10. Enfrentandose al pasado

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Lena miró en la dirección que apuntaba su joven capitana, su mirada se posó sobre un hombre altivo, de madura edad, cuyos rasgos faciales no dejaban lugar a duda su parentesco con la joven pirata. Eran idénticos, los mismos ojos azulados, el mismo color de cabello a pesar de que el hombre empezaba a tenerlo cano, sin duda Kara era la copia en mujer de su padre. 

Tragando saliva contuvo el aliento, sabía que el pasado de su joven amada había sido duro, que había tenido que superar demasiadas pruebas por culpa de no ser una hija reconocida. Sabía que el corazón de Kara solo albergaba odio y rencor hacia ese hombre y, si se dejaba llevar por su dolor, quizá se arrepintiera de sus actos toda su vida. 

Kara estaba inmóvil, como una estatua de hielo sobre la cubierta. De todos los barcos que surcaban los siete mares tenía que haber ido a parar justo a aquel que portaba a su padre a saber dónde. Maldecía su destino, maldecía su mala suerte y sobre todo maldecía el dolor agudo que nació en su pecho al posar la mirada sobre el hombre que había arruinado su vida. 

Las ganas de matarlo nacían en sus entrañas como un dulce veneno que te va quemando por dentro, presenciar su final quizá le diese la paz que necesitaba para lidiar con su pasado, mas no se veía con fuerzas para hacerlo, no sin antes entender por qué la había odiado tanto, a ella que no era más que una niña, necesitaba cerrar heridas y no se veía preparada para enfrentarse a ello. 

Kara Danvers, que había librado miles de batallas sin que le temblara el pulso, por primera vez en demasiados años estaba paralizada por el miedo. 

La suave mano de su pelinegra aferrando la suya propia, dándole consuelo sin decir una sola palabra, le hizo volver a la realidad. Toda la tripulación estaba esperando sus órdenes, debía ser fuerte, mantener el respeto de los suyos o todo por lo que había luchado los últimos años se lo tragaría la marea en un abrir y cerrar de ojos. 

Buscó la mirada de Lena, en los verdes ojos de su pelinegra pudo ver comprensión, comprendía todo cuánto había en su interior y no la juzgaba, pudo ver el amor profundo que esa mujer le profesaba, que iba a estar a su lado en esa dura prueba y en todas las que vinieran y finalmente pudo ver miedo, su amada tenía miedo y ella averiguaría más tarde por qué. En ese momento con nuevas fuerzas adquiridas ante la certeza de que su amada estaría con ella, ordenó a su tripulación que encerrasen al virrey en los calabazos de su navío, aquellos destinados para marineros insubordinados. Más tarde ya se enfrentaría a la realidad de que su propio padre era su prisionero, en ese momento necesitaba desaparecer, huir, necesitaba estar sola para calmar su torturado corazón que no le daba tregua. 

Lena comprendió que su amada necesitaba tiempo, le dejó su espacio y deambuló por el navío, sumida en sus propios pensamientos. Se sentía terriblemente culpable por lo que había sucedido, al fin y al cabo ella había avistado el galeón español, ella había insistido en abordarlo ante la emoción de compartir junto a su amada aquella nueva experiencia y todo había salido mal. Ahora Kara estaba sufriendo y ella no sabía qué hacer para calmar el dolor de su joven capitana. 

Sin saber cómo, sus pasos la guiaron hacia la celda donde mantenían preso al virrey, movida por sus propios fantasmas y con la leve esperanza de entender por qué ese hombre había hecho tanto daño a su rubia. 

Cuando llegó a la celda de ese hombre, en seguida pudo ver que realmente estaba ante alguien de alta cuna, no había perdido sus modales ni tan siquiera encerrado en una jaula, la miraba con una mezcla de miedo y sorpresa sin perder la compostura. 

Ante ese hombre, Lena agradeció la educación cortesana recibida. Se habría sentido intimidada por él de no haber crecido rodeada de ese mismo mundo. Cuando ese hombre le habló, Lena conectó con la cortesana que aun llevaba en su interior. 

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