VII

10 1 0
                                    

Carraspeas tenso. Te sientes incómodo e indefenso. Yergues la espalda y bajo tu mirada incrédula y nerviosa lo sometes a un detallado escrutinio, observas sus hombros hacia atrás, sus manos pegadas a sus costados, su postura defensiva y mirada cautelosa. Te sientes también examinado por sus llamativos ojos, ahora mismo te sientes una hormiga a punto de ser chafada por un asqueroso y oloroso pie gigante. Piensas con cierta gracia poética que podría ser en realidad un pie bastante atractivo.

No sabéis qué decir, ninguno de los dos había deseado un encuentro y sin embargo estáis ahí, callados y con aspecto de querer salir corriendo en cualquier momento. El silencio podría ser cortado con una afilada hoja, pareciera que os habéis olvidado de la multitud que va saliendo del instituto, aunque la verdad sea efectivamente así. Y es que, ¿de qué podríais hablar? No es como si os hiciera mucha gracia charlar sobre la misma mujer que los dos queréis, ¿o sí?

Él se siente culpable, tú le golpearías de tener suficiente valor y fuerza y él no tener casi dos metros.

Por fin da un paso adelante y habla para tu sorpresa. Masculla un saludo mediocre y te dice que tengas cuidado. Arqueas los hombros en un ademán pasivo, aunque por dentro piensas en cómo se vería su cabeza en una pica. Pones los ojos en blanco cuando da media vuelta para solamente pararse de espaldas.

La envidia corroe absolutamente cualquier rastro de amabilidad o peor, se disfraza de simpatía.

Te hartas de esta estupidez, te quieres ir. Al final no podrás hablar con ella, pues echas un vistazo encima de su hombro a la parada de autobús y ves tan solo un espacio vacío. Chasqueas la lengua y pasas a su lado chocando a propósito con su costado. 

Son gestos demasiado aniñados.

Resulta que actuar de forma infantil se paga. 

Él observa tu andar desganado y vago, típico en ti. Recuerdas que de pequeños erais amigos y jugabais en el parque que hay al final de vuestra calle, solo que tú comenzaste a alejarte de él cuando comenzaste a sentirte un perro verde a su lado, claro que él nunca supo esto último. No tiene ninguna obligación en contarte nada, pero siente –tiene–  la necesidad de hacerlo.

Se dice a sí mismo que dramatizáis tanto la situación que resulta patético, tan solo deberías sentaros y dejar ese miedo de lado. Ninguno de los tres es de cristal para romperse en pedazos y no volver en sí. El tiempo sana y a veces las palabras también, solo debéis aprender a saber usarlos. Esto no es blanco y negro, ni rosa; es simplemente un gris que obtiene diferentes tonos oscuros o claros acuerdo a como lo decidáis.

Así que preso de una valentía salida de la nada corre hacia ti y te detiene agarrándote del brazo. Te asustas tanto por el gesto imprevisto que das un respingo. Agrandas los ojos sorprendido y agudizas los oídos y sentidos. Y es que, comenzó casi a gritarte que está harto de todo y que dejes de comportarte de forma infantil y a mirarle mal, que no es como piensas.

Tú tan solo lo observas con ira y antes de darte cuenta, con una fuerza sacada de la nada, te encuentras propinándole un puñetazo en plena cara. Comienzas a temblar, él te observa con estupor. Tú sí que gritas cuando le echas en cara que ella te dejó por él, que te has hecho un imbécil tatuaje en su honor solo para que ella se marche sin darte ninguna explicación y con un excusa estúpida.

Las palabras salen a borbotones de tu boca sin querer detenerlos.

Le echas en cara que a las semanas mientras tú te estabas regocijando en la mierda ellos dos se dirigían sonrisitas acarameladas, que tú sí que estás harto de que todos se burlen porque la popular te haya dejado a ti, al suicida, por su encima ex.

Bien dicho, corazón.

Dejas de gritar. Tu cuerpo tiembla y tu pecho sube y baja. Él te mira y esboza una sonrisa vacilante –pasmado– antes de abrir la boca y soltar con total naturalidad que nunca han vuelto a estar juntos, que eso es falso.






Tu novio©Where stories live. Discover now