I.- Una mujer despechada

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I see a tree standing there.
It's roots deep in the earth
and the branches stretched towards the sky.
I have a tree inside of me.
It's roots deep in the past
and the branches fumbling towards the future...

Arcana, «The Tree Within».


. . .


Quel'thalas, muchos años antes de la apertura del Portal Oscuro.


«¿Y qué vas a hacer? ¿Vas a denunciarme a la guardia? ¿Vas a reclamarme algo? No, no lo harás. Sabes que nadie te hará caso. Te conducirán amablemente a la salida y pasarás el resto de tus días mendigando. En cuanto a ese bebé del que tanto hablas, morirá de hambre o de frío entre tus brazos, o te lo arrancarán de ellos cualquier noche. No importa lo que digas, nadie te creerá. A la gente como tú nadie la escucha. Así que mejor quédate callada y aprovecha tu suerte».

Él tenía razón. Aún le parecía escuchar su voz burlona, sarcástica, hiriéndole los oídos y el corazón... pero lo que más dolía era que él tenía razón. A la gente como ella nadie la escuchaba. Aun así se esforzaba por detener los sollozos, con la mano delante de la boca y la otra abierta sobre su propio vientre, como si temiera que alguien la oyera. Las lágrimas le corrían por las mejillas, se desbordaban por mucho que quisiera hacerlas parar. No quería llorar, no. No era pena lo que sentía. Era furia, era rabia, era impotencia.

Caía la primera noche del verano. La luz de una luna pálida e hinchada se filtraba por el ventanuco del cobertizo. Olía a romero, a laurel y a hojaplata. Olía a cardo de maná y a polen, a tierra húmeda. De las vigas de madera colgaban las hierbas, atadas con cuerdas de esparto. Parecían sombras de duendes ahorcados, allí en la negrura nocturna.

Apartó los ojos de esa inquietante oscuridad y los volvió hacia la ventana. Las estrellas salpicaban el firmamento. El bosque mas allá, bajo la colina, se vestía con su traje de noche, azul oscuro y verde profundo. Las ramas y las hojas se agitaban con la brisa. Ella debería estar ahora preparándose para las festividades del solsticio, dando los últimos retoques a su vestido, o estudiando los pesados volúmenes de la biblioteca de Aguja Estrella del Alba. No allí, llorando sola su tristes destino. Era tan injusto...

—¿Por qué me ocurre esto a mí? —se lamentó, pasándose las manos por la cara una vez más.

«Por tonta —se respondió a sí misma—. Por estúpida, por ilusa, por incauta».

—Por tonta —respondió una voz suave y masculina, grave y antigua como la roca, leyéndole el pensamiento—. Por incauta.

—Cállate... no quiero escucharte ahora.

—Entonces, ¿para qué me has llamado, Cordelia?

Voz suave, aterciopelada, invitadora.

Cuando le oyó decir su nombre, se dio la vuelta lentamente, atragantando el último llanto y quitándose los restos de lágrimas de las mejillas con el dorso de los dedos. Hizo acopio de entereza y le miró con severidad.

—Para que me ayudes.

En la penumbra del cobertizo, él parecía realmente una aparición. Estaba detrás de la gran mesa de trabajo, lejos de ella, hundido en la negrura. La luz de la luna le arrancaba destellos de plata a su cabello blanco, hacía parecer su piel aún mas pálida. Sus rasgos le recordaban a los de parientes antiguos, elfos que aún no habían cambiado bajo el sol, igual de vetustos y graves.

El sueño del cuervoWhere stories live. Discover now