XXXIV

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 Cuando el avión despegó del aeropuerto Reina Beatrix, miré por la ventanilla hacia elcabo norte de la isla.El faro y, un poco más abajo, Malmok, y las casitas de colores frente a la playa. 

Sabía que ella estaría mirando en mi dirección.Así que levanté una mano y la agité leve, muy levemente, hasta que las yemas de misdedos se apoyaron en el plástico transparente de la ventanilla.No la retiré, ni desvié la mirada, hasta que la isla desapareció en algún lugar del mundoque se abría debajo de mí.Entonces cerré los ojos y apoyé la cabeza en el respaldo de mi asiento.La chica de la pareja de recién casados que tenía a mi lado suspiró. 

—¡Qué rápido ha pasado! 

—Se estaba de coña —lamentó él. 

Oí cómo compartían su sentimiento de nostalgia abrazándose y besándose.Me sentí mayor. 

Me dio por tener reflexiones y por pensar tonterías de persona muy, muy mayor.O sea, que sonreí y traté de apartarlas de mi mente.Había llamado a Sofía la noche anterior para decirle que regresaba. Me dijo que el trabajo ya era suyo, que a mi madre le había encantado y que le auguraba un buen porvenir,porque le notaba casta. Yo le aseguré que mamá tenía olfato, y que si ella lo decía... 

—Pero no voy a dejar de ser modelo, ¿eh? Creo que ya hemos hablado de eso. Hasta queno me convenza de lo contrario... 

Habíamos quedado para cenar y celebrarlo. 

—¿Qué tal por ahí? 

—Bien. 

—¿La has encontrado? 

—Te lo contaré cuando nos veamos. 

—Pero... 

—Ssshhh...

A mi madre no la había llamado. Sólo un fax nada comprometedor: «Todo bien. Regresoen un par de días.»Todavía tenía que decidir muchas cosas.Vania me lo preguntó, finalmente, la noche anterior, justo al despedirnos 

—¿Qué vas a escribir? 

—No lo sé.

—¿No lo sabes? 

—No. 

—Eres un periodista, no puedes ignorar eso. 

—Y tú eres alguien que se ha ganado la paz, el descanso. 

—Jon, no seas tonto: tienes lo que habías venido a buscar. 

Me convencía, ella a mí, de mi deber. 

—Tengo dos cosas. Por un lado, una tumba que prueba que Vanessa Molins Cadafalch hamuerto. Ésa es una verdad. La tumba está ahí. Podría publicar esas fotos y sería unabuena exclusiva, aunque resultase falsa. Y por el otro lado tengo a una mujer que no tienenada que ver con la de hace diez años, y a la que no sé si descubrir, porque ya no esVania, es Vanessa. 

—¿Serías capaz de no publicar... ? 

Me encogí de hombros.Y volví a pensar en la última página de Lo que el viento se llevó. Escarlata O'Haradiciendo: «Mañana será otro día.»Comprendí que no tomaría una decisión hasta llegar a Barcelona, más aún, hasta unsegundo antes de ver a mi madre y decirle hola. Y faltaba demasiado para eso.Llegaría, pero de momento todavía faltaba una eternidad. 

—Escríbelo tú, o mañana vendrá otro con menos escrúpulos y lo hará a su aire —meadvirtió ella. 

Mañana, mañana, mañana. 

—Siempre nos quedan tus memorias —la miré con afecto—. Digas lo que digas, seríanuna bomba. 

—¿Por qué no te conocí hace diez años? —bromeó Vanessa. 

—Porque entonces yo tenía quince.  

—Es una razón —frunció el ceño.

Y ahora ella estaba terminando, mientras que yo todavía tenía que empezar.O al menos así me lo parecía. 

—Jon. 

—¿Qué? 

—Gracias. 

No le pregunté por qué me las daba. Tal vez por haberla despertado, enfrentándola a susfantasmas de nuevo, pero de muy distinta forma y con capacidad para vencerlos. Tal vezporque ella sí sabía ya cuál sería mi decisión. Tal vez por aquella promesa, o esperanza, oilusión de un regreso para escribir juntos su vida. Tal vez por todo y nada.Sólo sé que después de darme las gracias, se acercó a mí y me dio un beso en los labios.Fue nuestro último contacto, y nuestro adiós sin palabras.Ahora tenía que pensar.Ocho horas hasta Madrid, otra más de puente aéreo, el tiempo entre vuelo y vuelo, llegara mi casa, llamar a Sofía, ir a ver a mi madre... 

—Sí, mañana será otro día —suspiré muy a fondo, sonriendo y sin abrir los ojos, porqueestaba muy bien con ellos cerrados y la huella de aquel beso revoloteando por mis labios.   

Las Chicas de AlambreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora