Capítulo 5

32 7 0
                                    

Eso no era lo peor, en más de una ocasión, salimos a pasear por la ciudad. La gente era feliz, no lo negaré, pero esa felicidad estaba vacía. Todos parecían estar locos.

En una ocasión, observé un suceso extraño por casualidad. Un hombre que había caído desde un doceavo piso justo delante de mí. Me horroricé al verlo aplastado en el suelo. Por poco no me volví a desmayar de la impresión, sin embargo, la gente del pueblo pasaba por su lado y lo rodeaba sin prestarle atención, siguiendo con sus estúpidas conversaciones sin color.

El presidente hizo una llamada con el anillo para que alguien viniera a recoger el cuerpo. Entonces, mientras esperábamos, una pareja de mujeres que pasaron por allí se quedaron mirando a aquel hombre. La conversación que tuvieron fue la siguiente.

-¿Lo conoces?

-Umm... Creo que es mi novio Andrei, pero está tan sucio que no lo puedo asegurar.- Ambas sonrieron mirándose entre sí.

-Deberíamos hacer una fiesta esta noche.

-¡Lo mismo estaba pensando!- Después de eso, ambas continuaron por su camino.

El presidente se dio cuenta de que las observaba y pasó su brazo por mi hombro.

-¿Te sorprende?- No sabía muy bien qué decir. Me sorprendía... y me aterraba.

-Era su novio, ¿no?- Dije afirmando la pregunta de Pedro.

-Es posible. Si esa chica se hubiera sentido triste, ya no sería feliz.

-Entonces, ¿no es verdadera felicidad?

-Oh, sí que lo es, pero recuerda que no tienen sentimientos negativos, eso incluye la lástima o la tristeza. Seguramente fue muy feliz con ese chico mientras estaban juntos.

-¿Y no le echará de menos o pensará en él?

-Sí, pero de una manera positiva.- Hizo una breve pausa.- ¿Lo entiendes ahora? Esta gente no puede cuidar de nadie más que de sí misma. Puede no resultar muy agradable pero ellos son felices así que nosotros sólo debemos acostumbrarnos a este tipo de cosas.- Cuando por fin alguien vino a recoger el cuerpo, continuamos caminando.

Desde ese día no he dejado de pensar y pensar, incluso cuando el presidente me dejaba descansar o cuando me reunía con Nueve. Mi mente no dejaba de darle vueltas a todo lo que vi. Incluso ahora. Matar niños o ancianos, ejecutar a gente inocente estaba mal. Sabía que estaba mal, pero si no lo hacíamos, ¿qué sería de ellos? ¿Acaso no había otra forma de que la gente fuese feliz sin tener que desechar su humanidad?

-¿Estás durmiendo bien?- En una ocasión en la que me reuní con Nueve, me preguntó eso. Imaginé que mi cara no debía de ser la mejor en aquel momento.

-No mucho, la verdad. Tengo demasiadas cosas que estudiar.- Sonreí débilmente. No era mentira pero tampoco era la razón de mi falta de sueño.

-Doce, hay algo que me preocupa. Lamento si no te pillo en un buen momento pero necesito pedirte un favor.

-¿Qué necesitas?- Para que Nueve me pidiese un favor, debía de ser algo muy importante.

-Hace días que no sé nada de Trece.

-¿Desde cuándo te llevas con Trece?- Pregunté al instante pero eso que dijo me había dejado bastante impresionado. Nueve no contestó a mi pregunta, se limitó a encogerse de hombros.

-¿Tú sabes algo?- Negué.- ¿Podrías investigarlo?- Mi respuesta no le gustó, aunque tampoco pareció sorprenderle demasiado.

-No te metas en líos, Nueve, por favor.- Tampoco podía decirle nada más, todavía sentía que escuchaban nuestras conversaciones desde algún lugar.

-No te preocupes, me estoy portando bien.- Sonrió.- Pero necesito saber qué ha pasado con Trece.- De nuevo algo más en lo que pensar, en la niña insolente.

-Está bien, intentaré averiguar algo, pero a cambio necesito que te quedes quietecito, ¿de acuerdo?- Nueve sonrió, sin embargo, no lo vi muy satisfecho con mi respuesta.

-Descansa, Doce.- Le devolví la sonrisa. No sentía afecto alguno por Trece y me traía sin cuidado lo que le pasase, pero por Nueve lo haría.

Ya era bastante tarde cuando llegué a casa. A mi futura casa, ya que todavía pertenecía al presidente, yo sólo tenía mi habitación.

O, y esa manzana que podía comer ahora de forma más seguida. Me acerqué al jardín trasero a coger una. Allí estaba Pedro y no sabía realmente si me alegraba o no de verle. A veces parecía una persona tan coherente y comprensiva y otras veces sus pensamientos me aterraban.

-Hola Doce, ¿qué tal tu día libre?

-Corto.- Respondí sin reparos a lo que el presidente rió.

-Mañana haremos una excursión al centro científico.- Le miré extrañado, ya habíamos estado allí la semana anterior y me dejó muy mal sabor de boca la experiencia. Como casi todas las demás, claro.- Quiero poner a prueba lo que has aprendido. Ya falta poco para mi retiro así que es el momento de que empieces a tomar tú las decisiones.- Mis ojos se abrieron como platos.

Sabía que iba a terminar todo de esa forma pero no había sido realmente consciente hasta ese momento. Todas esas atrocidades que Pedro me mostraba bajo sus decisiones estarían bajo mi cargo muy pronto.

No, no, todavía no estaba preparado. Y realmente no sabía si lo estaría en algún momento de mi vida. ¿Por qué no podía ser un maldito guardia? ¿Por qué tuve que nacer con un cerebro diferente? Bien podría ser feliz como el resto del pueblo, ajeno a todo esto.

En ese momento odié a Cinco con todas mis fuerzas. Él me había dejado esa maldita carga a mí, ahora entendía que no le molestara en absoluto ser ejecutado, el muy cobarde había huido de todo. Si ese era el caso, al diablo con la cordialidad. Si me quería ejecutar a mí también, adelante. "Que se coma el marrón Dieciocho" pensé.

-¿Ha pasado algo con Trece?- Le pregunté directamente. El presidente me miró y frunció el ceño.

-¿Es cosa de Nueve?

-No, es cosa mía. Has dicho que debo tomar mis propias decisiones. Nueve está preocupado, quiero saber qué ha pasado con Trece. Yo decidiré después si contárselo o no a Nueve.- Pero lejos de enfadarse, el señor presidente comenzó a reírse.

-Muy bien, me gusta esa actitud. Espero que mañana te muestres igual de decidido. Hazlo y te contaré todo lo que quieras saber sobre Trece.- Ahora quien fruncía el ceño era yo.- Todavía soy el presidente, tengo más experiencia que tú en el tema de las negociaciones.- Suspiré mirando el pequeño fruto rojo que tenía entre mis manos.

-Está bien.

No sabía si lo tenía permitido o si decírselo al presidente sería una buena idea, pero lo cierto es que llevaba tres noches sin poder pegar ojo.

Cada vez que lo hacía, imágenes horrorosas de mujeres riendo delante de un hombre cubierto de sangre, o bebés llorando que se retorcían por completo, me atacaban. Así que esa noche decidí buscar a Celia y pedirle algún tipo de inyección sedante que me ayudase a dormir.

Aún con todo, tardé un par de horas en lograr coger el sueño. Lo último que recordé, extrañamente, fue aquel mensaje que leí dentro del libro que se llevó Nueve. "No debes dudar, Atsushi. Dispara".

Debía añadir aquello a la lista de cosas que tenia que hacer o no dejaría de perseguirme esa frase a cualquier parte. Mi propio remordimiento me impedía negarle a Cinco lo que yo creí que era su último deseo. Encontrar a esa persona y darle el mensaje.

Proyecto Cero: Libro 1 (El futuro)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora