Desperté de un golpe sobre mi cama, bañado en sudor. El corazón me latía con tanta fuerza que un dolor pulsante se instaló entre mi pecho. Palpé mi cuello desesperado buscando la presión que impidiera el paso del aire, pero no encontré nada físico que bloqueara su entrada. Todo está en mi cabeza. Repetí eso, miles de veces mientras me obligaba a respirar lentamente para tratar de recomponerme. No me fue fácil lograr que el oxígeno llegara a mis pulmones. Sabía que los hacía, pero me parecía que apenas lograba colarse antes de volver a huir.

La sensación de morir no me abandonó, al igual que las ganas de llorar, pero sabía que ninguna llegaría. No importaba cuánto dolor cargara encima, ni el frío que recorriera mi espalda, las náuseas y el ritmo desenfrenado de mi corazón, no moriría, ni lloraría, porque el nudo era imaginario pese a que se sentía real.

No supe el tiempo exacto qué pasó entre mi sueño y mi recuperación, pero a mí me pareció una eternidad. Una eternidad que se repetía cada tanto. Me dejé caer en la cama cansado, como si acabara de correr un maratón cuando ni siquiera había puesto un pie fuera del colchón, sabía que pese a que el cuerpo me pedía un descanso no volvería a pegar un ojo en toda la noche. Era demasiado cobarde para enfrentarme a lo mismo.

Restregué mis ojos con fuerza tratando de ahuyentar los últimos rastros de pereza que me quedaban. El corazón seguía latiéndome con fiereza, pero confiaba en que se normalizaría con el pasar de los minutos si seguía aspirando el aire tal como en otras ocasiones me había funcionado.

Siempre que creía que las noches estaban volviendo a la normalidad, una pesadilla volvía acecharme dispuesto a derribar todos mis avances, con el deseo de mandarme a dormir con la inseguridad que todo el día cargaba en mi espalda. A veces creía que la vida disfrutaba de hacerme la existencia una basura, porque cada vez que era un poco feliz tenía que venir a hundirme de nuevo para llevarme al fondo del acantilado.

Estaba sobrecargado. El lío de pensamientos de estas semanas desorientaba mis sentidos, atascaban mi mente de hipótesis y preguntas sin sentido. Isabel. Manuel. Mamá. Mis tíos. Susana. La preparatoria. El dinero. El futuro. El pasado.

Un poco feliz. Un poco triste.

Siempre un poco. Ningún tema pertenecía a un bando. Dan y quitan. Es un juego con las reglas claras: si quieres ser feliz también tienes que sufrir. No puedes pedir más. Es parte del balance de la vida. Y yo en verdad quería ser feliz, pero me asustaba la tristeza. Le tenía tanto miedo, no porque no quisiera vivirla y solo aspirara a ganar, sino porque me conocía tan bien que dudaba cuánto podría resistirla. Había noches, como esa noche, en que me preguntaba qué tanto aguantaría.

Lo malo de vender platillos con mango es que luchar contra esas manchas se convierte en tu batalla diaria

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Lo malo de vender platillos con mango es que luchar contra esas manchas se convierte en tu batalla diaria. Para mi buena suerte no había tantas personas buscando mesas porque aún era temprano, así que podía tallar para despegar el azúcar sin sentir las miradas de reproche por ser ineficiente. Si bien hay gente que es paciente, en este tipo de trabajo te topas con toda clase de personas.

La chica de la bicicletaWhere stories live. Discover now