La hemeroteca del Liberation estaba debidamente informatizada,así que me costó poco encontrar todos los datos relativos al
suicidio de Cyrille, la muerte de Jess Hunt, el asesinato de Jean Claude Pleyel, la detención de Nicky Harvey, el juicio y
finalmente la muerte del novio de Jess debido a otra sobredosis.
Todo había sucedido allí, en París, así que los medios
informativos de una década antes lo habían cubierto con
exhaustividad y rigor. Disponía de tiempo, así que me lo tomé con calma. Toda la tarde. Mi segunda cita en París, ésta ya acordada, era con Trisha
Bonmarchais, la viuda de Jean Claude Pleyel y actual propietaria de la Agencia Pleyel. Eso sería al día siguiente por la mañana. No me había costado mucho conseguirla. Zonas Interiores es conocida en los lugares adecuados de muchas partes. Incluso dispondría de unas horas libres para darme una vuelta por la Defense o el nuevo Louvre. En torno a la muerte de Cyrille, de cuanto leí, nada me sirvió en exceso. Los datos los tenía ya en misarchivos. La famosa top había sido encontrada en su apartamentoparisino por su asistenta, ya cadáver, después de haber ingerido la noche anterior un cóctel de pastillas y fármacos diversos. No dejó ninguna nota, por lo cual no se supo inicialmente el motivo de su suicidio. Incluso se especuló con el factor «accidente» para justificar su deceso. Pero en días sucesivos las noticias completaron el cuadro. En primer lugar, la autopsia demostró queno pudo haber tomado todo lo que se tomó por accidente. En
segundo lugar, apareció el médico que le había diagnosticado el sida. Dos y dos sumaron cuatro. En las fotografías del entierro de Cyrille, vi a Jess y a Vania, a Frederick Dejonet, a Jean Claude Pleyel... Era curioso: nunca se supo nada de los padres de Cyrille, es decir,de Narim Wirmeyd. Tal vez ni supieran que su hija se había convertido en una musa de la moda. La información acerca de Jess Hunt era bastante más exhaustiva por el morbo de su fallecimiento, pero aún más por los acontecimientos posteriores. Jess había sido hallada muerta por su novio, Nicky Harvey, en su apartamento de las Tullerías. Hacía cinco meses de la
desaparición de Cyrille y, según los indicios y declaraciones de «amigos y amigas» de la top, Jess estaba muy deprimida por lo sucedido. Los dos meses anteriores a su muerte los había pasado sin trabajar, hecha una ruina, y dos días antes del fatal desenlace ella y Nicky Harvey habían decidido ingresar en una clínica de desintoxicación. No tuvo opción de dar el paso. La sobredosis
de heroína terminó con su vida. Harvey, hijo de una acaudalada
familia californiana, estaba de viaje. Tres días después de la muerte de Jess, alguien disparó de noche y en la calle a Jean Claude Pleyel. Dos balas en la cabeza. El dueño de la Agencia Pleyel cayóal suelo fulminado. Un solo testigo presencial, aunque lejano, manifestó haber visto huir a un hombre a pie, y después aseguró haber oído alejarse un coche. Nada más. La policía tardó menos de una semana en detener a Nicky Harvey, acusándole de asesinato. ¿Motivo?: matar al hombre que, según él, había metido a Jess en el mundo de la droga. Jess, a su vez, había pasado su afición a su novio. Las causas parecían, pues, de lo más genuinas,una venganza pura y simple. Pleyel era el mal, el diablo. Pero Nicky Harvey, pese a no tener coartada alguna —aseguró que, afectado por la muerte de Jess, se había refugiado solo en una cabaña a las afueras de París—, juró y perjuró que él era inocente, que no había matado a Pleyel. Su insistencia se mantuvo hasta el día del juicio, pero el fiscal logró reunir no pocas pruebas incriminatorias en su contra: declaraciones de odio hacia la víctima, antes y después de la muerte de Jess, una amenaza telefónica confirmada por la recepcionista de la Agencia Pleyel y una visita furibunda a su casa, de la que fue testigo la esposa del asesinado, Trisha Bonmarchais. El cerco en torno a Harvey se cerró y, para cuando llegó el juicio, todas las cartas habían sido repartidas, y él no tenía ningún as. El fiscal, encima, se sacó un comodín inesperado: un médico aportó las pruebas de que Jess había abortado voluntariamente en Ámsterdam, Holanda, exactamente un mes antes del suicidio de Cyrille. Según el médico, Jess tenía todavía algunas dudas, pero Nicky Harvey, padre de la criatura, la obligó a hacerlo, y ella, sin voluntad apenas por su dependencia de las drogas, lo aceptó. El mundo entero señaló al joven Harvey, de veinticinco años, como el niño mimado y malcriado capaz de todas las monstruosidades. El juicio entró en su recta final, pero el destino se reservó un último giro inesperado para dejarlo todo en el aire. Ni siquiera se supo si el jurado le habría declarado culpable o inocente. Nicky Harvey murió también de una sobredosis. Alguien dijo que, pese a todo, estaba loco por Jess, y que sin ella...Vi más fotografías: en el entierro de Jess, en las sesiones del juicio, en el entierro de Nicky... Vania. Una Vania apenas reconocible ya, con gafas oscuras, pañuelo en la cabeza, vestida de negro, frágil, breve. Me pregunté, incluso, como había podido aguantar la parte final de toda la historia en pie, cuando su delgadez, su extrema anorexia, hacía presagiar también para ella un final trágico. Me quedé como hipnotizado delante de una fotografía que no conocía, que nunca había visto antes. Pertenecía a una de las sesiones del juicio de Harvey. El pie era sucinto: «Vania, la famosa top amiga de Jess Hunt, abandona visiblemente afectada la sala en la que se celebra la vista por el asesinato de Jean Claude Pleyel, después de saberse que la rubia americana había abortado en Holanda.» Junto a Vania había una mujer de mediana edad, negra. Recordé las palabras de la tía de Vania y de Nando Iturralde: aquella era la criada, asistenta, secretaria, amiga, consejera y casi madre de la modelo. Allí estaba. Era la primera vez que la veía. Y aquella foto no engañaba. La mujer negra protegía a Vania, la amparaba, la conducía, impedía que se le acercaran los fotógrafos, desarrollaba una suerte de energía total y absoluta. Vania caminaba con los ojos protegidos tras unas gafas oscuras, mirandoal suelo. La otra era su ángel de la guarda, su guardaespaldas, la que se encargaba del resto. Me pregunté qué habría sido de aquella mujer. Ni siquiera sabía su nombre. Es más, si no recordaba mal, Luisa Cadafalch me dijo que al casarse su sobrina le parecía que la asistenta se había ido, aunque no estaba segura. «Confiar... sólo confiaba en su criada. Bueno, ella decía que era más bien su "chicapara todo", secretaria, asistente, protectora... Yo no sé de dónde la sacó. Era mulata, suramericana o algo así. Esa mujer la cuidaba, la protegía, la mimaba.» Aquella foto lo demostraba, y demostraba que seguían juntas. Hacía dos años que Vania se había casado y separado de Robert Ashcroft. «De cualquier forma y dijera lo que dijera mi sobrina, era la criada y punto. Le tomó cariño y confianza, pero...» Ya era tarde. Llevaba en la hemeroteca del Liberation cuatro horas. Hice fotocopias de cuanto me interesaba, especialmente de las fotografías, y más aún de aquélla en la que aparecía la asistenta de Vania, y abandoné el local para pasar mi segunda noche en París. Aunque no tuviera el menor deseo de salir o hacer nada de lo que se supone que puede hacer un tipo de veinticinco años en la capital de la luz. ¿He dicho que prefiero mil veces Londres?