Capítulo 74: El sol moribundo

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– ¡Michael, no se despiertan! –exclamó ella horrorizada.

–Arriba pasa lo mismo –asintió él, tan pálido y asustado como ella. Se quedaron en el centro de la sala durante largos instantes, aferrándose el uno al otro y mirando alrededor, indecisos, sin saber qué hacer.

– ¡El teléfono! –exclamó Anna repentinamente. Rebuscó por los bolsillos de su bata blanca hasta encontrar el móvil. Lo encontró rápidamente y lo abrió, llamando al 999. El teléfono dio línea... y fue sonando, sonando. Anna miró insegura a Michael mientras el teléfono seguía sonando.

–Ya deberían haberlo cogido –dijo él tras un largo momento. Cuando ella sacudió la cabeza, aun escuchando, él fue hacia la mesa de recepción y se inclinó sobre ella para recoger el teléfono de manos de Monique– ¿Hola? –dijo por el auricular. Anna vio cómo él llamaba también al 999. Los dos se quedaron ahí, con los teléfonos al oído, mirándose el uno al otro– Ésta es una línea por cable –le dijo Michael– Ya deberían haber respondido, aunque no funcionen los móviles.

–A lo mejor están recibiendo demasiadas llamadas... –sugirió Anna, intentando encontrar una explicación lógica a aquella falta de respuesta.

–La centralita hubiese recogido la llamada, entonces –razonó Michael.

– ¿Cuántas llamadas serían necesarias para colapsar el sistema? –preguntó ella. Su marido, en respuesta, se encogió de hombros: lo ignoraba. Anna cerró su móvil– No puede ser un escape de gas –declaró.

– ¿Qué? –Michael se la quedó mirando, con el teléfono aún al oído.

–Si fuese un escape de gas, nos habría afectado también –le dijo ella, señalando a los durmientes que había alrededor.

–Eso tacha de la lista cualquier otro agente químico, también –asintió él– Pero debo decir que creo que a mí también me había afectado, al menos momentáneamente. Sé que me desmayé. Me desperté tirado por el suelo.

Anna asintió:

–Creo que algo me pasó a mí también –admitió, recordando su momento de desorientación. Miró su reloj, pero lo cierto es que no sabía cuánto tiempo había pasado. No recordaba la última vez que había mirado la hora– ¿Sentiste algo?

Michael sacudió la cabeza, frunciendo el ceño:

–Me mareé, y entonces... me desperté. Pensé...

– ¿Qué? –ella le miró. Él se encogió de hombros.

–Hubiese jurado que vi al amigo de Hermione, Harry, en la habitación, conmigo. Fue sólo un segundo, pero estoy seguro de que escuché su voz.

–Lo mismo me ocurrió a mí –asintió Anna– Por un segundo creí que le veía.

Se miraron el uno al otro, preguntándose qué podía significar aquello. Anna sabía que sólo había una explicación lógica, aunque odiaba tener que aplicar el término "lógico" a aquello. Si no era una fuga química o de gas, tenía que ser algo mágico.

–Magia, entonces –susurró Michael, como si no le gustara decir la palabra. Siempre procuraban ser cuidadosos y no hablar de aquellos temas fuera de casa. Hermione vivía en el mundo mágico, pero ellos no, y aquellos que hablaban sobre magia en el mundo muggle no eran precisamente bien vistos. Aunque a ambos les fascinaba el tema, procuraban mantener sus vidas profesionales apartadas de él.

–Pero eso no explica por qué no nos ha afectado –razonó Anna– No tenemos protección contra hechizos.

–A menos que Hermione o Dumbledore nos hicieran algo –sugirió Michael– ¿Y si crearon algún tipo de encantamiento defensivo personal para nosotros? Hermione nos comentó algo sobre guardas que protegían nuestra casa...

La Piedra del MatrimonioWhere stories live. Discover now