━ 𝐗𝐈𝐗: Limando asperezas

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Drasil engarzó a una punta que previamente había clavado en la madera del dintel una rama de muérdago, la última que le faltaba por colocar. Se aseguró de que esta no hubiera quedado torcida y, acto seguido, se bajó de la silla. Dejó el martillo en la mesa que se situaba a su izquierda y, con las manos apoyadas en su cintura, echó un vistazo rápido a su alrededor, paseando la mirada por todas las zonas que había decorado con aquella planta tan peculiar.

Sonrió, satisfecha con el resultado.

Sus iris verdes fueron a parar al pequeño abeto que se erigía en una de las esquinas de la estancia, el cual habían adornado con diversos objetos, tales como cintas de colores y figuritas de madera. 

Aquello era costumbre en los pueblos nórdicos: talar un árbol —de dimensiones reducidas, claro está— y ponerlo en casa para representar a Yggdrasil durante los días que duraba el Solsticio de Invierno.

Lo admiró durante unos instantes antes de seguir cantando.

Þaðan koma meyjar 
margs vitandi 
þrjár, ór þeim sal
er und þolli stendr;
Urð hétu eina,
aðra Verðandi,
skáru á skíði,
Skuld ina þriðju;
þær lög lögðu,
þær líf kuru
alda börnum,
örlög seggja.

En el otro extremo del aposento, frente a la ventana, Kaia esbozó una inapreciable sonrisa. Escuchar a su hija cantar siempre había sido una delicia. Sin embargo, no tardó en retornar a una expresión neutral, borrando de su semblante cualquier atisbo de placidez.

Con una inmensa desazón en el pecho, La Imbatible encendió tres velas, para posteriormente colocarlas en el alféizar. 

Más allá de aquel estrecho ventanuco la oscuridad se había apoderado por completo de las calles de Kattegat. Tal era el grado de lobreguez, puesto que se trataba de una noche cerrada, que Kaia apenas podía distinguir la estructura de la vivienda que colindaba con la suya.

Suspiró, volviendo a centrar toda su atención en las llamas. Aquellos cirios representaban a sus difuntos, a las personas que una vez amó y que, desafortunadamente, ya no estaban con ella.

Tan pronto como los recuerdos comenzaron a arremolinarse en su mente, algo dentro de ella se resquebrajó. Tragó saliva al notar la mano de Drasil en su hombro derecho y se forzó a hilvanar su mejor sonrisa cuando apreció en los radiantes orbes de su vástago la preocupación que en aquellos momentos le profesaba.

El contacto visual entre ambas apenas duró unos segundos, pero fue suficiente para que Drasil pudiera darse cuenta de lo mucho que su progenitora se estaba conteniendo.

Durante el Jól era habitual honrar la memoria de los familiares fallecidos. Se solían encender velas para que estos, desde el Valhalla, el Fólkvangr o el Bilskírnir, supieran que estaban siendo recordados. Era como una especie de homenaje.

Drasil inspiró por la nariz. Podía percibir el dolor que expelía su madre, cuyo rostro era la viva imagen de la desolación, así como el tremendo sufrimiento que le habían ocasionado esas tres muertes, todas ellas súbitas e inesperadas. Puede que fuera la mujer más fuerte y valiente que hubiese conocido, pero no dejaba de ser humana.

—Fue tu padre quien eligió tu nombre —pronunció Kaia, rompiendo aquel aciago silencio.

La aludida sonrió efímeramente. Le había contado esa historia varias veces —más de las que podía llegar a recordar—, pero nunca se cansaba de escucharla. Le fascinaba la manera en que su progenitora la relataba, con tanta dulzura que siempre conseguía encogerle el corazón.

➀ Yggdrasil | VikingosWhere stories live. Discover now