Parte III. Cap 1: Siempre seremos cientos y tú.

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Es primavera en Alaska y me levanto con la primera luz del alba, un fino rayo de sol se filtra entre las cortinas. Suspiro, exhausta ¿cuándo fue la última vez que dormí ocho horas seguidas? Creo que fue antes de quedarme embarazada, y de eso hace ya más de tres años... Me froto los ojos cansada, la habitación en penumbra, a los pies de la cama, duermen mis dos gatos, en forma de pelotas de pelo. Una mano áspera se posa sobre mis hombros, cojo aire y trago una bola de saliva amarga:

- ¿Otra noche de insomnio? -me pregunta una voz aguda pero masculina.

Me froto el cuello, cansada. Las caricias en el brazo son reconfortantes, y los besos en el hombro desnudo son suaves y agradables.

-Siempre va a peor durante esta época del año.

-Lo sé. -me da un tierno beso en la frente. Cierro los ojos saboreándolo con dulzura.

Una vocecita me llama desde la otra habitación. Cansada, hago el esfuerzo de levantarme.

-Ya voy yo. Tú duérmete un ratito más.

-No, -respondo desorientada por el cansancio- me gusta darle el desayuno.

-Hacemos un trato. Yo le visto y tú le preparas el desayuno -me acaricia los labios y sonríe con ternura como solo él sabe hacerlo.

Su sonrisa me hace sonreír a mí.

-Me parece un buen trato.

Me vuelve a sonreír. Ha sido una mala noche, bueno, en general ha sido una mala temporada, pero esa sonrisa y la pequeña personita que duerme en la habitación contigua hacen que se me pasen todos los malos. Me pongo una sudadera rosa sobre el pijama corto de color blanco y, descalza, bajo las escaleras de la cabaña. Continuamos viviendo en la misma cabaña a las afueras de Hoonah, aunque lo que solía ser un despacho para escribir ahora se ha convertido en una habitación infantil.

Despejo las cortinas y abro las ventanas para airear la casa. El viento de Alaska es algo que me ha cautivado desde la primera vez que llegué allí: su frescura, el olor a sal. Su pureza. Cierro los ojos y me empapo de él: el cielo está muy claro, aunque salpicado por pomposas nubes. El mar añil levanta crestas de espuma blanca al paso de las pequeñas embarcaciones pesqueras que han madrugado tanto como nosotros. Un hocico húmedo olfatea mis dedos, distraídamente acaricio la cabeza de Argos, nuestro labrador y le abro la puerta para que correteé por el jardín. Lo veo por la ventana perseguir insectos voladores y revolcarse por la hierba, feliz. Eso también me hace sonreír. Preparo café, y mientras el amargo líquido impregna de aroma la cocina, saco del armario una mezcla preparada de tortitas y enciendo el gas. Mientras les doy la vuelta, leo el contenido de la masa y me río, al parecer, con el paso de los años, nos hemos vuelto "menos salvajes" y en lugar de salir a pescar cangrejos para desayunar tiramos de mezclas del supermercado.

Quizás no es que nos hayamos vuelto menos salvajes, pero desde luego sí más vagos.

Me sobresalto al escuchar como unos piececitos bajan las escaleras a toda prisa. Ya tengo que gritar que de buena mañana. Pongo los ojos en blanco:

- ¡Matty! Te he dicho un millón de veces que no bajes las escaleras corriendo, que te vas a caer.

Pero Matty ya se ha encerrado en el baño para lavarse la cara y cepillarse los dientes, ignorando completamente mi advertencia.

- ¡Recuerda quitarte bien las lagañas, campeón! – él baja tras él y viene hacia mí. Semidesnudo de cintura para arriba y vestido solo con un pantalón elástico. Me rodea el cuello con el brazo, protector- ¿Sabes? El otro día le escuché hablar con unos compañeros del jardín de infancia. Me llamaba papá.

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⏰ Last updated: Jun 18, 2020 ⏰

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Tierra Mojada (una historia de Alaskan Bush People)Where stories live. Discover now