III.- La doncella de la torre

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«Cuando venimos al mundo, hay un destino escrito en los astros para nosotros. El camino principal de nuestra vida se traza según una única decisión: Seguir ese destino o luchar contra él».

Eran las palabras de Ammon. Se las dijo una noche, junto a su cama, como casi todas las cosas importantes que él le decía. Mientras le hablaba señalaba las estrellas al otro lado de la ventana. Brillaban con un fulgor intenso en una noche límpida y despejada.

«¿Qué decidirás tú?».

Maldathar, adormilado, negó con la cabeza y se le cerraron los ojos. Durmió, y en su sueño cruzaba las inmensidades estelares siguiendo un camino de titilantes astros.

Aquella pregunta quedó sin respuesta, y así permaneció durante muchos años. Pero fue a partir de aquella revelación, la de que había un destino aguardándole solamente a él, que Maldathar quiso descubrirlo. ¿Qué le deparaban los cielos? ¿Qué futuro se había escrito con su nombre? Pensar en eso le daba vértigo y su imaginación volaba. Solía salir por las tardes de la sala de estudio y vagabundear por la torre, pensando en ello y observando a los que poblaban la Aguja Estrella del Alba, contemplándoles con sus ojos de plata y ademanes de príncipe.

«Bastardo», susurraban a sus espaldas, creyendo que no les escuchaba, que estaba sordo o que por ser un niño no iba a entender la palabra.

«El hijo de Cordelia. ¿Quién será su padre? Seguro que el criado, ese elfo extraño de ojos violetas».

Murmuraban a todas horas, siempre, siempre murmuraban a su paso, pero él fingía no darse cuenta y seguía su camino, rozando con los dedos los tapices, acariciando las esferas arcanas, mirando a través de las terrazas a las gaviotas que surcaban el firmamento azul.

Maldathar quería saber cuál era su destino, pero no tenía ninguna duda acerca de su propia naturaleza. Su madre, en un alarde de inocencia, le había explicado que era el hijo de un pájaro rojo que entró por su ventana una mañana y le picó en el ombligo. Él sabía que aquella tontería cursi no era verdad. Sabía que tenía padre, que su padre era algún hombre que se había acostado con su madre. Quizá ya estaba muerto. A lo mejor era un mozo de establos, un labrador, un Errante, un poeta, un trovador vagabundo. Quizá era producto de algo peor, más abrupto: el fruto de una violación o de un abuso. Muchas veces lo pensaba.

Tal vez era el hijo de Ammon. Esta idea le gustaba más, y durante un tiempo llegó a estar convencido de que estaba en lo cierto. Inventó una fábula en la cual el sirviente, como su legítimo progenitor, guardaba el secreto por miedo a que él no lo aceptase o a que lo dijera abiertamente en un acto de imprudencia. Esta posibilidad le emocionaba, pues, de haber sido Ammon su padre biológico, se habría sentido más libre para expresar su afecto al hombre que al fin y al cabo hacía las funciones de tal. Pero nunca se atrevió a preguntar.

De modo que aunque tenía dudas sobre quién era su padre, no las tenía sobre lo que él era. Al fin y al cabo, constantemente se le recordaba. Lo hacían los adultos en los susurros disimulados y lo hacían los jóvenes y los niños más abiertamente, al verle pasar.

Era un bastardo, el bastardo traído al mundo por Cordelia. Aquello era todo lo que le definía en ese lugar. Pero Maldathar sabía que no era solo eso, también era un elfo, un Hijo del Sol de Quel'thalas. Y además, era aprendiz de magia en la Aguja Estrella del Alba.

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⏰ Ultimo aggiornamento: Jan 11, 2019 ⏰

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