oración.Si yo no supiera nada de esa mujer, me bastarían esta barra y este punto para entregarme a ella con los ojos cerrados.ANGELINA (suspira). - Ojalá no tengamos que arrepentirnos.


MATILDE. - ¿Dudas de mí? ANGELINA. - Recuerdo cuando me leías las rayas de la mano ahora por así, Siempre me pronosticaste una boda feliz, una casa llena de hijos y una vida llena de viajes. Y mira el resultado: ni un solo viaje, un sobrino a medias y solterona por los siglos de los siglos.MATILDE (digna, quitándose los lentes y guardando la carta). - Yo no me equivoco nunca, Angelina. Las rayas de tu mano son las que estaban equivocadas.(Entra el señor ROLDÁN, administrador. Un zorro profesional con polvo de folios amarillos)

LA TERCERA PALABRA- ALEJANDRO CASONAWhere stories live. Discover now