Perfección quebrantable

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        —Dos margaritas a la orden para las dos señoritas —dijo Daniel con una sonrisa coqueta, entregando las bebidas a dos mujeres en la barra.

        Llevaba dos horas de turno y apenas comenzaba a llenarse el bar, así que Daniel estaba bastante relajado limpiando copas hasta poder admirar su reflejo en ellas.

        —Perfecto —murmuró el barman acomodando la última en el estante y con una sonrisa amplia se acomodó el cabello, sin perder de vista el espejo dispuesto en la pared—Dos veces perfecto.

        Procedió a tomar las tres órdenes pendientes, preparando dos Cosmopolitan con delicadeza, pero sin olvidarse de dar un buen show que atrajera el asombro de los presentes, y de igual forma las propinas. La tercera orden era una cerveza, que sencillamente dispuso frente a un joven de cabello castaño, con aspecto deprimente. Daniel se sintió sorprendido respecto a él desde el momento en que hizo su pedido, pues se trataba de una simple cerveza en un bar reconocido por sus cocteles. No le parecían muy apropiados tampoco su modo de vestir, ni su actitud; bien podía irse a una taberna a embriagarse cuanto quisiera, pero no encajaba con el ambiente animado y elegante que Daniel se había esforzado por mantener hasta el momento.

        —Buenas noches, mi nombre es Daniel y lo atenderé durante su estancia en el bar —comentó tratando de llamar la atención del muchacho—, ¿Cuál es su nombre?

        Cuando este levantó la mirada para enfrentar al barman, se encontró con los ojos y cabello oscuros, y la característica sonrisa confiada de Daniel.

        —Marco —contestó un poco abrumado.

        —¿Desea algo más?

        —No, muchas gracias.

        Pero el joven seguía absorto en él, en sus ojos almendrados y su rostro inexpresivo. Se sentía fascinado por la simetría de sus cejas, la forma de su cara y cómo su cabello resaltaba su piel clara. Era bastante atractivo, cosa que él admiraba mucho en cualquier persona.

        —Perfecto...

        —¿Disculpe? —replicó Marco con confusión, casi creyó oírle decir algo.

        —Le decía que no dudara en llamarme si necesita otra cerveza —improvisó el barman con aparente seguridad.

        —De acuerdo...

        Al darse cuenta de que su presencia lo incomodaba, Daniel se retiró para continuar con su jornada. Atendía órdenes aquí y allá; sorprendía a los clientes con su eficacia y cuidados al servir las bebidas. Se preocupaba constantemente por su cabello, y se aseguraba de estar impecablemente presentado. Pero la frecuente manía de ver su reflejo se veía interrumpida por el hecho de que su mirada se escabullía hacia aquel joven de los ojos color miel. Le había llevado ya otras seis cervezas en una hora, y este seguía ensimismado con la mirada fija en una servilleta.

        —Ya casi cerramos —dijo Daniel más tarde, llamando la atención de Marco al poner dos botellas frente a él.

        —¿Yo ordené esto?

        Daniel sonrió con complicidad y tomó un largo trago de una de las botellas.

        —Esta va por mi cuenta —Marco asintió con lentitud tras escuchar a Daniel—, ya estoy fuera de turno así que va a ser la última.

        Bebieron en silencio durante un rato, Daniel contemplaba la belleza descuidada de Marco. Su cabello se había desordenado y caía sobre sus cejas pobladas, sus labios sonrosados se fruncían de una forma graciosa después de cada trago que le daba a la botella. Daniel no podía evitar admirarlo. En cierta forma le hería el orgullo, pues siempre había estado concentrado en sí mismo, tanto que ninguna de sus anteriores parejas le habían trastornado al punto que lo hacía el triste joven ante él. También debía aceptar que él no era tan atractivo en comparación con el Adonis que tenía delante, aunque en el fondo no se sentía muy de acuerdo.

        —Tú eras... ¿Diego? —preguntó Marco con cierta vacilación.

        —Daniel —el tono ligeramente cortante, y su ceño fruncido, hicieron que Marco se sintiera apenado.

        —Lo siento, yo no...

        —Me han llamado por peores nombres, ya es parte del oficio. —lo interrumpió Daniel, tratando de dejar el tema de lado—. Y hablando de nombres, ¿cuál es el tuyo?

        —Marco.

        Su tono sombrío inquietó al barman, no estaba seguro de qué lo atraía del muchacho. Tal vez era su comportamiento taciturno y misterioso que contrastaba tanto con la energía y el ánimo constante del barman. O tal vez no lo sabía, pero quería hacerlo; quería conocerlo mejor.

        —¿Y qué te trajo aquí esta noche, Marco?

        —No... —lo pensó un momento mientras bebía un trago de cerveza—. No tenía a dónde ir —Daniel no estaba muy convencido de su respuesta—, mi novia me dejó hoy —Marco sonrió amargamente—. ¿Puedes creerlo?, me dejó hoy, cuando cumplíamos tres meses de estar juntos.

        —Estoy seguro de que tendría sus razones para... —comenzó a decir el barman, antes de ser interrumpido.

        —No, no las tenía, o no sé —replicó Marco, como si reflexionara sobre ello—. No lo sé, nunca me dicen por qué me dejan, sólo esperan al tercer mes y se van —mientras lo decía, gesticulaba de una forma particular. Daniel notó que las cervezas comenzaban a afectarlo y su comportamiento le pareció algo adorable—. ¿Qué hice mal?, jamás lo sabré. Ahora incluso me llamó Laura, que fue la primera en hacerme eso, ¿pero sabes qué? —se acercó al rostro de Daniel y sonrió—. Mañana la llamaré y averiguaré por qué me dejó.

        Y volvió a reír, ambos rieron, pero el barman por la gracia que le causaba ver los efectos del alcohol en aquel muchacho tan peculiar. Miró de reojo el mismo espejo de la pared, junto a la barra, y se guiño un ojo a sí mismo. Ya estaba formando un plan en su cabeza.

        —Bien, levántate.

        —¿Qué? ¿Por qué?

        —Ya terminaste tu cerveza y yo tengo que cerrar el local.

        Daniel, que había guardado las botellas vacías y organizado las sillas, miró su reflejo distorsionado en la mesa. «Perfecto, como siempre» se dijo mentalmente, luego dirigió la mirada hacia Marco y se mordió el labio inferior. «Ya tengo un nuevo juguete».

        —Oye —se acercó a él, a tiempo de verlo guardar su celular—, quería invitarte a mi casa, allá podemos seguir hablando y tomar algo. ¿Vamos?

        —No... —balbuceó—. No tengo novia, ni cómo volver a mi casa y son las... ¿Qué hora es?

        —Las tres de la mañana —contestó Daniel con impaciencia.

        —¿Y cómo vuelvo a casa si sigo tomando? —razonó echándose a reír.

        —Puedo llevarte cuando quieras irte —Marco se tomó unos segundos para pensarlo—. Bueno, ¿vamos o no?


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Nota:

Como las historias anteriores han sido mayormente cortas y esta no lo es tanto, la subiré por partes, así que hasta la próxima semana pondré la continuación. Les agradecería sus opiniones y críticas. También que votaran si les gustó como va la historia, es gratis y se siente bonito. 

Bai <3 

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Tantos locos -Cuentos cortos-Where stories live. Discover now