MATILDE Y EUSEBIO

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Matilde - ¡Eusebio.
.. Eusebio...!. Voz DE Eusebio. - Ya va, señora, ya va... Entra con unas ramas de almendro en flor y la cabeza descubierta vendada con ungran pañuelo. MATILDE. - ¿Pero todavía aquí? El tren debe de estar llegando de un momento a otro. Eusebio. - Hay tiempo de sobra. Matilde - ¿De sobra? El reloj del comedor tiene las diez y veinte. Eusebio. - Pero el mío tiene las diez menos cinco. De manera que son las diez y cuarto en punto. MATILDE, - ¿Y le parece tiempo de sobra las diez y cuarto para llegar al tren de las diez y veintidós? Eusebio - Sin prisa. El tren de las diez y veintidós no llega nunca hasta las once menos veinticinco. Matilde. - - ¿Y si se le ocurre llegar a tiempo precisamente hoy? Eusebio. - No hay peligro. En lo que llevo de vida no recuerdo un caso de puntualidad como ese tren; ¡Treinta años llegando todos los días con el mismo retraso! MATILDE. - De todos modos no hay tiempo que perder. ¿Está preparado el coche? EUSEBIO. - A la puerta. MATILDE. - ¿Y esas flores blancas? Yo le había pedido ramas verdesEUSEBIO. - Cierto. La señora dijo que ramas y que verdes, pero la señorita dijo
que flores y que blancas. Por eso he traído almendros, que son las dos cosas juntas. Matilde - Por esta vez, pase. Pero no olvide que en esta casa la única que da órdenes soy yo. (Dispone los almendros en una tinaja junto a la ventana.) EUSEBIO. - Mientras sea posible prefiero estar en paz con las dos.MATILDE. - Mal sistema, Eusebio. A los que van por la derecha les tiran piedras de la izquierda; a los que van por la izquierda les tiran piedras de la derecha. A los que se quedan en medio se las tiran de los dos lados. EUSEBIO. - El señor lo decía: es la tragedia de nuestra época. .

 MATILDE. - Y apropósito de piedras, ¿por qué lleva vendada la cabeza?

EUSEBIO (quitándose el pañuelo). - Nada. La señorita Angelina.

MATILDE. - ¡Cómo! ¿Le ha tirado una piedra mi hermana? 

EUSEBIO. - Me ha dejado caer una maceta desde el balcón.

MATILDE. - ¡Esa niña!... La pobre siempre ha sido algo nerviosa, pero ahora, con la llegada de esta señorita, se ha puesto imposible.

EUSEBIO. - Yo en su lugar no la dejaría sola un día como hoy. Primero dejó corriendo el agua del baño hasta que inundó la escalera; después puso la mayonesa en la comida de las gallinas... (Se oye dentro tararear, muy discutiblemente, "Losbosques de Viena".) Y ahora, ¿no le recuerda nada ese vals? MATILDE. - Strauss. Bastante desafinado, pero Strauss. ¿Tiene algo de particular? EUSEBIO. - Fuerte olor a catástrofe. El día que se subió a darle cuerda y se le cayó encima el reloj del comedor, ¿qué estaba cantando? Strauss. ¿Y cuando echó pólvora negra en la chimenea creyendo que era carbón? Strauss.MATILDE (legítimamente inquieta). -- ¿Pero adónde quiere ir a parar? ¿Qué está haciendo ahora la señorita Angelina? EUSEBIO. - Dijo que iba a limpiar la vajilla antigua. MATILDE - ¿La isabelina? ¡Dios mío!... (Grita nerviosa.) ¡Angelina!(Se oye dentro un estruendo de cacharros. MATILDE se tapa los ojos.)EUSEBIO. - Era fatal. Ese señor Strauss no ha fallado nunca. Se abre la rentara yasoma ANGELINA. MATILDE.- ¿Se ha salvado algo? Angelina - Tranquila, querida; no ha sido más que el susto. MATILDE. - ¿No era la isabelina?ANGELINA. - La de plata. En un instante la recojo y la guardo en el armario.MATILDE. - ¿Con la cristalería? No, por favor, no toques nada hoy ¡Sal con las manos en alto! (ANGELINA cierra.) Y usted, a la estación. ¡Pronto! ¿Recuerda el nombre?Eusebio - Doctora Margarita Luján. MATILDE. - Atiéndala como si fuera yo misma; pero si le hace alguna preguntadelicada, ya sabe; silencio absoluto. Eusebio - Pierda cuidado. Callarme es lo único que sé hacer bien. Lo aprendí con el señor. (Sale y a poco se oyen los cascabeles de un coche de caballos alejándose. Entra ANGELINA. Viste, ahora y siempre, absolutamente igual que su hermana.)

LA TERCERA PALABRA- ALEJANDRO CASONAWhere stories live. Discover now