Sí o Sí

2.7K 252 24
                                    

Sí o Sí

17 años

El sol invernal me molestaba, habían corrido las cortinas de mi habitación y eso logró despertarme. Estaba tan frío que ni la luz me convenció para salir de mi cama, estaba cómodo entre las tibias sábanas y la esponjosa almohada que mamá me había comprado la semana pasada.
Era una paz, una tranquilidad amortiguadora.
Hasta que Max entró corriendo y se puso a saltar sobre mi cama.
—¡Es el día, es el día! —gritaba. Se tiró encima de mí y me destapó. Busqué las mantas con mi mano, pero las había apartado hasta dejarlas al borde de la cama. Genial, ahora debía levantarme.
—¿De qué estás hablando, enano? —le pregunté irritado. Los ojos azules de Max brillaban de excitación, algo lo tenía muy emocionado. Algo que yo no podía recordar.
—¡Es el día! —repitió. Le tiré el cabello y lo boté al suelo. Se quejó un buen rato hasta que al fin se quedó callado.
—Ahora que estás calmado y no estás aplastándome, me dirás de qué bendito día estás hablando.
—¡Es el cumpleaños de Steve! —exclamó.
Claro, era el cumpleaños de Steve. Lo había olvidado por completo. O al menos eso intenté.
—¿Y por eso me despiertas? —le gruñí. Max ya tenía catorce años y aún seguía siendo bastante infantil. Sarah cuidaba de él como si fuera su hijo, como Hannah se había marchado hace ya algunos años a Londres para estudiar, consolaba su tristeza en velar por la felicidad de Max. De cierta manera eso me gustaba, ni Sarah ni Max sufrían, se tenían el uno al otro cuando más se necesitaban.
—Sí, es que ya es un adulto. ¡Ahora es un hombre! —gritó otra vez. Iba a dejarme sordo antes de que yo cumpliera los 18.
—¿Y qué se supone que era antes? —ambos miramos hacia la puerta, donde Steve se apoyaba en el umbral con los brazos cruzados sobre su pecho. Iba en pijama al igual que Max, tenía el cabello despeinado y se notaba de lejos que recién había despertado.
—Eras un hada —le dediqué una sonrisa burlona y él me devolvió una mirada asesina. Tuve una larga discusión con él después de que me regalara a Nana, le expliqué que todos esos años creía que el hada de las galletas me las dejaba frente a mi puerta cada vez que me sentía mal. Le dije que era un acto muy dulce de su parte, pero que no lo hiciera más hasta que se me pasara el enojo por lo de Sparks, que si quería mi perdón unas simples galletas no bastarían. No rechistó y me hizo caso, como todas las cosas que le pedí después de ese día.
—Lo importante es que ahora soy un hombre...
—Y mi chofer —agregué rápidamente. Max estalló en carcajadas.
Cuando Steve fue a dar su examen para conducir, se puso tan nervioso que terminó por atropellar a las ancianas de maniquí que colocaban en la pista, pinchó un neumático y vivió su primer choque en el que destrozó toda la parte delantera del auto. Seguía siendo el mismo desastre como conductor que a los quince años.
El auto que papá le regaló para sus 16 seguiría estacionado en el porche una temporada más.
—Al menos tengo auto —me dijo. Entró a mi habitación y se sentó sobre la cama—. Y un pijama decente.
Observé mi pijama, un pantalón y una camiseta con dibujos de vacas. Por las noches hacía frío y en las tiendas no vendían nada más normal que esto. .
—Pero yo tengo licencia —duro golpe para Rogers. Pude ver como se le distorsionaba la sonrisa socarrona que se había formado en su rostro—. Ahora, Max largo de mi cuarto...tú, Steve, quédate.
Max se quejó mientras salía, todos los años le hacía lo mismo: me despertaba para el cumpleaños de Steve, él llegaba y yo lo echaba.
—¿Cuál es mi regalo este año? —me preguntó. Era la misma rutina año tras año, pero como a Steve no parecía molestarle ni aburrirle, yo continuaba haciéndolo.
—Como ahora eres un "hombre" —puse énfasis en la última palabra para que notara el sarcasmo—, mi regalo será algo que te dará más responsabilidades.
—Y el hecho de que trabaje en una pastelería todas las tardes, que esté por graduarme y por conseguir una beca en una de las mejores universidades de Canterbury no tiene nada de importante —me replicó. Lo hice callar con un golpe en la cabeza, odiaba cuando se ponía así. Sólo tenía que recibir el regalo y ya.
—Si no quieres mi regalo, está bien. Se lo puedo dar a Max.
—Es broma, quiero ver que me darás —me dijo con tono de disculpa. Me había tomado de la mano, acariciando mis dedos. Era una manía que tenía, cada vez que se sentía culpable o me hacía enojar, me agarraba la mano y me provocaba cosquillas con su suave roce. A veces fingía que era molesto que lo hiciera, pero la mayoría de éstas lo dejaba, era agradable.
—Si me sueltas podré entregártelo —le dije. Él apartó su mano y me dejó ir hasta mi armario.
Era cruel haberlo escondido allí, pero si lo sacaba,Steve lo hubiera encontrado.
Saqué una caja roja con puntos azules y con enorme lazo plateado en la tapa. A los lados tenía algunos agujeros para que no se muriera asfixiado el regalo.
—¡Tarán! —exclamé, entregándole la caja.
Steve sonrió y la abrió. Su rostro se iluminó como las luces de navidad.
—Es hermoso...—susurró. Lo sacó de la caja y lo sostuvo con una mano, era tan pequeño y adorable que nadie se resistía a su encanto—. ¿Cómo se llama?
—Es tu gato, tú decides —Steve miró al pequeño gato y le acarició con el pulgar la cabeza. Era diminuto e indefenso, de un gris peculiar con líneas atigradas.
—Podría llamarlo "Tony"...
—Pelusa —casi grité. Steve me miró divertido y acarició detrás de las orejas del gato.
—Gracias, es hermoso —me dijo. Me besó la mejilla y me pasó el brazo libre sobre los hombros.
—Bueno, aprovecha que hoy es tregua porque ya verás mañana si te pones así de sentimental conmigo —él rio más fuerte y asustó un poco al gatito.
Era una tradición entre los dos que cada año, en nuestros cumpleaños, habría una tregua. No podríamos discutir, ni pelearnos, ni siquiera insultarnos. Si estaba permitido bromear, pero no enojarnos.
Steve aprovechaba esta oportunidad al máximo, se ponía muy cariñoso y empalagoso. Casi romántico. No era que estuviera mal lo que hacía, pero prefería que los demás no lo viesen cuando se ponía en ese plan.
Steve se acostó en mi cama y comenzó a jugar con Pelusa, a penas se movía el gato, pero a Steve no le importaba. Lo trataba como a un bebé.
Busqué algo de ropa para cambiarme este horrible pijama. Steve me siguió con la mirada hasta que me encerré en el baño para darme una ducha y vestirme.
Desde la borrachera que tuvimos en la escuela de verano, Steve empezó a tomarse algunas confianzas. Fue de a poco, sin darme cuenta hasta que terminé por acostumbrarme. Como por ejemplo, el hecho de que entrase a mi habitación como si fuera la suya y se quedara todo el tiempo que quisiera haciendo cualquier cosa. Al principio me pareció impertinente, inaceptable. Después me chantajeó con que podía ayudarme con las tareas atrasadas y así mi cuarto se convirtió en su cuarto.
Salí de la tina con el cabello estilando, me puse la bata y abrí un poco la puerta para ver si Steve seguía allí.
—Psst, pone la calefacción, se me congela el trasero acá adentro —le dije.
—No tenías que ser tan explicito.
—Menos bla bla y más acción, muévete —dejó al gato recostado sobre mi almohada y fue hasta el pasillo donde estaba el control de la calefacción. Se activaba a las ocho de la mañana, pero desde hace una semana que se había averiado y había que encenderlo manualmente.
A los cinco segundos sentí como la temperatura del ambiente cambiaba a una más cálida, me relajé y cerré la puerta para poder vestirme.
Este año no harían nada espectacular para el cumpleaños de Steve, una pequeña cena y listo. Por lo tanto, me vestí con la misma ropa de todos los días: unos jeans, botas para la nieve, chalecos y un abrigo. Lo importante era no conseguir un resfriado.
—Al fin sales, Asesino se estaba aburriendo —me dijo Steve cuando salí del baño.
—¿Asesino? —inquirí.
—Sí, creí que Asesino era más apropiado que Pelusa —le lancé la bata mojada sobre la cabeza y me tiré arriba de él con un salto.
—Será mejor que lo cambies o sufrirás las consecuencias —le amenacé.
—¡TREGUA! —gritó y me calmé. Odiaba que sacara la tregua entre medio.
Me senté a su lado y jugamos toda la mañana con Pelusa hasta que nos llamaron para desayunar.
Steve no se había vestido, así que cuando bajó en pijama y se encontró con que su clase estaba allí, casi se desmayó.
Tenían globos y serpentinas en la entrada del comedor, con una torre de regalos en un rincón.
Atrás de los amigos de Steve, vi a Pepper, Rhodey y Bruce junto a Bucky. Corrí a abrazarlos antes de que Steve se llevara su atención.
—Esto de que el cumpleaños de Steve haya caído día sábado resultó divertido —me dijo Pepper. Su cabello lacio le caía por la espalda y con cada movimiento que hacía éstos se desplegaban como los rayos del sol.
—No está mal, al menos no tengo que cargar con los regalos que le dan las chicas en la escuela —le dije.
El año pasado, un total de 47 chicas le regalaron algo a Steve. Eran de distintas edades, desde niñas de diez años hasta chicas de dieciocho, y la pobre persona que tuvo que cargar con la mitad de esos regalos fui yo. Algunos eran ridículos, como un peine, otros más prácticos, calcetines, camisas, etc. Pero otros eran simplemente encantadores, como un retrato de Steve hecho con lapicera negra o una colección de pulseras. Sin embargo, hubo uno que a pesar de negarme, Steve me lo dio. Le dije que estaba mal regalar algo que otra persona te daba, pero dijo que nadie lo sabría. Eran dos libros viejos, desgastados pero aun así perfectos. Uno era Alicia en el País de las maravillas y el otro Peter Pan. Salté, grité y lo abracé de la emoción cuando me lo dio, después de que mis padres botaran a la basura todas mis cosas, no me había comprado nada más con respecto a Peter Pan por el miedo a que sucediera de nuevo.
—¿Qué le regalaste? Tal vez un beso... —y ahí estaba Bucky con sus insinuaciones. Pepper y Rhodey al menos ya sabían que entre Steve y yo no pasaría nada –nada más de lo que ya haya pasado-, y comprendieron que no era divertido molestarme cuando comencé a emparejarlas con Clint y Nat una vez que me vinieron a visitar. Quedaron enganchados con ellos, los miraban y conversaban sin acordarse de mí. A Steve no le agradó mucho esa visita, aún se sentía amenazado por Nat y Clint no dejaba de tratarlo como si fuera su novio.
—¡Los regalos! —exclamó alguien.
Nos volteamos a mirar a los demás, quienes le entregaban cajas de todos los colores a Steve.
Entre la multitud pude ver a Sharon Carter, la muy víbora convenció a Steve y se hicieron amigos. No dije nada al respecto, si él quería tener esa clase de amistades yo no era quien para detenerlo. Aunque seguía sin gustarme la idea de que esa tonta pisara el suelo de mi casa. Mientras antes se fuera, mejor.
—¡Es un...gorro! —gritaron a coro cuando Steve rasgó una envoltura. Se lo colocó en seguida y continuó abriendo regalos.

MARRY ME  // STONYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora