II

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Me desperté sobre las tres de la tarde, con suerte no tendría que trabajar en la tienda y podría descansar toda la tarde hasta comenzar mi turno en la discoteca de nuevo.

Salí de la cama con algo de pesadez, mi cabeza daba vueltas y parecía que tenía resaca a pesar de no haber bebido nada, pero aquellos ambientes siempre me dejaban algo aturdida.

Decidí comer algo, pero no tenía mucha hambre, así que me hice una ensalada de pepino y tomate.

Me duché y mi cabeza pareció asentarse un poco. Miré mi móvil por primera vez aquella mañana y vi algunos mensajes de Joan.

Hablé con él un rato y cuándo me quise dar cuenta ya era la hora de trabajar, pero esta vez salí con más tiempo que el día anterior.

Paseé por las calles con tranquilidad, seguían existiendo las luces de navidad, a pesar de ser casi Febrero. Me encantaba la capital, el aroma, la gente y la música de las calles.

Entré al turno y todo fue bien hasta que llegaron las tres y media de la madrugada. El local estaba abarrotado de gente y a estas alturas de la noche los borrachos se habían amontonado en la barra para pedir bebida. Me encontraba algo saturada, pero no pude evitar ver a Joan entrar por la puerta del sitio con una sonrisa genuina.

Detrás de él caminaba una chica con un aire serio, también llevaba traje pero se veía a leguas que su personalidad no coincidía en absolutamente nada con la de Joan, era alta y morena, el maquillaje oscuro de sus ojos le hacía ver aún más seria de lo que parecía. Tenía un pequeño aro en la nariz y miraba su teléfono algo malhumorada. El chico me miró y me señaló, acercándose donde estaba yo seguido de esa chica.

-¡Alba!-Me gritó al otro lado de la barra, yo le saludé con la mano mientras terminaba de servir una copa a una chica rubia.

-Hola, Joan. ¿Necesitáis algo?-Pregunté amablemente.

-No tranquila, veníamos a pasar el rato.

-¿Y cómo venís aquí?

-Nos apetecía.-Se encogió de hombros y la chica soltó una risa irónica, rodando los ojos mientras bajaba la vista de nuevo a su teléfono. Fruncí el ceño.-¡Ah, sí! Esta es Natalia, mi jefa.

-Hey.-Me saludó, acompañada de un gesto con su mano izquierda. Me miró por primera vez y yo vi el frío en persona.

Sacudí un poco la cabeza y cogí dos vasos de tubo con mis manos, mirando alrededor para ver si los demás camareros me necesitaban en algo.

-¿Qué os pongo?-Ofrecí, algo inquieta por la multitud.

-Yo quiero un Ron con CocaCola, por favor.-Dijo Joan, yo asentí.

-Un Acuarius.-Pidió la tal Natalia. Levanté las cejas, me extrañaba poco que las chicas cómo ella no bebieran alcohol.

Les serví y ellos se fueron a sentar en uno de los sofás. Estaba demasiado ocupada pero notaba la mirada de aquella chica clavada de lleno en mi nuca, me empezaba a incomodar.

Mi jefa me permitió salir media hora antes de la normal, a las cinco y media. Los dos trajeados seguían allí sentados, no se habían movido para nada y a mi me extrañó.

Salí por la puerta trasera y, cómo tradición rutinaria, saqué un cigarro y me lo llevé a los labios, buscando un mechero entre los bolsillos de mi abrigo.

Chasqueé la lengua al no encontrarlo y salí del callejón con intención de volver a mi casa. Me topé con Joan al cruzar una esquina y me sujetó de los hombros, evitando accidentes.

-Lo siento.-Murmuré, aún con el cigarro entre mis labios.

-Nada, rubia.-Me sonrió. La chica morena rodó los ojos y dio una calada a su propio cigarro, bingo.

-¿Tienes mechero?-Pregunté, señalándola con el dedo. Me miró seria y negó con la cabeza, expulsando el humo de su boca.

-No tengo, rubia.-Me soltó, enfatizando la última palabra y burlándose de la expresión de su amigo, esta chica era de lo más irritante.

-¿Y con qué te has encendido eso?-Insistí. Se quedó unos segundos en silencio y gruñó, lanzándome el encendedor.

Lo agarré en el aire y lo observé detenidamente, levantando una ceja, algo divertida. El aparato tenía cómo estampado un grupo de unicornios volando entre arcoíris. Solté una risa y encendí mi cigarro, sin añadir nada más.

-Trae.-Me ordenó, prácticamente quitándomelo de las manos.

-Estaban chulos los unicornios.-Me mofé.

Joan se reía disimuladamente de su jefa, hasta que se llevó una mirada asesina por su parte y paró.

-Bueno, Alba.-Inició Joan.-¿Qué vas a hacer ahora?

-¿Yo?-Me llevé la mano al pecho.-Estaba yendo a mi casa.

-¿Vienes todos los días?-Noté cómo la morena suspiró y se apoyó en la pared más cercana, metiendo sus manos en los bolsillos.

-No todos, los lunes libro.-Informé.-¿Y tú?

-Esta pesada me tiene esclavizado todo el día.-Señaló a Natalia.-Pero me gusta trabajar allí.

-¿Qué es lo que hacéis?-La curiosidad me invadió.

-Sus padres llevan una empresa de bolsa, ya sabes.-Movió las manos y yo asentí.-Soy su secretario.

Abrí la boca y miré a la morena, lo cierto era que no me sorprendía para nada que tuviera un un cargo importante, fueran quienes fuesen sus padres. Los prejuicios me habían ganado y a mí no me intentaba entablar ningún tipo de relación con personas así. Había tenido malas experiencias con los grandes empresarios.

-Bueno, chicos.-Miré el reloj.-Mañana madrugo, tengo que volver a mi cueva, con suerte consigo dormir tres horas.

Joan me sonrió con dulzura, la verdad era que el chico no tenía malas intenciones y, acostumbrada a mi trato con los seres humanos, era bastante agradable.

-¿Te acompañamos a casa?-Se ofreció, oí gruñir a su compañera.

-Parece que a tu jefa no le hace mucha gracia.-La señalé con la cabeza, levantando la comisura de mi labio.

-¡Qué va!-Exclamó él.-Si no le importa. ¿Verdad?

-Si no queda más remedio.

La chica estuvo ausente durante todo el camino, tan sólo suspiraba de vez en cuando mientras hacía oídos sordos a nuestra conversación.

Llegamos a mi portal y me despedí de ellos, agradeciendo que me acompañaran hasta allí para luego cerrar la puerta y subir pitando las escaleras hasta parar en mi casa.


Aprender. | Albay.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora