Epílogo IV: Donde empezó todo (por Matt)

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-¿Hoy no desayunas en tu tipi indio?-me preguntó Bear cuando entró en la cocina de la casa de Santa Mónica y me encontró desayunando cereales sentado en la gran mesa de madera maciza.

-Me he quedado sin provisiones.-sonreí con la boca llena de leche y bolas de miel.

-Creía que ya no querías volver a casa por tu repentino odio hacia toda la humanidad.-respondió mi hermano pequeño mientras se llenaba un bol y se sentaba a mi lado.

En la gran mesa donde antaño fuimos nueve, ahora solo estábamos dos. Bam y Noah ya no vivían con nosotros y Gabe pasaba largas temporadas fuera de casa. Así que prácticamente éramos cuatro hermanos Brown los que quedábamos en lo que llamábamos Browntown: Bear, las chicas y yo. Recientemente me había trasladado al patio trasero, que daba a un pequeño bosque, donde había montado una tienda de campaña, decorada como un tipi indio y había montado una cerca entrelazando ramas de madera. No era mi antigua choza de neumáticos con su verja para zombis, pero era mucho mejor que aquella pequeña y claustrofóbica casa donde no hacía otra cosa que esquivar al perro, a los gatos y a mi hermanos a cada paso que daba.

La relación entre Bear y yo era más o menos cordial, especialmente cuando nuestros padres se encontraban delante, sino, intentábamos mantener las distancias por el bien de nuestra integridad física. La cicatriz de su ceja derecha brillaba con la luz matutina que entraba por la ventana. Aun recordaba aquel día, justo cuando volví de Hawái y tuve que explicar a mi familia que Ayla y yo ya no estábamos juntos... Atribuí la ruptura al nuevo trabajo de Ayla, sin dar demasiados detalles, y pedí que respetaran mis momentos de soledad, algo que, obviamente mi familia no obedeció.

Bear y Gabe vinieron a buscarme al jardín, yo estaba entretenido montando unas flechas con ramas de naranjo, abalorios de Rainy y algunas plumas que había encontrado en el patio y había pintado con colores vivos. Las puntas de las flechas estaban talladas con una navaja.

-Sentimos mucho lo de Ayla, hermano. Sabemos que la querías muchísimo, debe de ser algo muy difícil de superar-se excusó Gabe como si fuera culpa suya, midiendo muy bien sus palabras-¿podemos hacer algo para ayudarte?

Forcé una sonrisa, aunque mis esquivas miradas delataban mis auténticos pensamientos:

-Estoy bien, gracias, solo quiero estar solo un rato.

-¿Seguro?-insistió Gabe.

-Sí.

Me levanté de mi puesto indio y me apoyé sobre las ramas del naranjo, dando la espalda a mis hermanos. No quería que me viesen llorar. Suspiré hondo y me concentré para dejar de temblar. Ni siquiera podía mirar a Bear a la cara, porque cuando lo hacía, me lo imaginaba con ella, y eso me mataba por dentro. Apreté la mandíbula y los puños para contenerme. Bear me puso una mano en el hombro, fraternal, pero aquello fue demasiado para mí:

-Matt, sabes que estamos aquí para cualquier cosa...

No lo pensé ni un momento, me giré violentamente y le arreé a Bear un puñetazo en la ceja con todas mis fuerzas que lo hizo tambalear y caer al suelo. Gabe corrió a su auxilio mientras Bear se incorporaba desconcertado, asumiendo que le había dado un puñetazo. Estaba pálido como un fantasma. Se tocó la herida y abrió los ojos como platos al ver la sangre mientras sus labios balbuceaban.

-¿Es que has perdido la cabeza, Matt? ¡Bear no tiene la culpa de tus desgracias!-me regañó Gabey saliendo de sus casillas.

Miré mi puño goteando sangre, mis anillos le habían rasgado la piel a Bear y le habían abierto una herida sobre la ceja derecha como si se tratase de un puño americano. En seguida me sentí culpable y empecé a temblar anonadado, aun asumiendo lo que acababa de hacer. Había pegado a mi hermano por una chica ¿cómo había podido? ¡No me lo perdonaría nunca! Sería otra gran decepción para mis pobres padres, de nuevo, la oveja descarrilada de la perfecta familia Brown.

Tierra Mojada (una historia de Alaskan Bush People)Where stories live. Discover now